COLUMNISTA

La vida útil del diálogo

por Salvatore Giardullo Russo Salvatore Giardullo Russo

En mi casa, cuando era niño, me caractericé por ser indisciplinado, contestón y mal hablado. Mis padres me llamaban tormenta, porque por donde pasaba, arrasaba. Ese comportamiento infantil me traía problemas en mi entorno familiar. Mis hermanos me evitaban, mis primos se escondían y mis amigos se escapaban, todos se ponían de acuerdo para eludir la dictadura de mis designios cándidos e ingenuos. Sin embargo, a pesar de que papá y mamá creían firmemente en la terapia de la correa, en las caricias de las chancletas o en el resoplar de una nalgada, optaron por algo diferente, dialogar con ese demonio de medio metro que era yo. Fueron muchos encuentros para hacer entender a ese pequeño rebelde que debía aceptar las condiciones de convivencia, para lograr un cambio en mi entorno.

Si llevamos esa anécdota a lo macro, toda diferencia para apaciguar ánimos y llegar acuerdos sea en la familia, en una sociedad o en un país en general, se logra a través del coloquio, la conversación y el debate, para así llegar a un entendimiento. Por eso, en estos días, a pesar de la urticaria que produce en la mayoría de los venezolanos cualquier acercamiento para hablar con Nicolás Maduro y su entorno, otra vez comenzó el diálogo, esta vez fue en Noruega, precisamente en su capital, Oslo. Pero, por un lado, el régimen de Maduro buscando un supuesto coloquio con el presidente interino Guaidó, y por el otro arreciando la persecución y encarcelamiento de todo opositor, que pueda servir más adelante como ficha de negociación. Ya que el preso político más emblemático, Iván Antonio Simonovis Aranguren, fue indultado por Juan Guaidó, siguiendo los lineamientos de la Operación Libertad.

Sé que los venezolanos estamos hasta las narices y hay cierto rechazo a todo lo que se parezca o se aproxime a un posible acercamiento con el régimen de Maduro para hablar, ya que todavía están muy fresco en la memoria de todos, las consecuencias de las reuniones que se llevaron a cabo desde marzo de 2016 hasta enero de 2018 en República Dominicana y su forma descarada de aprovecharse de la buena voluntad de los demócratas, para mentir, ganar tiempo y así, alargar su estadía en Miraflores.

No debemos obviar que la vida útil del diálogo para los venezolanos ha caducado, en la medida que no se aprecian los resultados esperados, porque se ha convertido en una artimaña por parte de Maduro, para mostrar una cara al mundo de ser defensor del debate de ideas, la paciencia y la comprensión, pero por el otro discrimina, acosa, acusa y encarcela al que ose manifestar sus diferencias ideológicas contra el grupo de los apóstoles de la revolución bolivariana. En pocas palabras, doble discurso, ya estamos arrechos con esa mamadera de gallo.

Sin embargo, a título personal, yo como demócrata y fiel defensor de los principios de libertad, tolerancia y paz, estoy a favor de dialogar para solucionar cualquier diferencia y evitar conflictos que lleven a la violencia. El intercambio de pareceres será siempre el mejor camino para solucionar las diferencias; sin embargo, los puentes no se terminaron de edificar para comenzar a hablar, cuando fueron dinamitados por el proceder de los bolivarianos.

Por eso la sensación que ronda en el ambiente, para qué hablar si ya se agotaron las palabras, donde las expresiones fueron secuestradas, porque a pesar de la necesidad de un cambio estructural en Venezuela, hay resistencia por aquellos que tienen miedo de perder sus privilegios. Ya no hay expresiones para compartir, la única manera de entenderse, según la óptica revolucionaria, es a través de la agresión, la coacción y la crueldad. Nunca salen del guion, sus expresiones siempre serán las mismas: apátridas, traidores, golpistas, asesinos, pitiyanquis, escuálidos, oligarcas y gusanos del imperio. Su finalidad siempre es someter al otro, porque así logran el derecho de imponer los términos que complazcan a la calma bolivariana. Siguen con su idolatría al pensamiento propio, el resto es discriminado.

Vencer es el verbo que se conjuga en el régimen. No es el coloquio, porque el lenguaje no tiene ningún valor, la tolerancia no se practica, lo que destaca es doblegar al enemigo. Los hijos de Chávez esperan que la otra parte se canse, para declararse vencedores de una batalla sin sentido, para obtener una victoria que no lleva a ninguna parte.

Porque a pesar de que anhelamos la tranquilidad, los problemas persisten, ya que lo eminente es que prevalezca una doctrina que condiciona la manera de gobernar, que solapa los principios democráticos y que tiene como fin conservar el poder a toda costa.

Para los bolivarianos ya el pueblo no cuenta, solo son instrumento para la manipulación, porque el que piensa diferente, es considerado un conspirador, un traidor, un enemigo del proceso; la libertad no es primordial, lo que sobresale es dominar a la población para ampliar la mentira institucional. Ya no preocupa diferenciar lo falso de lo verdadero, ya que el odio es lo que necesita que se respire en el ambiente, para controlar y polarizar a la sociedad.

A pesar de los argumentos anteriores, la necesidad de verse las caras, es necesaria. Sentarse uno frente al otro, para que cada uno exponga su verdad. Pero a pesar del esfuerzo para conversar sobre las dificultades que sufre Venezuela, los revolucionarios se esmeran en mostrar una realidad alejada de la verdad y convierten este esfuerzo en un debate de ideologías, que deja y dejará la sensación de un gran vacío para las soluciones del país.

En todo momento se niegan en admitir reivindicaciones, denuncias y derechos, porque según la miopía izquierdista son considerados fascistas y desestabilizadores. Utilizan el diálogo para avalar su revolución, porque carecen de fuerza para destruir los argumentos del contrario, solo quieren ganar tiempo para salir de la asfixia que han producido sus propios gases.

Los días de esperanza, donde la expectativa era un coloquio sincero sobre los presos políticos, los detenidos, los asesinatos, los desaparecidos, la escasez, la hiperinflación, la inseguridad, el cese de la usurpación, la instauración de un gobierno de transición y la realización de elecciones libres, no son tomados en cuenta. Pero a medida que avanzaban las horas, el anochecer trae dudas, incertidumbres y temores. Nunca hablan de ceder, cambiar, negociar y rectificar, no hay propósito de enmienda. Sin embargo, la patria necesita tomar el rumbo del progreso y la unión, hay que dialogar hasta el agotamiento, porque así y solo así lograremos el cambio que necesita la nación.