“Zapatero, el mediador imaginario” es el título de un artículo reciente de El País de España en el cual, entre otros entretelones de las negociaciones en Santo Domingo, se refiere a la advertencia, o recordatorio, del ex presidente español a los líderes de la oposición venezolana de que el gobierno de Maduro no cree en la alternabilidad. Esta sola frase resultó un calificado testimonio sobre el carácter esencialmente antidemocrático del gobierno de Maduro, por si no hubiera suficientes, seguramente dirigido a prevenir a sus adversarios sobre los límites de las concesiones posibles por parte de los representantes de su gobierno en materia electoral. Pero también deja constancia de lo torvo de su ya manifiesta complicidad con Maduro y su tropa.
Desde los inicios de su gobierno Hugo Chávez dio algunas señales de sus intenciones de perpetuarse en el poder, como la veneración hacia Fidel Castro y de paso a Pérez Jiménez o a Gadafi… y el tan repetido comentario, entre bromas y veras, de que gobernaría hasta 2021 y “su “revolución duraría siglos”.
El primer intento de legalizar esta perpetuación en el poder fue la convocatoria al referéndum constitucional de 2007, primer revés electoral sufrido que no tardó en calificar como “victoria de mierda” a la que no se resignó, por lo que sustentado en la complicidad del TSJ la introdujo nuevamente en 2008 en la modalidad de enmienda constitucional, absolutamente anticonstitucional, logrando su aprobación.
Se dieron posteriormente otras muestras de la decisión de no ceder ningún espacio de poder ni aún si proviniendo de la voluntad popular si le era adversa, por lo que no dudó en desconocer el triunfo de Antonio Ledezma como alcalde metropolitano. Pero lo sucedido en las elecciones parlamentarias de 2015 marcó un hito por lo abrumadora de la victoria de la unidad opositora y especialmente por la ruptura por parte del oficialismo con cualquier vestigio democrático al desconocer a la Asamblea Nacional electa, hasta llegar a la elección de la espuria asamblea nacional constituyente para sustituirla.
El fracaso de la negociación de Santo Domingo es por los momentos la última muestra de parte del gobierno de su rotunda negativa a permitir unas condiciones electorales que pudieran poner en riesgo su continuismo. Al patear la mesa no se conformó con el desprecio a los términos de un posible acuerdo, sino que propinó una bofetada al país y a las naciones acompañantes adelantando las elecciones en plazos y términos inaceptables.
El corolario de este brevísimo relato pudiera ser que no ha tenido ni tiene sentido intentar la vía electoral y democrática para derrotar a este régimen, o concluir que lo que nos sucede es igual a lo de Cuba y de este gobierno no vamos a salir nunca pacíficamente.
Pero a pesar de mostrar su control total de la situación, no creo pecar de optimista al considerar que la pesadilla que hoy vivimos en Venezuela será superada democráticamente. No es un secreto para nadie que el gobierno ha creado una crisis económica y social sin precedentes cuya superación, en caso de que hubiera voluntad política, necesita de la aprobación de la Asamblea Nacional que se niegan a reconocer. Se encuentra, además, frente a un rechazo internacional también sin precedentes, liderado actualmente en la región por el Grupo de Lima, que cuenta con la firme decisión de Estados Unidos y la Unión Europea de imponer sanciones que se van extendiendo y endureciendo si no se abre paso a la apertura democrática. Si este enorme respaldo a la democracia va acompañado de una acertada política unitaria por parte de la oposición, podemos encontrar una salida que creo que nadie tiene certeza de cómo será, pero será.
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