«Digo, como me conmina a hacerlo Juan el apóstol, lo que he visto, lo que veo y lo que seguramente veré. Si el voto no nos salvó, tampoco esta vez nos salvará. Le regalará de gratis una pátina de liberalismo a Maduro y una chapa de democracia al servil funcionariado del castrismo cubano. Ahora, que cada cual asuma su responsabilidad ante la historia y limpie su rostro ante sus descendencias. Quien quiera ir a votar, que lo haga. Está en su pleno derecho. Y así sea una farsa, puede que tranquilice su espíritu en estos tiempos terribles. Pero que los novelistas no me jodan: yo lo haré o no lo haré bajo el imperativo de mi conciencia. Y esa, limpia de toda mácula, no se rendirá ni al tartufismo de los suyos ni al fascismo gobernante”
Así canten misa, no ha sido ni la MUD ni ninguno de sus partidos, ni sus líderes y sus palafreneros y propagandistas mediáticos –periodistas de postín, escritores de prensa, radio y televisión, novelistas premiados, de entre ellos los más encarnizados mercenarios de la pluma– ni ninguna de las elecciones celebradas en Venezuela desde el tristemente célebre referéndum revocatorio del 15 de agosto de 2004, ni la de diciembre de 2015 que nos permitiera vanagloriarnos durante unas horas de haberle roto el espinazo al régimen conquistando la mayoría calificada del primer bastión de las democracias, el Parlamento; ni siquiera –y vaya cuán infinitamente más valiosa que todas las elecciones habidas y por haber– el primer referéndum constituyente celebrado al calor de la revolución democrática venezolana el 16 de julio de 2017, mandato supremo de la soberanía popular venezolana que se haya visto en ninguna elección regional orquestada, organizada, dirigida y telecomandada por la tiranía cubana con el jolgorioso respaldo de la llamada oposición legalizada; nada de toda esta farsa escrita por los guionistas políticos de la cuarta y la quinta en pública comandita han puesto al régimen en el cadalso.
Muy por el contrario, y que vengan sus fablistanes a desmentirme. Ninguna de todas esas elecciones ha puesto en aprietos a la dictadura totalitaria que nos abruma, nos hambrea, nos ha traído al infierno de la crisis humanitaria y a este genocidio a cuentagotas. Ninguna ha impedido que esta tragedia haya alcanzado la duración y la hondura que ha alcanzado: dieciocho años de humillaciones, ultrajes, robos, asesinatos y saqueos. No han sido los gobernadores, alcaldes y diputados electos para gerenciar, dirigir y sobre todo –hélas, mágico logos de los tartufos opositores– “defender los espacios”. Como si el Estado fuera una torta que unos agalludos recién escapados de los exámenes finales de la UCV pudieran devorarse a pedazos para metabolizar nuestra sobrevivencia, arrancándosela de los hocicos a los dueños del tarantín estatal. ¿Cuántos alcaldes presos, asilados, perseguidos y anulados han podido defender “sus espacios”? ¿De qué han servido esos “espacios”? De nada. Chatarra. Globos desinflados. Fuegos fatuos. Ilusiones ópticas. ¿Qué era más importante para el poder real, el de verdad verdad, el de vida o muerte que detenta la satrapía, que decide a quién le da casa por cárcel para mejor maniatarlo: el espacio El Hatillo o David Smolansky? ¿La Alcaldía Metropolitana o Antonio Ledezma? ¿Ramón Muchacho o la Alcaldía de Chacao? ¿Luisa Ortega Díaz o la Fiscalía General de la República? Allí tienen su fortín, el espacio de espacios: la Asamblea Nacional, convertida en un basurero que no toca ni pinta, al extremo que sus bachilleres ya la abandonaron para subir unos escaloncitos en la competencia imaginaria por los espacios baldíos. Babeando todos ellos la detrás de la zanahoria que cuelga del cogote de Nicolás Maduro. Vengan a mí que les tengo reservados sus espacios…
Tengan el coraje, la honra y la hombría de reconocer la verdad, que ante este apocalipsis debemos seguir la conminación bíblica de Juan, el apóstol: “Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.” San Juan, Apocalipsis, 19. ¿Y cuál es esa verdad? Que sin la rebelión de la juventud venezolana que echara a andar con paso de gigante en febrero de 2014, con su terrible saldo de mártires, heridos, presos políticos y desterrados, el mundo jamás hubiera comenzado a enterarse acerca de lo que sucedía en Venezuela. A Rihanna y Madonna, a Rubén Blades y Alejandro Sanz, a los actores de Hollywood y a The New York Times, al Time de Londres y El País de España, a Le Monde de París y al Frankfurter Allgemeine Zeitung, de Alemania, no los conmovieron los discursos electorales de Henry Ramos Allup y Henrique Capriles Radonski, de Julio Borges y Freddy Guevara, de Timoteo Zambrano y Manuel Rosales: los conmovieron las muchachas y muchachos asesinados con tiros de escopetas y pistolas en el rostro mientras expresaban su indignación por la persecución del régimen contra nuestras universidades. Los conmovieron las muchachas devolviéndole a los mercenarios cubanos del régimen sus bombas lacrimógenas, la muchacha asesinada en brazos de su novio motorizado, el cráneo destrozado de un balazo del adolescente arrastrado de debajo de un carro por uno de los miles de asesinos, cubanos y venezolanos, usados como perros guardianes y bestias feroces por el agente del G2 cubano que funge de presidente de la República, ante la sonriente alcahuetería de nuestros próceres electoreros. Que han corrido a desmentir a nuestras periodistas y nuestros literatos: usaron las elecciones para enfriar la calle, para ofender la memoria de nuestros mártires, para ganarse el sueldo, sus camionetas, sus escoltas y guardaespaldas. Para entubar al asfixiado dictador por encargo. Lo hicieron en abril de 2014, en 2015, en 2016 y ahora en 2017.
Y tienen el descaro incomparable de acusarnos de abstencionistas, ellos, que se han abstenido sistemáticamente de honrar a quienes los elegimos. ¿No juró Henry Ramos Allup que en seis meses sacaba a Maduro y liberaba a todos nuestros presos políticos? ¿Qué mayor abstención que la suya, que se defecó sobre su juramento? ¿Es que él no se abstuvo en 2005, cuando su carnal Julio Borges votaba encapillado? ¿Es que no se abstuvo en las presidenciales de 2006, cuando se negó a votar por Manuel Rosales? ¿Qué autoridad tiene Borges para reclamarnos si decidimos, en pleno uso y facultad de nuestros derechos, no votar por sus paniaguados y válidos, si al frente del Parlamento donde lo pusiéramos no ha sabido defender ni la propia institución, arrastrándola a los pies de ese adefesio nazifascista llamado asamblea nacional constituyente? ¿Él, que prefiere ser ultrajado por un mayor de la Guardia Nacional que elevarse a la estatura del líder que nuestros mártires y nuestros padres fundadores se merecen?
Digo, como me conmina a hacerlo Juan el apóstol, lo que he visto, lo que veo y lo que seguramente veré. Si el voto no nos salvó, tampoco esta vez nos salvará. Le regalará de gratis una pátina de liberalismo a Maduro y una chapa de demócrata al servil funcionariado del castrismo cubano. Ahora, que cada cual asuma su responsabilidad ante la historia y limpie su rostro ante sus descendencias. Quien quiera ir a votar, que lo haga. Está en su pleno derecho. Y así sea una farsa, tranquilizará su espíritu en estos tiempos terribles. Pero que el novelista no me joda: yo lo haré o no lo haré bajo el imperativo de mi conciencia. Y esa, limpia de toda mácula, no se rendirá ni al tartufismo de los suyos ni al fascismo reinante.