COLUMNISTA

Vigencia de Carlos Rangel

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

El país cultural va redefiniéndose en 2019 a pesar de la persistencia de la dictadura. A las iniciativas emergentes, de último cuño, debemos sumar la organización de cineforos y conversatorios sobre documentales políticos.

Entre el menú de eventos alternativos cabe destacar el realizado por Andrea Rondón de Cedice a propósito de la vigencia del pensamiento de Carlos Rangel.

Para resaltar la obra y la vida del personaje, nos reunimos en la librería Alejandría de Paseo Las Mercedes, el pasado sábado, a fin de proyectar la película biográfica producida por Cinesa sobre la figura del periodista e intelectual de tendencia liberal. Sorprendió la cantidad de jóvenes presentes en la cita.

Las generaciones de relevo acusan el hastío de una educación centrada en el estatismo, así como el tiempo eterno de la dictadura socialista. Por tanto, reclaman y demandan nuevos referentes; quieren descubrir variedad y diversidad de pensamiento.

Si el contexto les niega la pluralidad, ellos no renunciarán a buscarla por sus propios caminos verdes. Por algo cruzan la frontera sin complejos y cuando lo deciden.

Del mismo modo, encuentran alivio en la oferta comunicacional de las redes sociales y los tejidos estéticos de la resistencia. Ahí se justifica el hecho de compartir la difusión del documental de Carlos Rangel, un trabajo audiovisual austero de cincuenta minutos, cuyo principal mérito radica en dar a conocer el legado del famoso conductor de Buenos días, por medio de la intervención de un grupo de expertos a través de la técnica de la entrevista.

Plinio Apuleyo Mendoza, Álvaro Vargas Llosa, Colette Capriles y Carlos Raúl Hernández reconstruyen las fases históricas del inquieto escritor y reportero en ajustados primeros planos.

La cámara compone un clásico montaje de cabezas parlantes, donde la creatividad se ve limitada por el presupuesto.

La austeridad y la modestia del acabado plástico se compensan con la edición de los testimonios y los archivos, siempre relevantes y enriquecedores en el propósito de refrescar la memoria agrietada por 20 años de amnesia inducida por la izquierda carnívora.

En televisión, Carlos Rangel destacó como un auténtico defensor de la independencia editorial, para crear un espacio trascendental de “socialización” con Sofía Ímber.

Ambos se pusieron a la altura de la Venezuela de los notables, seguramente anticipando las luces y sombras del fenómeno de las élites enfrentadas a los partidos y las masas carenciadas.

De cualquier manera, el pasado mediático brinda un escenario ideal para ser tomado como fuente de inspiración, de cara a la ruta censurada y unidimensional de la actualidad.

Los chamos se sorprenden por la calidad de los contenidos, en plena oposición a la empobrecida programación de VTV y su línea de prohibir el debate abierto.

Carlos y Sofía hablaban a diario con representantes de las diferentes toldas, dándole voz a los disidentes y a los acoplados al sistema. En las dos instancias, la palabra y el respeto eran honrados como valores de la pantalla chica.

Junto con la profesora Rondón, tuvimos ocasión de ponderar las virtudes y los puntos objetables del documental. Reivindicamos la estructura de su guion aristotélico, la impecable factura de la dirección, la seriedad en la investigación de cada capítulo.

Sí extrañamos rigor en la ausencia de opiniones divergentes. El diálogo socrático lo completamos en el ejercicio de la ciudadanía.

Coincido con la doctora Rondón en señalar el tono superficial del quinto acto, cuando se obvia profundizar en el suicidio del homenajeado. Se entiende el compromiso ético y moral. No obstante, el entorno cinematográfico y documental es idóneo para despejar dudas, proponiendo relatos fuera del canon de  la corrección.

En efecto, el documental se queda pequeño ante la enorme complejidad de un libro como Del buen salvaje al buen revolucionario, un ensayo de absoluta pertinencia en virtud de las profecías anticipadas por el creador del texto publicado en 1976.

Todavía sigue siendo polémico y tabú para innumerables sectores, por cuestionar la pesada herencia marxista de populistas, cristianos y apólogos del capitalismo subsidiado.

El cáncer de los bolichicos fue diagnosticado por la pluma de Rangel, quien a su vez pronosticó el suicidio estalinista de la nación, a la sombra de unos arquetipos realmente alienantes.

La victimización y el nacionalismo nos trajo hasta aquí. El miedo a competir en el campo empresarial se encumbró, como método, en función de la narrativa estatista y antiimperialista.

Al final, Maduro rompió como “buen revolucionario” con Estados Unidos, para aceptar el control de Rusia, China, Corea, Irán y Cuba.

Por ironías del destino, el régimen rojo, llamado a emanciparnos, terminó por asesinar a “los buenos salvajes” del Amazonas, al instante de protestar por el acceso de la ayuda humanitaria.

Íbamos a regresar a la era del primitivismo originario, porque Chávez tuvo un sueño, una fantasía de retorno al paraíso perdido. Después de todo el cuento, el chavismo fusiló a los indios, como en las postales explotadas para condenar el proceso de la colonización en América Latina. Los supuestos salvajes dejaron de ser buenos para los revolucionarios entrampados en su laberinto.

En el futuro inmediato, Venezuela será libre, de nuevo.

Pasamos dos décadas de oscuridad y catástrofe. Volverá la razón anunciada por Rangel a favor de la consolidación de la democracia.

A punta de golpes, se aprendieron las lecciones del “Tercemundismo”.

Juan Guaidó tiene el reto de romper con el bloqueo y enrumbarnos por la senda del progreso, de la modernidad, de la globalización occidental.