COLUMNISTA

Volver a ser

por Rodolfo Izaguirre Rodolfo Izaguirre

El sueño puede haber sido apacible o intranquilo, pero al despertar tenemos que mirar de frente al nuevo día y obligarnos a rehacernos, es decir, a inventar un país porque el que creíamos tener se ha reducido metafórica y físicamente por una desatinada izquierda atolondrada y populista en ruina y escombros. Sé que somos muchos los que sostenemos el empeño de no ser habitantes o usuarios sino ciudadanos, seres más dignos, responsables y respetuosos no solo de uno mismo sino de los que pasan junto a nosotros, así piensen distintos y se crean diferentes. ¡La verdad, no lo somos! Nadie es diferente del otro.Todos navegamos en el mismo mar y topamos o evitamos los mismos escollos o arrecifes, pertenecemos al mismo bosque de árboles de largas edades que conocieron guerras y tempestades; compartimos, festejamos o construimos una misma historia de arrebatadas aventuras políticas y duras negligencias burocráticas o administrativas; una democracia quebrantada periódicamente por las siempre bien aceitadas pero perversas armas militares.

Todos, chavistas y no chavistas, somos víctimas del mismo desacreditado país. Vale la comparación con el carcelero y su reo: ambos están recluidos, los dos padecen la reja y la incomunicación. Cada uno de nosotros tiene su personal manera de expresar sus opiniones, pero a la larga todos hablamos el mismo idioma a la hora de plantear las exigencias y recibir respuestas inmediatas.

Es necesario inventarnos una nueva geografía humana. Recuperar el alma del país, la nobleza que veíamos en la mirada de los otros. Sus ojos también eran los míos y los éxitos que obtenían mis compatriotas en el camino que se habían trazado resultaban ser igualmente míos y se enorgullecía el corazón y rebosaba mi espíritu de alegría ¡Lo que hemos perdido en estos últimos años es la alegría! Ella parece haber desertado del corazón y ¡perdóname Dios!, pero creo que también desertaste, nos diste la espalda, te hundiste en el resquebrajado horizonte por donde el sol también vacila en hundirse cada tarde. A veces, este mismo sol pierde tiempo en mostrarse y siento que debe estar tan perturbado como yo, afligido como también debía sentirme yo esta mañana al constatar que no llegó la solución política que iba a aliviar los maltratos de la catástrofe bolivariana y jubiloso pensaba que la oposición dejaba de asestar los zarpazos de sucesivas deserciones o de confundirnos con tendenciosas actitudes.

Miro las hojas del calendario esperando con ansia el mes de agosto para saber si el sol llenará a la luna de más luz, de una luz aún más intensa y deslumbrante y florecerá la noche con más estrellas en el firmamento y aumentará el verdor de alguno de los arbustos de mi jardín. Digo agosto para no mencionar la palabra «futuro» que siento distante, pero en ese agosto que menciono habrá también agua en las represas y luz en las turbinas hidroeléctricas. Más alimentos en las alforjas de ricos y pobres y el dólar ya no valdrá el escandaloso millón de desventurados bolívares. Tal vez, sentiremos que hay mas júbilo navegando en nuestras almas.

Hay quienes solo manifiestan tristeza, rabia y desaliento, pero somos muchos los que buscamos mecanismos inteligentes o ingeniosos para salir del atolladero político y vencer la pandemia. Nuevas maneras de contactarnos, reunirnos e intercambiar ideas, proyectos, invenciones. Maneras de comprar y vender alimentos, objetos, artículos electrodomésticos. Rházil, Boris y Valentina, mis hijos, me cuidan y se preocupan por mi desde Los Ángeles, Madrid o Caracas. Ya no me avergüenza que me mantengan porque es lo que ocurre con la mayoría de padres que mostramos dos o tres dólares como la reducida cifra de sus jubilaciones. Tampoco se avergüenzan los asaltantes del poder que trafican desde lo alto, pero continúan hundiéndose en sus desaciertos y perversidades sin mostrar ningún afecto hacia nosotros. Acabo de sufrir una nueva desilusión. La empresa con la que he mantenido relaciones de recíproco afecto pretendía que firmara un contrato en el que cedía mis derechos de autor por 99 años por apenas 200 dólares cada vez que grabara un programa vinculado al cine. Me sentí no solo ofendido sino manipulado, extorsionado. Me negué a firmar y preferí perder la oportunidad que tanto necesitaba.

Tenemos que tener claro que todo lo que hagamos a partir de este momento: el trazo y los colores que animan a las artes plásticas; el misterio de la partitura que comienza a volar y a mariposear convertida en música apenas la toca la mirada del compositor; las palabras que se juntan en los textos del escritor, el esfuerzo del ebanista, del latonero y del chofer al realizarse en sus respectivos trabajos deben tener frente a sus ojos al país que nos obligamos a inventar para devolvernos al regocijo de ser mientras revisamos los términos de una democracia que durante cuarenta años excluyó a las minorías políticas, quiero decir, ¡a mí!