Hubo un tiempo en que los abstencionistas eran los indiferentes de siempre y la izquierda radical, pero eso cambió y ahora la lista la integran, entre otros, los indiferentes, los cultores de la antipolítica, los abstencionistas de siempre, a los que se han ido sumando quienes piensan que las dictaduras no salen con votos, los que sueñan con un golpe de Estado, los que no creen en diálogos, los impacientes y los frustrados crónicos, los que critican todo sin aportar nada, los que por falta de propuestas válidas carecen de seguidores, los que ven colaboracionistas hasta en la sopa sin atreverse a mirarse en el espejo y que en este momento representan ese sentimiento anti-MUD, empeñado a fondo en promover una abstención sencillamente suicida, porque de imponerse, cosa que no va a suceder, le dejaría el campo abierto a un régimen que está allí para cerrar el círculo y exterminar a la única oposición organizada con que cuenta la disidencia. Y lo peor es que esa militancia que yo llamo anti-MUD, y que comienza a actuar como si fuese un partido político, pretende capitalizar la frustración y el descontento de quienes pensaron que el final del régimen había llegado, con el agravante de ser solo portadores de crítica sin aportar ni ideas, ni soluciones viables al problema.
Toda vez que sus voces han cambiado el tono y subido el volumen, llegando al exabrupto de tildar de colaboracionista a todo aquel que decida votar, quiero decir que el 15 de octubre, al igual que millones de venezolanos que queremos cambio, votaré con la mente y con el corazón. Votaré porque soy un demócrata. Votaré porque la única arma con que cuento para expresar mi opinión es el voto. Votaré para decir que creo en la democracia. Votaré porque quiero vivir en libertad. Votaré porque creo en la descentralización, creo en la autonomía de las regiones y en el liderazgo regional. Votaré porque nunca me gustaron las dictaduras. Votaré para decirle al régimen que no sirve, que tengo rabia por lo que ha hecho con mi país. Votaré para honrar a los caídos.
El segundo domingo de octubre votaré como una señal de mi protesta civil. No hay argumento que me disuada de cumplir con ese propósito. Como en cada elección celebrada en estos años, votaré sabiendo que el régimen es tramposo, que el organismo rector se conduce como un apéndice del régimen, votaré a pesar del ventajismo y de la trampa. Desobedeceré esa orden como lo hice cuando la dirigencia opositora llamó a la abstención, votaré porque no creo en la abstención, porque no es verdad que con ella se deslegitima el régimen, votaré porque de no hacerlo no podría volver a hablar de democracia.
No es verdad, nunca ha sido verdad, que regímenes dictatoriales, como este que tenemos, se deslegitiman con la abstención. No fue cierto cuando la abstención le abrió las puertas al fascismo en Italia, y tampoco cuando aquí en Venezuela un sector de la oposición la ordenó aquel fatídico 2005. Creo que quienes andan promoviendo la abstención deberían tener respeto por la memoria democrática y repasar lo que aquella abstención produjo. Fueron diez años en los que Venezuela quedó a merced del proyecto castrocomunista que, sin pérdida de tiempo, se dedicó a sembrar la tragedia en la que estamos inmersos. Votaré porque votar es, en este momento, un acto de resistencia y una posición vertical frente al castrocomunismo.
Aun sabiendo que querrán desconocer el resultado votaré, votaré con la misma fe democrática que me asistió cuando le di mi voto a Ledezma para hacerlo alcalde y con la misma fe cuando pedí el voto para que María Corina Machado fuese electa diputada, y así rendirle homenaje a la mujer venezolana, o como lo hice con los mismos temores y prejuicios para detener la reforma que le daría a Chávez la reelección indefinida y con la misma fe con la que aporté mi voto para conquistar la Asamblea Nacional en 2015, pero sobre todo votaré porque en la vida y en la política las realidades hay que enfrentarlas tal como son y sin los clásicos disfraces de la demagogia y el populismo para agitar la galería, creando los también clásicos espejismos que suelen llevarnos de manera directa al precipicio, disfrazando la realidad.
Y la realidad hoy es que la oposición sigue siendo oposición y el régimen, aun devaluado como está, sigue mandando. Realidad es que la oposición organizada en la MUD está siendo atacada tanto por el gobierno como por factores de la oposición, algunos de ellos importantes, poniéndola en aprietos, pero realidad también es que el régimen está moralmente derrotado y condenado por la comunidad internacional, gracias al titánico esfuerzo de esa mesa de la unidad y sus líderes más prominentes. Realidad es que la MUD con todo y sus problemas se mantiene en la lucha, afirmando los valores de la democracia, con las armas de la democracia, como también es realidad que el régimen ha tenido que quitarse la máscara y mostrarse como lo que siempre ha sido: una dictadura que gracias a los beneficios de la inmensa renta petrolera pudo, por un tiempo, camuflar su autoritarismo. Realidad es que la lucha sigue y está planteada desde hace mucho tiempo entre democracia y dictadura. Y sobre todo realidad es que, a pesar de ser espuria, la ANC existe, vocifera, amenaza, condena y avanza en un plan de exterminio contra la oposición.
Realidad también es que de la pugna entablada por los opositores de la MUD, que son muchos, unos más obstinados que otros, más incoherentes que otros, más radicales que otros y más ilusos que otros, el único que se beneficia es el régimen. Eso de plantear en este momento, con insano y sospechoso ardor, que votar es un hecho propio de colaboracionistas y “traidores al mandato del 16 de agosto”, como lo han hecho algunos sectores activando ese ejército de francotiradores del teclado, además de servirle al régimen en bandeja gruesas municiones para arremeter y descalificar a la MUD, es un hecho injusto, oportunista y demagógico que descalifica a quien lo pronuncia. Por eso no tengo dudas al afirmar que el diálogo más urgente que necesita Venezuela es entre la dirigencia de la MUD que ha tomado la ruta electoral, que es la ruta de la mayoría de los venezolanos, y aquella dirigencia que contempla un camino distinto. Y ese diálogo debe estar condicionado por un verdadero ejercicio de honestidad, sobre hechos reales que no se pueden desconocer porque, de lo contrario, nos quedaríamos en ese círculo vicioso, cada día más inútil y dañino, por no decir abyecto, que alimenta la incoherencia radical de grupúsculos e individualidades que, por no convocar a nadie con sus planteamientos, no hacen otra cosa que estar a la caza de los errores de la oposición organizada, para agredirla de una manera tan impúdica, que parecieran asalariados del oficialismo.
Escribir sobre estos temas me obliga a mantener viva mi memoria y de ella extraigo un día en que Antonio Ledezma impactó al país cuando dijo a propósito de la Coordinadora Democrática: “Si no existiese, habría que inventarla”, frase que mantiene su vigencia, llámese como se llame la unidad para combatir, con estrategias democráticas, a un régimen castrocomunista como el que con abusos de poder y terrorismo de Estado nos destruye. Y hubo otra de inmenso impacto que le escuché a María Corina Machado: “Somos mayoría”, realidad más vigente hoy que cuando la pronunció, que solo puede ser demostrada con el voto y por eso también votaré.