Siempre hemos protestado, siempre hemos salido a la calle a manifestar en contra de los desmanes y arbitrariedades de los mandatarios de turno. Todas las estatuas que mandó levantar Antonio Guzmán Blanco, (el Saludante y el Manganzón, las más conocidas) fueron derribadas por una multitud enardecida y se vieron pancartas de protesta en tiempos del irregular y desastroso mandato de Cipriano Castro.
La protesta de calle se transformó en violentos saqueos a las casas de los gomecistas al conocerse la muerte de Gómez, mientras el general Eleazar López Contreras, sucesor de Juan Vicente miraba para otro lado. Con el derrocamiento de Isaías Medina y durante el llamado trienio adeco se produjeron saqueos a los comercios de El Silencio, la destrucción de los archivos policiales, el ensañamiento contra los policías y duras persecuciones y torturas en El Trocadero a los medinistas. Entre los régímenes despóticos (Gómez, Pérez Jiménez, Maduro) y períodos democráticos, hemos padecido el rigor de toscas “revoluciones” y alborotadas pero sangrientas montoneras y caudillos civiles igualmente autoritarios. La vida política venezolana siempre se ha volcado hacia la calle (¡el Caracazo!) quemando lo que encuentre, gritando consignas contra los gobiernos y agitando banderas y pancartas y haciendo sonar pitos y cacerolas. Lo que cambia es la participación ciudadana, civil y desarmada cada vez mas creciente y temeraria y la consiguiente intensidad criminal de la represión desatada por el ejército, la policía o la guardia nacional con armas progresivamente mas sofisticadas y letales: cascos y escudos antimotines; gases tóxicos de toda naturaleza, balas de goma y balas de verdad y perdigones; potentes chorros de agua lanzados desde una “ballena” capaz de disolver multitudes; allanamientos de moradas con robo de pertenencias, detenciones arbitrarias y una mente perversa que ordena la masacre desde el palacio o desde el Ministerio de la Defensa.
Si llega a ocurrir un cambio de autoridades lo primero que tendrá que hacer Miraflores es enterrar definitivamente a Juan Vicente Gómez, eliminar la guardia nacional, reorganizar la policía y enseñarles moral y cívica; mantener al ejército en los cuarteles, obligarlos a dejar allí las armas y vestir al soldado de civil si quiere participar en política. (¡Yo tiraría en el océano Atlántico las llaves de los cuarteles que conspiran contra la institucionalidad de las Fuerzas Armadas!)
El país hace esfuerzos por encausar la política de calle organizándose en partidos políticos que asumen, en principio, la voluntad de esa noción ectoplásmica que se llama “pueblo”, “democracia”, nociones tan vagas como “Humanidad” que es tan digna de embeleso solidario como ver llover desde mi ventana. (Margarita López Maya en el tercer volumen de Venezuela siglo XX, editado por la Fundación Polar, coordinado por Asdrúbal Baptista, analiza este fenómeno de nuestro proceso sociopolítico). Personalmente, no creo en la democracia; ¡creo en la República! El sátrapa convoca a elecciones, hace trampas descaradamente y las gana. Los países de la región celebran porque sus gobiernos hacen lo mismo y las elecciones constituyen “la mejor demostración de libertad y ejercicio democrático” y el país venezolano, en consecuencia, tiene que soportar un nuevo período de brutalidad y escalofríos dictatoriales mientras los gobiernos de la región ríen, tardan en fijar posición y dejan que se desvanezca la urgente aplicación de la carta democrática en la seguridad de que Zapatero, el ex presidente español y sus 160.000 euros de cínicos emolumentos, seguirá persistiendo en sus guabinosos malabarismos que solo favorecen a la tiranía.
Se advierte que la represión, como es de esperar, se organiza y dota a los guardias nacionales de equipos antimotines pesados y sofisticados que los convierten en réplicas de Robocop; lo que contribuiría a obstaculizar sus desplazamientos: Robocop se agota por el peso de lo que porta, el calor lo agobia; lo perturba el estar acuartelado sin poder ver a la familia, y es echado a la calle a cumplir órdenes consciente de estar actuando injusta, criminal y cobardemente contra una población civil que lo único que quiere es defender sus derechos pisoteados, precisamente, por quienes imparten las órdenes. ¡Y este guardia, jovencito, que bachaquea igual que nosotros, al sentirse vulnerable puede ceder y ser objeto de agresiones verbales de quienes lo enfrentan, recibe palizas y se le ha visto correr! ¡El mayor peligro está en los grupos violentos!
Las últimas manifestaciones de protesta (abril 2017) revelan algo muy valioso e importante: ¡el miedo atenaza ahora al propio régimen!
¡Una vez más, tenemos la sartén por el mango!
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