El 20 de diciembre de 1989 Estados Unidos, bajo la presidencia de George H. W. Bush, invadió Panamá en una operación militar denominada “Operation Just Cause” para lo cual invocó la defensa de la democracia, los derechos humanos, para combatir el narcotráfico y detener a Manuel Antonio Noriega, entre otras consignas, y por lo cual depuso al dictador y se lo llevaron a Estados Unidos, donde se le juzgó y condenó a 40 años de prisión, y al cumplir 30 de ellos fue extraditado a Francia, donde se le sentenció a otros 10 años de cárcel; de allí fue repatriado a Panamá, donde le dieron otra condena, esta vez por 60 años por violaciones de derechos humanos y crímenes por motivos políticos; en esa situación murió el 29 de mayo de 2017, no sin antes arrepentirse de todos los males que causó y pedir perdón por ello ante una cámara de televisión.
Noriega surgió a la vida pública panameña secundando al coronel Omar Torrijos, quien en 1968 dirigió un golpe de Estado contra el presidente Arnulfo Arias; el golpista convocó a una asamblea constituyente que le dio plenos poderes con los que inició la etapa que denominó “proceso revolucionario” marcada por toda clase de abusos dictatoriales contra los derechos humanos y políticos de la población. Torrijos muere en 1981 y seguidamente se impuso el liderazgo de Manuel Antonio Noriega comandando a la entonces poderosa Guardia Nacional. Noriega convocó elecciones presidenciales, las cuales fueron denunciadas como fraudulentas por el Dr Arnulfo Arias; allí comenzaron los roces entre Noriega y Estados Unidos a pesar de las previas vinculaciones entre este y la CIA, lo cual no fue obstáculo para que le abrieran varios procesos judiciales en Miami acusándosele de estar involucrado en narcotráfico y en violaciones de los derechos humanos.
En medio de la crisis política la Presidencia de Panamá fue asumida por el vicepresidente Erick Delvalle, quien ordenó la destitución de Noriega del mando de la Guardia Nacional, ante lo cual este se rebeló y Delvalle tuvo que huir a Estados Unidos siendo reconocido como presidente legítimo de su país, y en tal virtud desde el exilio dictó una serie de medidas que los americanos reconocieron y ejecutaron, entre otras, el congelamiento de dineros depositados en bancos de Estados Unidos, lo que se agregó al embargo comercial y financiero ordenado por el Congreso norteamericano. Simultáneamente, la situación en el país se descomponía en todos los órdenes, una terrible crisis política y económica afectaba a los panameños que tomaron las calles en grandes protestas que eran brutalmente reprimidas, y la única respuesta que recibían de Noriega era más y más represión que fundamentalmente ejecutaban civiles armados formados en lo que Noriega denominó “Batallones de la Dignidad” que llegaron hasta a atacar la Embajada de Estados Unidos.
En la apretada síntesis que antecede, que no pretende total fidelidad histórica sobre aquella crisis, podemos ver similitudes con la que aqueja a Venezuela, un gobierno que se fue deslizando hacia la instauración de un régimen autoritario que ha liquidado la democracia y ha sido tomado por una camarilla de militares y civiles a quienes une una mezcla de actividades como el narcotráfico, la corrupción, el totalitarismo comunista y el terrorismo islámico, que usa los medios del Estado para apoyarle en sus acciones ilícitas en el mundo hasta constituir una poderosa mafia que afecta la seguridad de los países vecinos, incluso la de Estados Unidos, y también Europa, donde frecuentemente descubren grandes alijos de cocaína en barcos provenientes de nuestro país.
Como pasó en el caso de Panamá, las gestiones realizadas en la OEA no han dado resultado a pesar de los grandes esfuerzos de su secretario general y de las cancillerías de la mayoría de países vecinos. La dictadura venezolana, como lo fue la panameña, es ya una amenaza a la seguridad internacional, lo cual Estados Unidos ha venido advirtiendo y tratando de combatir con acciones diplomáticas y sanciones individuales contra determinados personeros que no han sido suficiente. Como ocurrió en Panamá, nuestro pueblo derrocha valor luchando en las calles, al punto de que en poco tiempo las fuerzas represivas llevan el saldo de 130 asesinatos, miles de heridos y cerca de 2.000 presos políticos.
En aquella oportunidad George W. Bush, candidato en la campaña electoral norteamericana estuvo ofreciendo intervenir militarmente Panamá basándose en el derecho a la legítima defensa estatuido en el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas alegando que con el narcotráfico el régimen de Noriega se había convertido en una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos, y aun cuando este Bush era percibido como un hombre débil, cumplió su ofrecimiento con la Operación “Justa Causa” lo cual le valió un inmediato ascenso en credibilidad y apoyo de los electores y resultó reelegido y luego le sirvió a su hijo para ser elegido el presidente número 43.
No hay diferencia entre Panamá 1989 y Venezuela de hoy. El presidente Donald Trump ha dicho repetidamente que no aceptará la persistencia de un régimen dictatorial en Venezuela, lo cual ha sido reiterado por altos funcionarios de su gobierno y en lo que tienen amplio apoyo en el Congreso norteamericano, falta ver si hará buena su palabra como lo hizo el presidente George W. Bush.
Por supuesto que hubo un saldo doloroso de aquella invasión, que a lo lejos del tiempo se ha visto como desproporcionada en el sentido de que se habría podido obtener lo mismo con un menor saldo de tragedia; errores de cálculo que son susceptibles de corrección, que para eso sirven la experiencia y los modernos sistemas bélicos.