El Viernes Santo es una de las más representativas y profundas conmemoraciones del cristianismo. Se inmortaliza y recuerda la muerte de Jesús de Nazaret y la Iglesia Católica ordena a su devota feligresía guardar ayuno y abstinencia como penitencia. Solidaridad con el Hijo de Dios que vino a sufrir por nosotros, a la vez que a traernos esperanza, renovación de confianza, certidumbre y fe.
Hoy es día de reminiscencia y reflexión, el sufrimiento y fallecimiento no son motivos para hacer retórica frívola y distorsionadora de mentes, sino para sentarse a pensar en lo que hemos hecho mal y lo mucho que podemos hacer mejor, analizar con sentidos lavados de resabios lo que nos han querido hacer creer, lo que nos rodea en realidad y lo que quisiéramos fuese nuestro país y la sociedad venezolana.
Ni siquiera es día de cavilar en lo que alguna vez fuimos o nos cuentan que fuimos, sino de grabarnos profundamente lo que debemos ser. Hoy se impone la remembranza y análisis, pero también el compromiso y adeudo democrático republicano.
Estamos advertidos, nos lo han anunciado de mil maneras y, además, con exceso de adjetivos que como el tul envuelven las formas, pero dejan ver el fondo. Nos están planteando un nuevo engaño masivo. Un megafraude incivil y soez. Estamos al corriente de que el 20 de mayo los tiranos se vestirán de jurados y empuñarán liras para cantarle al incendio que provocaron, y nos invitan a glorificarlos, aplaudirlos, elogiarlos. Habrase visto semejante sandez y estulticia.
La obligación ciudadana es decidir si queremos ser parte de la malévola y satánica composición o ayudar para que se consuman en su fuego. Los volcanes gruñen anunciándose, pero no piden ni necesitan permiso para estallar. Huracanes y tifones oscurecen los cielos, estén más lejos o menos siempre llegan y arrasan. Los pueblos esperan, tragan mentiras, oyen desesperados y necesitados promesas majaderas populistas, pero agazapados, tolerantes, pacientes, inconformes y sufridos aguantan hasta que se convierten en volcanes y ciclones; la historia de la humanidad está llena de ejemplos.
Mientras algunos opositores viajan, hablan y hablan las mismas pendejeras que ya nadie escucha, se reúnen, planean intereses y objetivos propios; el gobierno inventa, encarcela conspiraciones y engaña con bolsas de comida. Pero no a todos, a menos del 20% de limitados y desprovistos; cuenta sus divisas y piensa cómo escapar de sanciones en busca de disfrutes más tranquilos; mientras el país se deshace bañado por el corrosivo ácido revolucionario. Este viernes tenemos los venezolanos el compromiso de recapacitar.
Ante la cruz torturadora y asfixiante, tormenta y terremoto que muestran la ira de Dios, este Viernes Santo y mañana, sábado de la paz del sepulcro, debemos taponar nuestros oídos a las canciones coloridas y falsas de gobernantes necios, incompetentes e incapaces, politiqueros cómplices y complacientes, políticos aliados cooperantes en la adoración al poder ensangrentado y corrompido, abrir las puertas de nuestra mente y corazón que nos insisten en cuál es el verdadero camino, el nuestro, el de cada venezolano, de la rebelión pacifica, justificada y ética; no el del golpe de Estado innecesario que es cosa de violencia inconveniente y fue camino de los tiranos que hoy fracasan todos los días en los triunfos populares que prometieron, sino el nuestro, de nuestros objetivos.
El dolor fue la señal de apertura a la revolución grandiosa de la renovación espiritual que trajo al Hijo de Dios, no la muestra obligatoria del fiasco y desilusión, tretas y picardías de farsantes. Decidir por nosotros mismos, dejar de lado a los criminales bandidos del tesoro público, violadores de derechos humanos y civiles; y a quienes no saben cómo, quizás tampoco quieran detenerlos, es el comienzo del camino de la cruz hacia la gloria que Dios anhela para nosotros, la que cada uno por sí y aliado con sus semejantes, ambicione alcanzar.
No el cielo, que es sublime y excelsa de Dios, sino un país hecho por nosotros, que es cosa terrenal, del cual sentirnos orgullosos, vivirlo, disfrutarlo, criar y educar a nuestros hijos, motivar a los nietos, morir con la tranquilidad y certeza de que futuras generaciones lo corregirán y perfeccionarán de acuerdo con principios éticos, valores morales y buenas costumbres ciudadanas.
@ArmandoMartini