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Votos inútiles, obligatorios y voluntarios

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Hay países latinoamericanos en los que votar es inútil. Venezuela es el caso más escandaloso. Cuando la oposición consigue que no le hagan demasiadas trampas, el chavismo priva a los vencedores de las prerrogativas que marca la ley y sin el menor recato les anulan las mayorías logradas en las urnas. Ahí las elecciones son una farsa.

En Cuba, que es la madre y maestra del chavismo, el mecanismo electoral es aún más diáfano. La oposición ni siquiera puede participar. En la isla, candidato proviene de candado. El sistema está lleno de candados para que solo pasen los comunistas. En los comicios actuales, ni siquiera uno de los opositores ha podido franquear las talanqueras impuestas por la contrainteligencia, pese a que más de un centenar lo intentó. Raúl tampoco ha permitido el referéndum que, conforme a la ley, piden los partidarios de Cuba Decide. Los Castro ya decidieron por todos los cubanos desde hace 60 años.

En Bolivia el pueblo votó para que Evo no se reeligiera y el presidente aymara se pasó los resultados por el forro de la Constitución. Lo mismo que sucedió en Colombia cuando los ciudadanos decidieron cerrarles el camino de la impunidad a los narcoguerrilleros comunistas de las FARC en un referéndum notable. Juan Manuel Santos continuó sonriente e imperturbable por el camino de los acuerdos de paz, como si con él no fuera, y como si la ley no lo obligara a obedecer a sus compatriotas.

En Nicaragua, Daniel Ortega, con el apoyo de una buena parte de la clase empresarial y –todo hay que decirlo– con el respaldo de los grandes sectores de su clientela política fue apoderándose ilegalmente de los mecanismos electorales, hasta establecer un curioso somocismo de izquierda en el que habla como Lenin, pero gobierna como D. Anastasio, Tacho para sus amigos, muy alejado del modelo colectivista de los años ochenta, cuando hervía al calor de la Revolución cubana y destruyó insensiblemente el aparato productivo de los nicas.

Hay países latinoamericanos democráticos en los que votar es voluntario. Así ocurre, por ejemplo, en Chile, Costa Rica, República Dominicana, Honduras, México y Paraguay. En otros, es obligatorio: Argentina, Brasil, Panamá, Perú y Uruguay. ¿Qué es mejor? ¿En cuáles se refleja con mayor claridad la voluntad popular?

Sospecho que es preferible que el voto sea obligatorio. Es cierto que no votar es una expresión de la libertad personal, pero siempre se puede votar en blanco o anular la boleta. Además, acudir a las urnas no es solo un derecho: es un deber cívico que solo pudiera declinarse por razones de fuerza mayor.

Existe, además, una razón práctica para hacer el voto obligatorio y tiene que ver con las vísceras.

Me explico, aunque me adelanto a decir que los siguientes factores son todos comprensibles, pese a que alguno sea ilegal.

Los clientes políticos votan con el estómago. Reciben algo a cambio del sufragio. A veces son tan pobres, o están tan cínicamente desencantados, que venden sus votos por un poco de dinero. Esto sucede claramente en la costa colombiana, en Centroamérica y en República Dominicana.

Los partidarios votan con el corazón. Son hinchas. Son fanáticos. A veces, incluso, son partidarios por tradición familiar. No suelen detenerse a pensar en las consecuencias de la selección. Aman a su candidato o a su partido y los apoyan contra viento y marea. El amor es así. El corazón tiene sus propias razones.

Los adversarios eligen con el hígado. No votan a favor, sino en contra. Les irritan ciertos candidatos y acuden a tratar de impedir que lleguen al poder.  La rabia gobierna sus decisiones políticas. Con frecuencia, el hígado es movilizado por cuestiones ideológicas. Votan contra la derecha. Votan contra la izquierda.

En cambio, entre quienes no votan hay más probabilidades de que utilicen sus cerebros, dado que el resto de las vísceras no entran en la ecuación. A veces, claro, se inhiben de votar por pura indolencia o por ignorancia y luego lo lamentan. Les ocurrió a los británicos que no participaron en la selección del brexit. Presumiblemente, es lo que le sucedió al 37% de los venezolanos que no acudió a las elecciones de 1998. La abstención le dio la victoria a Hugo Chávez y ahí comenzó el descalabro. Si el voto hubiera sido obligatorio tal vez otro gallo cantaría.

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