COLUMNISTA

Voy a morir en libertad

por Avatar EL NACIONAL WEB

Aristóteles, hace muchísimos años, dijo que la excelencia moral es resultado del hábito. Que nos volvemos justos realizando actos de justicia. Que nos volvemos templados realizando actos de templanza y valientes realizando actos de valentía. Yo vengo de una familia de comunicadores de la que me siento muy orgulloso. Una familia integrada por hombres y mujeres pioneros de la radio, la televisión y la publicidad en Venezuela: Gonzalo Veloz Mancera, esposo de mi tía Belén Blanco Yepes; Oswaldo Yepes Peña o mi tía Nelly Blanco Yepes, entre otros. Me formé, desde muy pequeño, asistiendo a grabaciones en estudios de radio, visitando sets de televisión, viendo cómo se efectuaban las filmaciones de cuñas; y después, en mis años de juventud, desarrollando campañas publicitarias o como discjockey, con apenas 18 años recién cumplidos, en programas radiales que se transmitían en las emisoras hermanas Radio Uno 1340 AM, primero; y posteriormente en La Primerísima Radio Capital 710 AM. El oficio de comunicador social me viene en la sangre, como una herencia genética que no se puede negar ni rechazar. Ha sido un largo camino en el que acumulo más de 40 años de experiencia y de la que me siento infinitamente orgulloso.

Cada una de estas actividades que estoy enumerando y remembrando de manera muy breve, evidentemente, tienen que desarrollarse en un clima de libertad y respeto por los más elementales derechos ciudadanos. El cierre de La Nueva Mágica 99.1 FM –emisora en la que estuve desde el año 2005– constituye un acto más que pretende cercenar los pensamientos plurales y las ideas. Que busca callar voces contrarias al pensamiento único que pretenden imponernos. Pero; más allá de lo que encierra esta medida, una de las cosas que más me afecta y duele, ya no solo en el plano estrictamente profesional, sino humano, es la cantidad de personas que, de un plumazo, y por una decisión completamente autoritaria, deja sin empleo a un grupo de amigos que estaba en sintonía con la filosofía de una junta directiva que respetó siempre el ejercicio de la comunicación social en el medio radioeléctrico y que, además, tiene una trayectoria y una hoja de vida impecables.

Estando un poco más joven, de la mano de una comunicadora muy querida en la sociedad venezolana, como fue Isa Dobles, aprendí entre muchas otras cosas que la libertad de expresión es un derecho; pero también una gran responsabilidad. Y en dictadura, esos preceptos quedan fuera de todo contexto porque, como dicen los músicos, no puede haber armonía cuando se nos obliga a todos entonar la misma nota. Cuesta creer en un gobierno que se presenta –a través de su propaganda y sus mensajes– como benefactor y protector de las clases desvalidas cuando, producto de un capricho de un déspota autocrático, suma nuevas familias a la terrorífica lista de desempleo, en un país que padece los más altos índices de inflación y escasez.

En estos momentos difíciles nos toca levantar nuestras voces y nuestras banderas de ciudadanía, a pesar de que de nuevo intenten ahogarnos con esta medida que nos arrebata la libertad de expresarnos, nuestro derecho de comunicarnos y nuestra libertad de pensar de manera distinta. Siempre abogaré por el respeto a las opiniones del otro aun cuando no esté de acuerdo. Condenaré, denunciaré y criticaré siempre las actuaciones de quienes, abusando del poder que ostentan, pretendan asfixiar el espíritu de quienes aspiran a un país mejor gobernado: una Venezuela donde la prosperidad –y no la pobreza– sea generalizada y en donde vivamos sin necesidad de convertirnos en mendigos de las cada vez más escasas dádivas de este oprobioso sistema.

Los periodistas de pensamiento libre, indoblegables de mente, alma y corazón, nos hemos constituido siempre en una piedra en el zapato de los regímenes totalitarios. Somos, en la mayoría de los casos, los primeros en denunciar las atrocidades que comenten los dictadores. A diferencia de los periodistas gobierneros, que siempre terminarán convirtiéndose en piezas de propaganda de los sistemas antidemocráticos, o voceros de las mentiras que edifican los tiranos para justificar su permanencia indefinida en el poder. El periodista debe, además de preguntar, exigir respuestas, increpar, siempre en aras de la búsqueda de las verdades, donde quiera que éstas se encuentren.

Leyendo Estado de sitio, el más reciente poemario de mi amigo Rubén Osorio Canales, me topé con este verso que quiero compartir con ustedes porque, a mi modo de ver, trasluce el sentimiento de muchos de nosotros:

Rogar piedad, denigra.

Que cada quien

lleve su carga a hombro y sin llorar.

Es cuestión de dar el combate de los días,

abrir las puertas y ventanas

y hacer salir el maleficio.

Busca la brújula, oriéntala hacia el sol,

siempre hacia el sol,

que así los prados se harán verdes a nuestro paso

y las flores del día recogerán nuestros aromas.

Que cada enemigo pida perdón

y cumpla su penitencia,

que caiga la intolerancia,

que sucumba todo lo marchito,

que matemos a lo abyecto

y apaguemos los infiernos

sembrados en nuestro espacio.

Que al final del combate

nos quede el amor para contarlo.

Así está escrito, así será.

In nomine patris, Amén.

Mi papá, José Domingo Blanco Yepes, quien en una oportunidad definió al periodista como un fanático irreductible de la verdad, vocero natural de la comunidad y defensor íntegro de todas las causas justas, nació en dictadura, en 1924; y murió en dictadura, en 2016. Yo, José Domingo Blanco Estrada, que nací en dictadura en 1954, ¡voy a morir en libertad!