OPINIÓN

Cómo extraño a mi Venezuela

por Rafael Augusto López Rafael Augusto López

guatemala venezolanos

Esa es la expresión de la casi totalidad de compatriotas que se han ido al exterior. Añoran apasionadamente todo lo que dejaron aquí, su familia, sus bienes, su vecindario, sus amistades, su ocupación, sus costumbres y hasta el irrespeto a la normativa jurídica. Es una sensación inenarrable que está presente en todo el proceso de adaptación a la nueva realidad, muchas veces imposible de superar. A tal punto que, al ir a dormir o al despertar, es el pensamiento que te acompaña y por lo tanto el deseo de regresar está presente a toda hora.

Cuando uno se va de su país, deja de ser ciudadano y se convierte en parte de las estadísticas, pierdes tus derechos, si acaso mantienes algunos de los considerados derechos fundamentales o derechos humanos. Frente a los nacionales, casi siempre se llevan las de perder y si no logras hacer buenas amistades se pasa las de Caín. Luego, vienen las contradicciones. Como ya lo expresamos, a muy pocos les va súper bien, a otros regular, y a unos cuantos muy mal, pero cuando se comunican con sus familiares aquí, ninguno dice que le ha ido mal, ya sea para no preocuparlos o por simple orgullo; pero, de aquí para allá todos tienen sus esperanzas en quienes se han ido para que les ayuden a sortear, tal vez los mismos inconvenientes de aquellos. Tanto para unos y otros es terrible cuando descubren la verdad, el que se percata de que ya es imposible ayudar a los que dejó atrás, y los que aquí quedaron que se enteraron que ya no es posible que les llegue la remesa que les permitió durante varios meses vivir una mentira. Aquí comienza la disyuntiva, para los de allá y para los de acá: ¿me regreso? Pero allá la situación es peor que aquí; además, la persecución política es implacable. Mejor me quedo y veo cómo logro que me cambie la suerte. ¿Me voy? se pregunta el que está aquí, empezar de cero es muy difícil y si no consigo nada me voy a convertir en otra carga para el que está allá. Mejor me quedo, por lo menos aquí tengo parientes, vecinos, amigos que a veces algunos tienden la mano, otros se hacen los locos, y si se me cierran todas las puertas me pondré a pedir en algún semáforo, aunque sea para un jugo y un pan, sin imaginar que la otra persona está haciendo lo mismo.

Ciertamente, para quienes se han ido es muy duro despertar y saber que están en casa ajena y que en cualquier momento puede ser desalojado sin nadie que pueda ayudarle, a pesar de que en su gran mayoría son menores de 50 años. Pero, los que aquí nacimos, crecimos, nos formamos, nos educamos y aprendimos a practicar principios y valores de democracia, de libertad, de solidaridad, de respeto al ordenamiento jurídico y a las demás personas sin importar su pensamiento, que nos acostumbramos a que era normal que el gobierno perdiera las elecciones y el ganador era reconocido y respetado, donde la Fuerza Armada Nacional estaba subordinada al poder civil, pero sin inclinación política alguna. Tenemos 20 años buscando esa patria que se nos extravió comenzando el año 2000 y cada día nos parece más lejana. Los padres no pueden formar a sus hijos porque la Lopna es implacable, cuando estudiaba teníamos clases todos los días en la mañana y en la tarde, ahora solo van 2 días porque el educador no tiene cómo costear su pasaje ya que su sueldo es miserable, ni hablemos de los docentes y trabajadores de educación media y peor de los universitarios. En Mérida las madres en gran medida estimulaban a sus  hijos para que pusieran su mirada en el  o la Bachi que estaba a punto de terminar su carrera y si era profesor(a), empleado(a) u obrero(a) de la ULA, ese era el indicado(a), pues pertenecer a la Universidad de los Andes era el más grande privilegio  social y  económico; como ocurría en Maracay con el que era militar, ahora ambos casos son ejemplo de la miseria que vivimos, si visitas la urbanización Santa María  o las Residencias Los Caciques en Mérida, encontrarás cuadros deplorables de profesionales que le entregaron toda su vida a la formación de generaciones y hoy no tienen ni para comer, pero igual sucede en Maracay, visite alguna casa de lo que antes se conoció como vivienda en guarnición y que miembros de algún componente pudieron adquirir y verá las condiciones en que sobreviven, pero sin ir muy lejos, lo mismo ocurre en los cuarteles donde los capitanes tienen que salir a pedir colaboración para que sus soldados puedan comer. Insólito es que la producción agropecuaria del país haya disminuido de manera sustancial, porque no hay gasolina, gasoil, fertilizantes, semillas, y cuando logran producir algo y llevan sus productos al mercado, encuentran decenas de alcabalas, en las que deben cancelar en dólares o dejar parte de sus productos, al final, ¿quién va a entregar todo su esfuerzo para perder dinero? O cuando uno se enferma o algún familiar, las deficiencias en los centros de salud son inmensas, lo que obliga a fuertes desembolsos, casi como si fuera una clínica privada, lo que ha obligado a que todos los días veamos en las redes sociales flyers solicitando ayuda para que decenas de compatriotas puedan salvar sus vidas o rescatar su salud. Tenemos que sentir indignación cuando debemos hacer cola varias horas o días para surtir combustible a nuestro auto, o cuando debemos pasar hasta semanas para tener gas doméstico, o cuando vamos a una ferretería, abasto, supermercado, farmacia, venta de repuestos, librería o cualquier otro establecimiento y no tienen lo que necesitamos o tenemos que esperar un tiempo para que lo soliciten al proveedor nacional o del exterior.

Es traumático tener conocimiento de que un ciudadano, sin importar quien sea, ha sido detenido, secuestrado, torturado, desaparecido o asesinado, simplemente porque es contrario a las imposiciones de la tiranía. Cuando tenemos noticias de que a un empresario de cualquier nivel lo han encarcelado, le han confiscado sus bienes, le han cerrado su negocio o le han aplicado una multa porque prestó sus servicios, ayudó, o participó de alguna actividad directa o indirectamente con líderes opositores. Después de ser testigo de la eficiencia, eficacia y honestidad de Leopoldo Sucre Figarella como ministro de Obras Públicas y luego presidente de la CVG, y ver la cantidad de ineptos y ladrones que desde Hugo Chávez hasta hoy han ocupado cargos en la llamada “revolución” no solo dan pena, vergüenza, asco, sino inmensa arrechera, que mientras el país se derrumba a pedazos, quien ejerce la presidencia confiese que una red de funcionarios del gobierno, devenidos en delincuentes se apropiaron de 23.000 millones de dólares, pero que él no sabía nada, y en las calles de muchos pueblos de Venezuela vemos cómo niños y ancianos rompen las bolsas de basura para comer. ¿Puede un irresponsable como este seguir siendo presidente de Venezuela? Tarde o temprano tendrá que rendir cuentas. Lo que sí tenemos que reprocharnos es cómo permitimos que nos robaran la Venezuela que tanto nos dio y que disfrutamos al máximo. Hoy tenemos la oportunidad y estamos obligados a recuperarla. ¡Manos a la obra!