Después de los confusos sucesos del 4 de agosto en la avenida Bolívar donde se perpetró un supuesto atentado contra Nicolás Maduro, el futuro inmediato se nos presenta a los venezolanos aterrador.
El régimen ha lanzado unas acusaciones gravísimas hacia la disidencia que desde hace tiempo ha querido enviar a las mazmorras del Sebin, dirigentes políticos que por su carácter y actuaciones públicas deberían estar libres de cualquier sospecha en el frustrado magnicidio.
Me refiero al diputado Julio Borges, una figura que por mucho tiempo suscitó desconfianza en algunos sectores opositores que lo acusaron de falta de coraje y firmeza, y hasta de ser colaboracionista. Los hechos posteriores, cuando se negó a firmar el tramposo acuerdo de diálogo en República Dominicana –al que sí estaban prestos y solícitos otros dirigentes y organizaciones políticas de oposición– lo desmienten.
Allí empezó el calvario de Borges, que lo obligó a comenzar un periplo por el exterior que mucha gente no entendió, incluso en su partido Primero Justicia, en el que figuras como el ex candidato presidencial de esa tolda, Henrique Capriles, hace pocas semanas, de forma inmerecida criticó a los dirigentes políticos fuera del país, en clara alusión a su compañero de partido, Julio Borges, que ha venido adelantando en el exterior una misión de presión contra la narcodictadura y aunque no es santo de nuestra devoción, uno no puede sino reconocer.
Ahora sabemos los detalles de las amenazas proferidas reiteradamente por los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez y por el impresentable de Rodríguez Zapatero cuando Borges se negó a firmar las negociaciones en Dominicana: “O firman o conocerán la peor cara de nosotros”. Borges de inmediato debió explicar, como lo hace ahora, las terribles causas por las cuales tuvo que escaparse con su familia del país.
Estamos frente a un proceso de corte estalinista. La vejación sufrida por el joven diputado Juan Requesens, que bajo los efectos de alguna droga, como la escopolamina, repite lo que el régimen le dicta, constituye una de las ilustraciones más horrendas de violencia política en nuestro país.
Nicolás Maduro entró en una zona de sombra, intenta crear un clima de miedo y zozobra. La situación es mucho más dramática en el estamento militar después de que les exigió una lealtad rayana en la abyección: “Yo entiendo que en la familia militar pudieran existir, en sus núcleos familiares, personas que no están de acuerdo con el gobierno, que se han dejado contaminar por la política; pero les pido lealtad completa, total. Es preferible que un militar, y discúlpenme que lo diga así, que un militar deje de visitar o evite a esa parte de la familia, a tener que ver perdida su carrera por una imprudencia. Con esto yo voy a ser muy estricto y he girado instrucciones precisas para que se evite que seamos infiltrados o permisivos con quintas columnas; sus familias debe ser consecuentes con ustedes y pensar en ustedes antes que en quienes quieren destruir a la revolución”.
La exigencia, que fue uno de los puntos abordados el pasado 11 de agosto con el Alto Mando Militar –publicado en Runrunes el 12-08-18–, demuestra el alcance de una dictadura totalitaria que implementa implacablemente la represión y plantea un problema de conciencia y una grave disyuntiva a los militares: ¿deben repudiar, renegar e incluso delatar a esposas, padres o familiares que se muestren en desacuerdo con las políticas gubernamentales a cambio de proseguir con su carrera militar? ¿Cuál es su responsabilidad con su familia y cuál con un presidente ilegítimo que exige lealtad incondicional hacia un militarismo obsecuente e inmoral?
Estamos azotados por los vientos huracanados de la intolerancia, que soplan inmisericordes como nunca antes en la sociedad.
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