Venezuela no es un país pobre pero sí es un país de pobres. Por millones. Venezuela no es un país de hambre pero sí es un país de hambrientos que rebuscan su comida hasta en la basura. Venezuela no es un país enfermo pero sí es un país de enfermos, de enfermos sin remedio, porque no tienen remedios, porque las muchas enfermedades de las que se había liberado, han vuelto a prosperar y no hay cómo ahuyentarlas. Venezuela no es un país de ignorancia pero sí es un país de ignorantes porque cada vez tiene menos maestros, menos profesores, menos profesionales y menos sabios. Venezuela no es un país de emigrantes pero sí de emigrados dispersos por todo el orbe porque no tienen cómo vivir en él. Venezuela no es un país desesperado pero sí de desesperados porque no tienen un futuro que esperar. Venezuela no es un país de sufrimiento pero sí es un país de sufrientes porque el dolor se ha aposentado en todos sus rincones. Venezuela no es un país violento pero sí es un país de víctimas de la violencia más cruel, más ajena y más irracional. Venezuela no es un país sombrío pero sí lleno de sombras en plena luz tropical. Venezuela no es un país de furia pero sí es un país de furiosos, de airados, de recomidos por una rabia interior que no se desahoga. Venezuela no es un país triste pero sí es un país de tristes de quienes tienen más ganas de llorar que de reír.
Venezuela es un país dañado por eso que llaman socialismo del siglo XXI, con un daño que se ha incrustado hasta en las vísceras de las conciencias.
Venezuela era un país alegre, habitado por gentes gozosas y rientes. No era un país justo pero contra la injusticia se podía luchar, se podía protestar, se podía gritar y se podía pensar en ir saliendo de ella. Sí, poco a poco, muy poco a poco, pero con vivísima esperanza. Venezuela era y es un país amado, muy amado, quizás el más amado del mundo por su propia gente que nunca quiso ni quiere abandonarlo. Venezuela era un país de convivencia cálidamente humana donde uno dejaba muy pronto de ser extranjero y entraba en el mundo del otro como se entra en una familia a la que pertenece sin preguntarse y sin saber desde cuándo.
Este régimen extraño, ajeno a cuanto somos como Venezuela, en el que no nos reconocemos nosotros mismos, en el que nos sentimos como otros, en el que nos miramos y no vemos lo que siempre vimos, eso que hace que nos sea tan frecuente la palabra hermano, será un accidente, una melodía discordante, un doloroso recuerdo, y no volverá. Eso esperamos y en eso confiamos con firme seguridad.