El resultado de los comicios municipales fue marcado por una mayoritaria abstención que trasciende el techo estructural de esta clase de elecciones, y aquí entra en acción la diabólica paradoja en la vivimos: un país hiperpolitizado, en el cual la mayoría de la población rechaza a quienes gobiernan. En otras circunstancias el régimen se hubiese llevado una derrota colosal.
La gran pregunta es: ¿por qué gran parte de la ciudadanía decidió no aprovechar la ocasión para castigar al chavismo?
Esa acción política de no participar es consecuencia de la creciente desconfianza de la ciudadanía en el voto como instrumento para elegir libremente las autoridades del Estado en sus diversos ámbitos.
El régimen siempre temió una alta abstención porque reforzaba su pérdida de legitimidad democrática por eso amenazó desde el principio a los actores políticos que anunciaron y llamaron a la abstención (las principales fuerzas democráticas), amenaza renovada por Maduro el propio 10/12 que ahora incluye inhabilitarlos para todos los comicios por venir. Todo un acto exquisito de tolerancia y talante democrático.
Conviene interrogarse a estas alturas si la desconfianza de marras es una conducta sin correspondencia con la realidad y sin elementos objetivos que la sustenten.
Creo que, a diferencia de otras situaciones del pasado, hay indicios, hechos objetivos y pruebas que abonan y justifican esa desconfianza; más aún, lo ocurrido el pasado 10 de diciembre la refuerza y consolida; es probable el incremento del universo abstencionista.
Desde las elecciones para renovar la Asamblea Nacional –por cierto, el último proceso electoral realizado de acuerdo con la legalidad vigente– el chavismo, fiel a su vocación dictatorial-totalitaria, decidió patear la mesa: desconoció las competencias del Parlamento, comenzó a gobernar al margen de la Constitución usando como escudo al TSJ, secuestró el referéndum revocatorio e irrespetó (CNE mediante) el calendario electoral, reprimió sin contemplaciones la protesta justa de la sociedad venezolana contra la crisis y a favor del respeto al calendario electoral y convocó violando la carta magna una constituyente comunal a elegir por un sistema electoral de corte fascista y claramente supraconstitucional, cuyo papel es sustituir el desgastado y desprestigiado TSJ y servir de escudo al devenir dictatorial del oficialismo.
Es conocido que toda dictadura del signo que sea necesita de algún tipo de elecciones para maquillar el despotismo. Ante el reclamo nacional e internacional por elecciones Maduro respondió: “Habrá elecciones cuando el PSUV pueda ganarlas”. Más claro, imposible.
A las dictaduras no les gusta ni les convienen las elecciones libres, justas, transparentes y competitivas; por tanto, siempre buscan desvirtuarlas y pervertirlas por la vía de restringir las garantías que hacen posible que el ciudadano pueda votar sin presión de ningún tipo en consonancia con su libre albedrío.
El CNE, fiel escudero del régimen, decide (por mandato de la írrita constituyente) convocar elecciones regionales y municipales incompletas y sin calendario claro. Convocatoria claramente dirigida a favorecer los intereses del PSUV y no a facilitar, como es su mandato constitucional, la libre expresión de la voluntad nacional mediante el voto. En ambos procesos se han cometido innumerables y graves irregularidades que nulifican en la práctica el sacrosanto derecho al voto universal, directo y secreto. Las irregularidades referidas ya fueron glosadas y registradas por la MUD, diversas organizaciones nacionales e internacionales dedicadas a velar por la calidad de los procesos electorales, por diversos Estados democráticos y por la OEA y UE.
Se equivocan quienes en la oposición democrática plantean que la defensa del voto supone inexorablemente participar en cuanta elección convoque el régimen, sean cuales sean las condiciones. En circunstancias como las actuales no hay verdades preconcebidas ni se puede confundir la táctica con la estrategia. Hay suficientes experiencias tanto nacionales como de otros países que recomiendan considerar sin prejuicios y con pragmatismo cada coyuntura en función del interés de fortalecer las posibilidades de cambio.
Existen fuertes rumores en el sentido de que el régimen adelantará los comicios presidenciales –de nuevo saltándose la Constitución– para aprovechar la división opositora y las victorias obtenidas durante 2017.
Ante tal panorama las fuerzas democráticas deben reconstruir la unidad y analizar seriamente el curso a seguir.