Pareciera que nada puede hacerse ante a la arrolladora y abusiva demostración del régimen que marca la pauta, día a día, en la política nacional. Ya el asunto no se puede contar por capítulos sino por temporadas interminables. Nuevamente, por enésima vez, cayó la oposición en la trampa cazabobos de un inviable entendimiento con el oficialismo. No entiende o no quiere entenderlo la dirigencia opositora. En cualquiera de los casos es imperdonable.
Para muestra bastaría preguntarse algo elemental: cómo pudo esa dirigencia cometer el desatino de convenir con el régimen la conformación del Comité de Postulaciones Electorales, a sabiendas que ellos no lo integrarían para darle curso a unas elecciones presidenciales. Obvio que sabían que el acuerdo solo comprendía unas elecciones parlamentarias. ¿Lo entendía la dirigencia opositora o no quería entenderlo?
Por supuesto, con Maduro en el poder, antes y después de esas elecciones parlamentarias. Y este es el punto más neurálgico del relato: la contradicción entre el discurso opositor y sus acciones. Los venezolanos debíamos asumir tácitamente que la dirigencia opositora ya no tenía en sus planes el cese de la usurpación, ni antes ni después de esas parlamentarias. Solo imaginemos lo que constituiría una elección que generase otra AN con mayoría del chavismo, Nos percataríamos de que, además de legitimar a Maduro esa nueva AN, con una garantizada mayoría calificada, estos malandros iban a designar o ratificar al fiscal, al contralor, al defensor, al TSJ, aprobarían leyes de presupuesto y de endeudamiento público e internacional. China, Rusia, Irán, Turquía y otros, ya no tendrían temor en contratar con el Estado. Se darían un baño de “legitimidad”. ¿Lo entendía la dirigencia opositora o no quería entenderlo?
Así nos tenían con el célebre 2-2 y 1, que aprobaron conjuntamente en reuniones al más alto nivel de los jefes políticos de ambos bandos, que contaba con el obligado visto bueno de Maduro como invitado de honor, quien aceptaría ir a unas parlamentarias que, de ganarlas la oposición, mantuviera en la persona de Guaidó u otro presidente de turno del órgano legislativo, la presidencia interina del país disputándole a él el ejercicio de su cargo. ¿Lo entendía la dirigencia opositora o no querían entenderlo?
Dios se apiadó en ese instante de este maltratado país. Metió sus manos y -con su poder divino- reprodujo una pequeña Torre de Babel en esas conversaciones y nos salvamos milagrosamente por malos entendidos marginales por el 2-2 y 1, o por razones crematísticas. El “ya no vamos a las parlamentarias” y el “con dictaduras no se negocia” se convirtieron de nuevo en lemas nacionales. ¡Uff, ya nos tenían montados en la olla¡
Satanás, que nunca se da por vencido, de nuevo entró a la cancha. Quedaron rezagos en esos partidos que se sintieron traicionados por la inexplicable decisión de última hora de sus jefes. Aún más importante es que sus pugnas internas dejan expuestos a los compañeritos que -no teniendo la culpa- pagan los platos rotos de de sus jefes, cuando los meten en el mismo saco, haciéndolos a todos blanco de comentarios adversos. Comenzó una nueva temporada.
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