Pareciera que en medio del Himalaya de sentimientos confusos que nos abaten se abre paso una reflexión que va más allá de las acusaciones, muchas infundadas, que nos proferimos entre nosotros mismos. Hay algunos trabajos necesarios de leer en estos días: “El pozo y el péndulo” de Vladimiro Mujica; otro escrito por Mary Montes, “Escrito desde el hartazgo”; e inmodestamente “Perú: nuestra fatal arrogancia” . Aunque sus enfoques difieren, Vladimiro escarba en nuestras actuaciones y pregunta si la causa de la caída de la democracia no estará más bien en no haberla comprendido y quizás no ejecutado en sus premisas fundamentales. Pregunta ¿cuáles son los factores que precipitan las crisis cíclicas de colapso institucional, violencia y enfrentamiento social que amenazan la existencia misma de la democracia y la posibilidad de construir espacios de crecimiento para nuestros pueblos?
Por su parte, Mary Montes le reclama al liderazgo directamente: ¿Han calibrado el impacto que tienen sus palabras en todos y cómo han contribuido a que no creamos en ninguno? Remata pidiéndoles que dejen de hacer lo que hacen y vayan a otra cosa.
En realidad, ambos ofrecen una excelente ocasión para avanzar en la búsqueda de explicaciones y de caminos. Aunque comparto la angustia que invade a Mary Montes, me es difícil aceptar que los lideres que menciona en su artículo son los culpables por su incapacidad de ponerse de acuerdo y que bastaría una decisión o voluntad de lograr acuerdos, aunque esto sea vital. Creo, que en realidad nos toca defender la democracia, una entidad que no hemos comprendido en su magnitud y profundidad. Incomprensión que, por supuesto ha traído grandes males, no era suficiente que Venezuela tuviera lo que algunos han llamado períodos de oro en las primeras décadas de la democracia (años sesenta) y que fuésemos un país con indicadores inmejorables de bienestar. Subsistía, sin embargo, un rezago profundo de sectores que no se montaron en ese tren de progreso, no participaron o al menos los partidos políticos no hurgaron tras las causas y soluciones en esas entrañas del atraso e inconformismo. Vladimiro señala:
“Una mirada retrospectiva nos indica con toda claridad que, si bien es cierto que los 40 años de democracia 1958-1998 fueron los mejores de la república, no es menos cierto que en ese tiempo también se acumuló el resentimiento y la frustración de una parte importante de la población por la corrupción y el crecimiento de la exclusión social.
Es innegable que las señales rojas sobre los peligros que acechaban a la democracia estaban encendidas a la vista de todos, pero nuestro liderazgo político, social y empresarial no solamente las ignoró, sino que en una medida importante escogió abrirle una oportunidad de poder a Hugo Chávez y su proyecto de V República”.
En medio de este debate, trascendental para nosotros, releo una entrevista a Anna Applebaum, curiosamente tratando de responder al mismo tema en el mundo ex Unión Soviética, desde Polonia. Parte del reconocimiento del peligro que enfrentan las democracias occidentales ante las arremetidas políticas, incluso en los países liberados del yugo soviético, de retornar al autoritarismo. Al igual que ocurre entre nosotros en Argentina, México, Nicaragua, Chile, Bolivia y Perú. Applebaum aborda la crisis de los Estados de Derecho en El ocaso de la democracia. El libro incluye capítulos referentes a técnicas propias de la desinformación dominada por Rusia contra la democracia.
El periodista inquiere: ¿Cuál cree que es el camino para defenderse del autoritarismo y defender la democracia? Anna responde: Pienso que la política debe armar narrativas positivas y programas que la gente pueda apoyar para defenderse de esos ataques de negatividad que conlleva la desinformación. Y the rule of law es una de ellas. Existen una serie de iniciativas que conformarían un consenso fuerte para combatir los mensajes de desinformación que Rusia expande. Anna se refiere a Putin como un mensajero del autoritarismo, producto directo de los servicios secretos (KGB). Entrenado para detectar constantemente conspiraciones, desconocer y aniquilar la oposición y acentuar la idea del complot de potencias externas. Practica el control total de la disidencia, difunde la inexistencia de propuestas articuladas con espontaneidad, desconoce rastros de honestidad en toda la oposición que califica de mentirosa, alienta la desconfianza de todos. Prácticas que se han trasladado al mundo por la expansión sin límites de los medios de información y entre otros por el Foro de Sao Paulo, Puebla y el socialismo del siglo XXI.
Concuerdo con Anna y Vladimiro, hay que fortalecer el espíritu democrático, pero hay que tener el valor de ver la realidad cruda tal como la muestra hoy Perú. Un país totalmente dividido, donde nadie ganará, puede convertirse en una gran batalla cuerpo a cuerpo entre los peruanos 50% contra otro 50%. Allí quizás está la respuesta, hay que fortalecer la democracia desde sus valores fundamentales y practicarlos, no creo que un campesino de la sierra peruana sepa lo que significa la lucha de clases, ni la expropiación de la plusvalía, supuestamente practicada por los propietarios. Solo enfrenta un mundo sin esperanzas al cual Keiko responde ofreciendo restablecer la economía de mercado. Se preguntarán en Ocongate o Huaro ¿y qué es eso?
Quizás la fórmula, ante nuestras grandes dificultades, no es desatar las culpabilizaciones, es más sencilla, primero reconocer los errores, la época dorada excluyó a muchos, abrir la comprensión total y profunda, desde las escuelas, en las fábricas, las comunidades, con los vecinos, los partidos políticos, sobre la significación de la democracia liberal con poderes limitados, suma de elementos de participación, deliberación, igualitarismo ante la ley y poder electoral ciudadano. Solo hay que pedirle al liderazgo sinceridad ante la gente, reconocer lo que no hicimos bien y mostrar que la democracia es el mejor invento político de la humanidad. Única oportunidad de ser responsables como individuos, prósperos y libres.