COLUMNISTA

Venezuela y sus venas abiertas

por Ernesto Andrés Fuenmayor Ernesto Andrés Fuenmayor

Barack Obama recibió con desconcierto el libro que Chávez le regaló durante la V Cumbre de las Américas: Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. El presente causó gran revuelo mediático y se convirtió en el acontecimiento más discutido de aquel evento. Fue una maniobra característica de Chávez: una demostración más de su genio político y su incompetencia en el campo de las ideas.

Ya han pasado 48 años desde la publicación del ensayo de Galeano, conocido como la Biblia del intelectual izquierdista latinoamericano. La prosa ágil y la habilidad lírica del autor son tan convincentes que por momentos el lector se ve tentado a creer las sistemáticas simplificaciones e interpretaciones insuficientes de la historia que caracterizan a la obra. El vocabulario, visceral y desenfrenado, deja en evidencia el profundo sesgo ideológico que motivó la obra y la definió. Al final de su vida Galeano reconocería que al escribir el libro no contaba con los conocimientos económicos o políticos necesarios, y que de leerlo nuevamente «caería desmayado».

Sin embargo, sería incorrecto demonizar al uruguayo. Escribió el libro en pleno auge de la Guerra Fría, cuando se vislumbraba el inicio de lo que sería la década de las dictaduras militares latinoamericanas, muchas de ellas asesinas y financiadas por el gobierno de los Estados Unidos. El intelectualismo latinoamericano glorificaba con frecuencia al bloque comunista y el Caso Padilla no había acabado todavía con el compromiso de tantos pensadores con el régimen cubano. Las venas abiertas de América Latina fue producto de un entorno político particular, de la juventud de su autor y su ideología rampante.

Aún luego de la autocrítica de Galeano el ensayo continúa influenciando a la juventud latinoamericana como pocos otros. El peligro de ello consiste en que se reproduce la tendencia a la victimización que ha sido tan popular y dañina en la región. Si entendemos a América Latina como una criatura indefensa que se desangra en un rincón debido a la codicia de las grandes potencias, el resultado será una miopía intelectual que imposibilitará el diagnóstico acertado de los males culturales que ocasionan la enfermedad. Estos males son, por supuesto, internos, producto de un complicado pasado colonial que ha dejado como herencia una gran inestabilidad institucional, economías mal articuladas y un uso deleznable de la política.

Debido a ese pensamiento de la eterna víctima sigue habiendo quien atribuye la nefasta crisis venezolana a las sanciones de Estados Unidos. Es decir, después de 20 años de lo que indudablemente ha sido el gobierno más lamentable en la historia moderna de Latinoamérica, hay quien asegura que la hambruna y el caos se deben a la Casa Blanca y sus decisiones. No a la corrupción, a la incompetencia, al rentismo, al Estado paternalista, a los billonarios regalos del gobierno venezolano a otros países, o al sistemático empobrecimiento de la población con la intención de crear una dependencia generalizada. No son pocos los que defienden este sinsentido, sobre todo fuera de Venezuela, reproduciendo así la errada tendencia a buscar siempre la causa de nuestros problemas en el extranjero.

Es también, por supuesto, el discurso del régimen venezolano. Estos han sabido inventarse a los tradicionales enemigos que dicta el clásico guion dictatorial: el enemigo externo (Estados Unidos, el imperio), el enemigo interno (la burguesía/oposición) y el enemigo histórico (la cuarta república). Venezuela, «la patria», queda entonces arrinconada por estos malhechores, y la única manera de rescatarla según el oficialismo es apoyando el proyecto bolivariano. Es el mismo disparate de siempre, esta vez con consecuencias inauditas.

Galeano, en su confusión ideológica, pone en un mismo plano el saqueo colonial del siglo XVII, el imperialismo del siglo XIX y la búsqueda de ganancias de General Motors en el siglo XX. Presenta el éxito europeo frente al fracaso latinoamericano a través de la dicotomía víctima-victimario, atribuyendo el auge del Viejo Mundo no a la Ilustración y a un uso más racional y efectivo de su entorno, sino al hecho de que tomaron las riquezas de América Latina. Comete grandes imprudencias en el fondo y la forma, hay datos errados y medias verdades que se presentan como certezas absolutas. Esta misma tendencia, precaria y visceral en su diagnóstico, sigue seduciendo a incontables jóvenes, sentando en ellos unas bases intelectuales espurias que indudablemente tendrán consecuencias y facilitarán la llegada al poder de regímenes como los de Chávez, Evo Morales o Rafael Correa.

Si hemos de leer Las venas abiertas de América Latina, que sea por su valor como una influyente pieza de la historia intelectual latinoamericana contemporánea. Sin dejarnos embelesar por el carisma literario de Galeano ni por lo visceral de sus ideas, sino queriendo entender dónde están los errores actuales en la compleja búsqueda del origen de nuestros males.