Venezuela vive la crisis moral, política, económica, financiera, social, militar, judicial, sanitaria, educativa, cultural, migratoria más grande que haya conocido en toda su historia. La soberanía nacional ha sido entregada a Cuba, los derechos humanos pisoteados y la institucionalidad destruida. En ese marco, la dictadura de Nicolás Maduro ha convocado una farsa electoral para el próximo mes de mayo.
Hay una parte de la “oposición” que ha decidido participar en esas elecciones. Aunque existan dudas razonables en relación con la condición opositora de la inmensa mayoría de quienes han asumido esta postura, no se puede ignorar que su línea argumental pueda parecer pertinente y que pudiera engañar a algunos venezolanos de buena fe.
¿Cómo justifican la participación en unos comicios convocados a destiempo por la espuria asamblea nacional constituyente, evidentemente fraudulentos y dirigidos por Tibisay Lucena? El argumento es sencillo: Maduro cuenta con el rechazo de cuatro de cada cinco venezolanos y su gobierno es responsable de la crisis que vivimos. Por muchas que sean las trampas y triquiñuelas –dicen–, es perfectamente posible derrotar a Maduro si los electores se presentan masivamente a las urnas. “Si pudimos hacerlo en las elecciones parlamentarias de 2015, ahora, en medio del desastre en que vivimos, será mucho más fácil”.
Se trata, cualquiera que sea la manera de expresarlo o el talento de quienes argumentan, de una falacia de proporciones descomunales.
Es un engaño porque todos sabemos, incluso por confesión de parte, que el gobierno no ha estado nunca ni estará en disposición de entregar el poder cuando el resultado le sea adverso.
“Ganamos la Asamblea Nacional en 2015”, dirán algunos ilusos o estafadores. Pero olvidan que lo que estaba en juego no era la Presidencia y que con el TSJ y la asamblea constituyente la AN fue privada de todas sus atribuciones constitucionales y, en consecuencia, fue muy poco lo que ganamos.
La Mesa de la Unidad Democrática, incluido Henri Falcón, fue a Santo Domingo a un proceso de negociación con el gobierno para conseguir alguna mejora en las condiciones electorales. Estaban presentes los cancilleres de varios países de América Latina. El gobierno no hizo ninguna concesión y las reuniones terminaron sin acuerdo alguno.
Las fuerzas democráticas hicieron lo que tenían que hacer: decidieron no presentar candidatos y no participar en la payasada electoral organizada por Maduro. De manera insólita, Henri Falcón anunció su postulación. Tanto el candidato como un puñado de seguidores pretenden embaucar a los venezolanos enseñando encuestas en las que se evidencia que Maduro puede ser derrotado.
Debe recordarse que, en el mes de octubre, Falcón perdió la Gobernación del Estado Lara. Todas las encuestas indicaban que iba a ganar por un margen superior a los 20 puntos porcentuales. Según los resultados del CNE, Falcón perdió por más de 20%. ¿Quiere esto decir que las encuestas se equivocaron? Dirá alguno que ello ocurre con frecuencia. Pero lo que no pasa nunca es que todas las encuestadoras se equivoquen por más de 40%. No, no estaban equivocadas, lo que pasó es que la palabra de Tibisay vale más que cualquier sondeo de opinión y no tiene nada que ver con la voluntad expresada por los electores.
Algunos alegan que los demócratas deben votar siempre y que la abstención siempre es un error. Señalan casos en los que regímenes autoritarios perdieron elecciones en condiciones sumamente desventajosas para la oposición. Pero sucede que hay elecciones y elecciones. En julio del año pasado el gobierno convocó elecciones para designar los integrantes de una asamblea nacional constituyente: la oposición decidió no participar y a pesar de las imágenes de las televisoras oficiales que evidenciaban la ausencia total de electores, Tibisay Lucena anunció la “victoria” del gobierno con más de 8 millones de votos. En aquella ocasión el partido de Henri Falcón no postuló candidatos y nadie ha lamentado la abstención opositora.
Este es un ejemplo entre miles que evidencian que los demócratas no tienen por qué participar en cualquier tipo de elección. Para citar un precedente adicional, recordemos el plebiscito de diciembre de 1957, “ganado” por Pérez Jiménez con amplia ventaja. La oposición no participó y días más tarde, cayó el gobierno.
Si Henri Falcón no quiere pasar a la historia como una muleta (o un taparrabo) inventada por Maduro para disimular el fraude electoral, no le queda más camino que retirar su candidatura. Se haría un favor a sí mismo.
Pero si ello no ocurre, no puede seguirse aceptando la conseja en virtud de la cual hay una oposición que participa y otra que se abstiene. Eso es falso. Los que participen son marionetas del gobierno, y la oposición se encarna en todos aquellos que rechazan la farsa del 20 de mayo.
No se nos escapa el hecho de que quienes no vamos a votar el mes que viene necesitamos líderes, y que la abstención no basta. Se requieren estrategia y claridad de objetivos. Para nadie es un secreto que el liderazgo opositor ha perdido credibilidad y prestigio. Las marramucias parlamentarias para no discutir el antejuicio a Maduro poco ayudan en ese sentido.
Hay, sin embargo, cambios muy significativos. El primero de ellos fue, precisamente, la valiente y firme decisión, encabezada por Julio Borges, de no llegar a acuerdo alguno con el gobierno. Tampoco podemos pasar por alto la presencia conjunta de Julio Borges, Antonio Ledezma y Carlos Vecchio en representación de Leopoldo López, en las principales capitales europeas ratificando las razones por las cuales las elecciones del mes que viene no pueden ser reconocidas. El documento presentado por estos tres líderes es un primer paso hacia una unificación de posiciones entre los principales sectores de la oposición, y lo deseable sería que todos los que de verdad adversan al régimen suscriban esos planteamientos.
Por último, los venezolanos se preguntan: si no votamos, ¿qué hacemos? La respuesta es sencilla: si votamos, no ganamos nada, solo le hacemos un favor a Maduro. Pero la reelección del dictador no significa que va a durar seis años más. La única expresión de oposición no es votar, la Constitución deja abiertos muchos caminos.
La paciencia del país tiene límites y la de la Fuerza Armada también. No bastará un puñado de generales corruptos para impedir que los oficiales y soldados acompañen al pueblo en hacer cumplir la Constitución.