El impronunciable vocablo que es el titular de esta entrega periodística, corresponde, en el idioma mandarín, al hashtag #MeToo utilizado en las redes sociales occidentales para agrupar a quienes han sido víctimas de la violencia sexual y lo notifican a la sociedad por esta moderna e ingeniosa vía.
MeToo es bastante más que un hashtag, es todo un movimiento nacido formalmente en 2017, con raíces que datan de una década, en contra de las agresiones sexuales que ocurren particularmente en los lugares de trabajo. La aparición en las redes sociales de testimonios personales sobre esta distorsión de conducta como un fenómeno de grandes números tuvo su origen en la necesidad, por parte de las agraviadas, de llamar la atención planetaria acerca de su enormidad y frecuencia y poner el acento en la vulnerabilidad de las víctimas.
El movimiento ha tenido repercusiones de toda índole a nivel mediático, legal, empresarial, cultural, digital, pero independientemente del trato que se le haya dado al fenómeno, que es una realidad protuberante en el mundo del trabajo, las reacciones de los países, en lo individual y en su conjunto, ha sido la de apoyar la erradicación del delito y la de condenar este tipo de agresiones.
Pero mientras en las latitudes europeas, americanas o latinoamericanas una avalancha de mujeres se ha aventurado a presentar sus testimonios usando los medios digitales por los abusos de que han sido objeto, en China aún los casos reportados son esporádicos y el uso de la herramienta de las redes para evidenciarlo es considerablemente menos numeroso.
La razón es que el fenómeno creciente de testimoniar ante la sociedad las experiencias vividas y sus secuelas físicas o psicológicas es percibido como una amenaza por parte de las autoridades chinas. Otra amenaza más de cuño occidental capaz de desordenarles el juego de la preeminencia masculina que prevalece en China de cara al mundo femenino.
Porque la violencia y el acoso sexual existen en China, al igual que en otras latitudes, en el seno del trabajo y en el seno del hogar. Un reciente estudio de una ONG publicado en China Labor Bulletin ha revelado que más de 70% de las mujeres chinas son acosadas en el puesto de trabajo, y 25% sufre violencia doméstica ante la pasividad oficial.
Ocurre que las agresiones sexuales son reconocidas e incluso penalizadas –se habló oficialmente de una política de “tolerancia cero cuando la ley contra la violencia de género fue promulgada”–, pero cualquier conducta social que se torne masiva y que pueda generar turbulencias en el comportamiento de la ciudadanía es condenada de entrada.
Al fin el asunto de la condena al acoso sexual ha terminado por saltar a las redes con fuerza y el conducto no fue #MeToo sino Wechat, la más potente y masiva aplicación de telefonía celular en China. En julio de este año un caso particular que involucró a un conocido artista sirvió para ponerle volumen al movimiento y saltó a las redes buscando el apoyo de las organizaciones feministas que se han creado, no sin dificultad, en el medio chino. Falta tiempo aún para que las acusaciones en línea gocen de un buen soporte en China, pero estos gremios van a dar la batalla condenando el silencio de las autoridades por un lado, y haciendo que estas modalidades de violencia formen parte de las prioridades sociales del país.
Para ello las redes sociales son útiles. En Nueva York, en París o en la Conchinchina.