Un popular humorista venezolano decía una frase que iba más o menos así: «El que siembra su barril, que se coma su petróleo», la cual repetía como un estribillo acompañado por una charrasca. Y quién iba a pensar, hace años atrás, que aquella aseveración pudiera darse en un contexto tan atroz como el actual.
Cuando el barril de petróleo venezolano se cotiza por debajo de los 10 dólares el barril, y los bachaqueros uniformados del combustible están vendiendo en 1,5 o 2 dólares el litro, pareciera que es más fácil comprarse su barrilito de petróleo que cargar un tanque de gasolina.
Es más barato comprar el petróleo venezolano en el mercado internacional que comprar comida en el interior de la nación. Resulta más económico hacer un mercado de crudo que comprar carne, pollo o huevos para abastecer las dispensas del hogar para 15 días.
¡Inaudito! Como decía el personaje cómico, «a comerse su petróleo». A los venezolanos no nos queda más remedio que comernos las riquezas del subsuelo, pues si no lo hacemos las perderemos ya sea por su bajo precio internacional o por la incapacidad de las operaciones de una Pdvsa totalmente destruida.
Lo que acaba de suceder en el campo petrolero de Morichal, en el estado Monagas, o la entrega de las refinerías a Irán es un ejemplo de la inoperatividad dentro de la industria petrolera, y la falta de inversión dentro de una empresa que fue manejada como la bodega personal por quienes han usufructuado el poder a lo largo de los últimos 20 años.
Todo esto es el resultado de la consolidación de un Estado fallido que aniquiló la capacidad de producción de nuestro país, y la mentalidad fracasada de quienes han implementado el socialismo en Venezuela y que a través de ello acabaron con una de las empresas más poderosas en el mundo de los hidrocarburos.
Hoy Venezuela es un país con petróleo, pero sin gasolina. Venezuela es un país con tierras cultivables, pero sin comida. Somos un país con oro, pero sin reservas internacionales, toda una conclusión de la anarquía, desorden y corrupción de una casta que pulverizó a aquella nación que fuimos y que era la envidia de todo el continente.
Pasamos de ser el ejemplo de progreso de América Latina a ser el objeto de la lástima de todo el mundo. Todo en 20 años de despilfarro, corrupción y destrucción de nuestra identidad, capacidad productiva y voluntad de progreso.
Los socialistas edificaron un Estado fallido en el que el malandro mejor armado impone su ley y para ello hay combates a fuego abierto en los sectores populares, como los sucedidos en Petare. Crearon un Estado fallido en el que se masacra a los reos sin ninguna compasión ni investigación, como acabamos de ver en la cárcel de Guanare. Un Estado fallido en el que la migración se multiplicó, el hambre creció y las protestas se extendieron a todo el país.
Por ende, nos toca comernos nuestro petróleo, porque no tenemos alimentos en nuestros hogares, porque no hay dinero que pueda con la inflación, porque no hay gasolina para sacar del campo lo poco que se cosecha, porque no hay gobierno que solucione los problemas de toda la nación.
La pregunta es: ¿Y cuánto tiempo más seguiremos así?