Lamento tener que concluir mis aportes de opinión del año 2017 a este periódico con temas que nos avergüenzan a quienes llevamos la condición de venezolanos dentro y fuera de las fronteras patrias. Me refiero al hambre y la miseria que siente en nuestras calles, al caótico estado de la situación de la salud de cada uno de nuestros compatriotas y a la zozobra generada por la violencia que se ha apoderado de nuestros predios cobrando vidas cada día. Nada puedo agregar a lo mucho que los estudiosos de los fenómenos sociales han aportado a la medición de las lacras que hoy nos aquejan como consecuencia de la aplicación de un modelo de manejo económico y social desastroso y como corolario al abandono más rapante de la seguridad ciudadana.
Lo que sí puedo es poner de relieve la inhumana forma en que el gobierno de nuestro país está asumiendo su inescapable responsabilidad de encontrar y aplicar soluciones a estos dolorosos dramas que a todos nos tocan de cerca y de los cuales cada familia tiene una o muchas lamentables historias que contar. No creo que quienes ejercen el gobierno puedan de alguna forma evitar escuchar los dramas que enfrentan vecinos y familiares en cada uno de estos terrenos. Pero nuestros jerarcas continúan, en esta hora de luto de la venezolanidad entera, entretenidos en dos tareas principalísimas: una es la de encontrar nuevas vías para terminar de exprimir al depauperado país con novedosas formas de enriquecimiento personal corrupto y la otra es mantenerse en el poder a costa de cualquier artimaña política o legal a fin de esquivar lo inevitable que son los juicios que corresponderán indefectiblemente a cada uno de los responsables por delitos de lesa humanidad, por genocidio sistemático dentro del país en estos últimos años y por robo de los dineros nacionales.
Esta ceguera voluntaria, esta negación deliberada de lo que nos ocurre es lo que los mueve, por ejemplo, a rechazar cualquier forma de ayuda humanitaria externa, lo que ha sido propuesto sin cesar en los últimos dos años por organismos y países que miran nuestra realidad con preocupación. Ya esta colaboración voluntaria de terceros, frente al colosal caos humano que protagonizamos, no se halla en capacidad de aliviar determinantemente nuestras penurias. Lo que ayer habría podido ser un aporte significativo, hoy resultaría apenas un pañito tibio. Una curita para una herida abierta. Solo puede calificarse de desvergüenza lapidaria del lado revolucionario, la que mantiene viva la negativa hacia la mano amiga que se hace solidaria ante nuestras miserias.
Así vamos a terminar el año: por un lado, un inmenso contingente de nuestros compatriotas apesadumbrados y avergonzados del país infrahumano que viene quedando del accionar de los responsables de nuestros destinos y, por el otro, un grupito, los malhechores que llevan las riendas del país, con una olímpica desvergüenza por el daño infligido al resto sus compatriotas.
Nos queda, en el fondo, una aleccionadora convicción: la vergüenza se cura y la desvergüenza se paga.