Me llega a través de las redes el discurso pronunciado ante la Cámara colombiana por Jaime Felipe Losada Polanco, representante electo por el Departamento del Huila. El parlamentario se dirigía al órgano legislativo de su país en una de las sesiones en las que se discutía la Ley de Justicia Transicional, el instrumento jurídico temporal que regirá en el ordenamiento jurídico colombiano para otorgar perdón a los crímenes horrendos de las FARC. Este nuevo instrumento fue una de las condiciones impuestas por los cabecillas de las organizaciones armadas en La Habana, para comprometerse a un desarme global y unilateral, lo que configuraría el primer paso para el advenimiento de la ansiada paz neogranadina.
Este tema fue en extremo polémico, tanto antes como después de firmado el convenio de La Habana. Es que, en pocas palabras, lo que configura es una jurisdicción fabricada a la medida de los agentes del crimen para garantizar su impunidad frente a las miles de fechorías que protagonizaron de cara al desarmado ciudadano de a pie. Como segundo regalo a los alzados en armas, este instrumento jurídico les asegura su participación en la vida política del país vecino a través del otorgamiento gratuito de diez escaños –cinco a la Cámara y cinco al Senado– desde los cuales las FARC se garantizan el ojo y el oído del país y su aporte a las leyes que en lo sucesivo se diriman en el Congreso.
Después de escuchar a Losada con atención llego a una dramática conclusión: una cosa es referirse al accionar criminal de los guerrilleros frente a la totalidad de la sociedad, es decir, de cara a un conjunto sufrido pero amorfo y sin cara propia, que es la manera a través de la cual los observadores externos aquilatamos la cruel violencia, y otra es escuchar el relato del sufrimiento de una familia con apellido propio, frente a sus verdugos guerrilleros. Espeluzna oír la intervención del representante en la que da cuenta de su propio cautiverio de más de dos años en manos de los fascinerosos, de los tres años y medio de secuestro de su hermano menor, de los ocho años en que su madre, Gloria Polanco, estuvo retenida contra su voluntad y su familia extorsionada, y del asesinato de su padre Jaime Lozada Perdomo mientras su esposa era secuestrada por parte de la columna Teófilo Forero y luego de pagar el rescate de sus dos hijos.
Un examen más exhaustivo del accionar de esta columna Teofilo Forero lleva a imaginarnos las caras y las almas de los otros colombianos con nombre y apellido que también sufrieron los ataques monstruosos de esa misma columna: los 5 concejales masacrados en el Caquetá, los 9 concejales asesinados del Huila, los 36 muertos y 200 heridos del atentado contra el Club El Nogal, los 3 norteamericanos secuestrados en el Guaviare.
Es solo cuando uno se percata de que detrás de los grandes números de la violencia hay caras como las que cito, cuando se entiende la enormidad de la barbaridad de pactar la impunidad de los asesinos. Porque es que estos también tienen cara. Y que le tocará al país colombiano tragar muy grueso cuando sean los criminales Iván Márquez o Pablo Catatumbo quienes emitan sus discursos desde el Congreso o Rodrigo Londoño, Timocheko, quien los arengue desde el Palacio de Nariño.