En las redes, único lugar donde se puede conocer la opinión del abstencionismo más allá de la triste queja en las colas de cada día, he leído la siguiente definición del voto en nuestro presente: “Sufragar es una reacción pavloviana”. Es decir, los que votamos somos una especie de perritos sin conciencia porque reaccionamos solo ante un estímulo. Es posible que en algunos sea así, no voy a negarlo, y más aún si a la asistencia a las urnas precede la obtención de comida o recibir la amenaza por medio del carnet de la “patria”. Pero este reduccionismo ofende a un gran sector de la población que se ha formado bajo la tradición democrática y que se moviliza convencido de que debe vencer todos los obstáculos para que su voluntad se imponga, y muy especialmente sabe que no votar es la desmovilización y negar la posibilidad de la victoria. La peor diligencia es la que no se hace, la abstención (como ya hemos dicho anteriormente) no logra deslegitimarlos, se pierde la oportunidad de desenmascarar sus trampas y fraudes, y en caso de que tengamos un apoyo “institucional” (una autoridad o grupo que exija la transparencia) no tendríamos los votos para ganar. Por estas razones, yo votaré el próximo domingo 10 de diciembre.
A pesar de ello no voy a negar ¡y denunciar! los graves errores que ahora volvemos a cometer: ir divididos, no luchar por mejores condiciones electorales, no buscar ganarnos a los abstencionistas y mucho menos reconstruir nuestra alianza democrática. Son tareas que quedan pendientes y que seguirán alejándonos de nuestra meta fundamental: recuperar la democracia y el bienestar para cada uno de los venezolanos. Pero en medio de estas terribles certezas, la frustración, el estancamiento y el acelerado deterioro de las condiciones de vida de las mayorías, algo me genera esperanzas: ver un conjunto de venezolanos que no se quedaron de brazos cruzados y se lanzaron a hacer una campaña electoral contra el grosero y abusivo poder del Estado (institución colonizada por una ideología del mal). Como mínimo, debemos votar por ellos, pero debe ser un voto inteligente. De manera que propongo que nuestro apoyo vaya al candidato demócrata con mayores posibilidades de victoria, y de esa manera dividir lo menos posible nuestra voluntad.
Es admirable que un conjunto de jóvenes haya salido a hacer campaña, cuando el resto de su generación se mantiene paralizada en un entendible estado de frustración. Frustración que va más allá de la política al abandonar estudios y/o trabajo porque ya tienen decidido emigrar, aunque en la mayoría este hecho se prolongue en el tiempo. Me preocupa que muchos de ellos se queden en una especie de limbo, que es el no estar completamente acá ni poder irse. Frente a estos casos tan tristes (que también deben ser atendidos) tenemos que animar y apoyar a los que contra todo pronóstico le dan vida al sueño democrático, siendo la mejor herramienta para ello el sufragar este domingo 10 de diciembre.
A medida que nos acercamos al día de las elecciones, la decisión de muchos de no volver a participar ha cambiado. Observo cómo las personas poco a poco van redescubriendo el valor del sufragio. Y con rebeldía declaran: “¡No me da la gana de regalárselos! ¡Prefiero como mínimo que se vean en la canallada de robármelo antes que facilitarles una victoria que no poseen ni merecen!”. No está en la tradición venezolana desde el siglo XX ser abstencionistas. Nos estaríamos traicionando y no lograríamos nada. Un voto masivo con la presencia de testigos en todas las mesas, como en las parlamentarias de 2015, les hace cuesta arriba el fraude. Todas estas verdades deben ser recordadas y vividas ahora, y hay que asumirlas con mayor fuerza en los comicios presidenciales que seguramente intentarán realizar mientras se mantenga la cresta del abstencionismo.
No seremos libres y prósperos si no luchamos con todas las herramientas a nuestra disposición, siendo el voto la que caracteriza al demócrata junto con el resto de los medios de la acción civilista.
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