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Con este mismo título publiqué en el pasado en este diario similares anotaciones sueltas, aforismos sin garbo. Aprovecho para volver a hacerlo esta vez que, con razones muy razonables, se nos pide que entreguemos la columna dominical con una semana de anticipación. Cosa, por supuesto, más difícil en la Venezuela de Maduro y Makled que, digamos, en Finlandia, el país más feliz del mundo según la ONU, con sus bosques boreales, su insólita pulcritud administrativa y las geniales edificaciones de Alvar Aalto.                          

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Ahora casi nadie quiere hablar de política. No por otra razón, sino que ya no encontramos nada que agregar, después de tanto tiempo amontonando fracasos conceptuales, hipótesis liberadoras fallidas. Estoy afónico políticamente, me dice un escritor amigo. Habría que encontrar los medicamentos pertinentes para el mal porque queda demasiado por decir.

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La cultura parece haber desaparecido de la refriega nacional, con excepciones claro. El llamado Frente Amplio opositor que quiere juntar políticos y sectores civiles, hasta los vendedores de casabe y los vecinos de las más lejanas vecindades, ni siquiera la ha convidado. Ella tampoco se ha hecho convocar. Es que muchos se han ido lejos, dicen. O meditan en sus cuarteles de invierno, agregan. Custodian el espíritu nacional para que no muera. Pero cada vez menos hacen lo que no hace tanto se hacía, nada decisivo por supuesto, pero se hacía: documentos, encuentros, eventuales furores… Lo curioso es que algunos todavía le atribuyen un papel protagónico en la denodada lid nacional.

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Esto de la corrupción latinoamericana es de verdad parte esencial del espíritu de la época. Que un consorcio brasileño, uno, haya prostituido a líderes de una vasta geografía, hasta de distinguida apariencia, incluso de momentos históricos altivos y generoso apoyo de sus pueblos es verdaderamente sorprendente y lastimoso. Al parecer ese cáncer termina por superponerse a muchas contradicciones y apuestas de nuestro presente. Marcelo Odebrecht ha moldeado más nuestra historia regional, con sus insólitos mecanismos de compra venta moral, que batallones de políticos y posturas ideológicas. Pronto sabremos qué parte de la tragedia venezolana le debemos a la corrupción generalizada del chavismo, a ese inmenso número de ceros a la derecha que ya han asomado sus dimensiones. Será de no creer.

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Yo he sentido particular deferencia por el liderazgo de Henrique Capriles. No olvido su admirable campaña electoral contra Maduro que nos reveló que la oposición venezolana tenía un líder capaz de movilizar masas en los más apartados rincones del país, como no habíamos visto nunca en los años del chavismo. Tampoco su valor personal en las calles de 2017 en que caminó y caminó y fue inhabilitado, y se le impidió viajar y se le golpeó, robó, asfixió, maldijo…y nadie lo pudo detener. Si algunos calificativos me vienen a la cabeza son los de constancia y arrojo. Por eso me pregunto en qué anda por estos meses que tan poco se le ve. En horas decisivas en que se diría que le tocaba liderar naturalmente la resistencia. Alguien me dice que está dejando pasar la menguada hora de la dirigencia política, después de tantas derrotas de tan variada índole. A lo mejor, pero a veces en los momentos duros se consolidan los grandes liderazgos.

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Alguna vez habrá que darle enormes créditos a algunas ONG nacionales y afines que han dado luchas contra el despotismo de una tenacidad y contundencia admirables. Me ha tocado, por ejemplo, seguir de cerca lo que hacen algunos equipos de la esfera de la salud por informar y denunciar los alevosos crímenes, no son otra cosa, de la dictadura en ese ámbito. Ahora publican una página web en que se puede acceder a una información sistemática sobre la cuestión, www.alianzasalud.org.

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