COLUMNISTA

La verdad de la mentira

por Salvatore Giardullo Russo Salvatore Giardullo Russo

De verdad que tratar de plasmar en unas líneas el diario vivir de esta tierra de gracia, a veces se hace difícil y en otras oportunidades tedioso, fastidioso, aburrido y molesto, porque todos los días son los mismos días y no se avizora en el corto o mediano plazo una salida a la crisis que nos afecta a todos. Es la verdad de la mentira, debido a que en los últimos 20 años, los que han detentado el poder, se han esmerado en que estemos un paso detrás del optimismo y el progreso.

Los venezolanos no hemos sabido construir el futuro, porque aún no hemos aprendido a superar el pasado. Siempre andamos añorando tiempos anteriores, sin darnos cuenta de que esos años, que se dicen buenos, ya pasaron, y por ende, debemos esmerarnos en construir un mejor porvenir y evolucionar como sociedad.

Solo nos hemos dedicado a imitar la mediocridad, dando tributo a cualquier individuo que tenga poder de convencimiento pero pocos argumentos para construir una nueva verdad a fin de mejorar como comunidad, por ello nos hemos topado con el político criollo que es bruto por naturaleza y formación, para ampararnos en su eterna estupidez para crear esperanza y salvar así a la nación.

Qué absurdos somos, porque trazamos como metas para lograr objetivos discriminar a todo aquel que piensa diferente, y esa es la única arma que tienen los mediocres para sobresalir. Nace así la mentira, el perenne encanto del engaño, que es una de las fuerzas que mueven al mundo y tiene la capacidad de crear falsas esperanzas. Esto conduce a que los venezolanos se conviertan en militantes de la ignorancia, que a medida que se prolonga, adquieren confianza creando ideologías fraudulentas que ofrecen utopías inalcanzables, como el socialismo, que no es otra cosa que una palabra de cuatro sílabas, cinco consonantes, cinco vocales y un analfabeta que vocifera imbecilidades e idioteces a todos los incautos.

Entonces todos, para poder soportar la crisis y olvidarnos un poco del hambre, la hiperinflación, la devaluación, la escasez, la criminalidad y la impunidad, comenzamos a sufrir de amnesia selectiva, recordamos solo los momentos y situaciones que producen en nosotros cierta paz y felicidad, solo nos conformamos con la cantidad justa de alegría, dicha y bienestar.

Esto nos aleja de la real existencia y pasamos a desconocer el sonido de la democracia, perdiendo así la capacidad para captar el susurro de la libertad. Todos los habitantes en este país comenzamos a sufrir un deterioro del conocimiento, ya no sabemos qué creer, pensar y mucho menos actuar en situaciones apremiantes, el silencio se ha transformado en un problema, porque no buscamos soluciones, solo nos comunicamos a través de la incomunicación, nuestra vida se ha convertido en una larga espera, fijando nuestras miradas en el horizonte en busca de una solución mágica, que nos dé el mayor beneficio con el mínimo esfuerzo.

Alguna vez fuimos un país en vías de desarrollo, ahora somos una nación en vías de rescate, por el problema migratorio, las dificultades en la salud pública, el deterioro en el sistema educativo, la precariedad en la prestación de servicios públicos (agua, electricidad, aseo urbano, telefonía, para citar algunos), la malnutrición de la población, el descuido de la infraestructura nacional, porque la revolución lo justifica todo, hasta la sumisión y la mentira, la esclavitud de los pensamientos y la acción perversa del engaño. Han hecho de la improvisación una manera de gobernar, sacando a diestra y siniestra resoluciones que han provocado más incertidumbre que luces para salir del caos en el  que estamos sumidos. Solo han sido exitosos en racionar el pluralismo y la tolerancia, en limitar las fuentes de información y condicionar la libertad de expresión. Han creado leyes y aplican su cumplimiento a rajatabla para cubrir con buenos modales la represión, la discriminación, el acoso y el encarcelamiento.

Este proceso nacido en 1998 ha logrado, con el pasar de los años, aplastar a más de la mitad de Venezuela en nombre de la revolución bolivariana, que después de tanto tiempo, la mayoría del pueblo se ha dado cuenta que no es más que la proyección delirante de un hombre empeñado en reducir la historia al tamaño de las obsesiones de su propia y pequeña biografía. Se han esmerado en vender el comunismo como una fábula capaz de mejorar la vida de los más vulnerables, pero no es más que una utopía anormal y deforme, por la que se engrandecen las injusticias, las desigualdades, el odio, la intolerancia, la exclusión y el atraso con los cuales se pretende justificar.

Debemos cambiar esta realidad, por ende es perentorio pasar de la violencia a la convivencia, de la trampa y del abuso al respeto a la justicia, de la resignación al progreso, de la opresión a la libertad, en pocas palabras, lo que se necesita es conciencia de país, sentimiento de patria y proyecto de nación para construir un mejor futuro.