¿Adónde va la oposición? ¿Qué hace? ¿Qué destino lleva la furiosa atomización que han producido sus desencuentros e incoherencias? De los grupos opositores hasta ahora constituidos, ¿cuáles son reales, profundos, con ideas, argumentos y programas creíbles? ¿Cuántos son y quiénes lo forman? ¿Cuáles los oportunistas, los que buscan pescar en río revuelto? ¿A cuál de ellos le hará caso una población acorralada por el hambre, las penurias y ya sin esperanza ni fe para creer en nada ni en nadie?
La realidad nos pinta un cuadro trágico: un gobierno que amenaza y mete miedo, pero que no gobierna; una oposición dividida que en ninguna de sus expresiones logra dar con el camino; un pueblo igualmente dividido entre aquellos que por convicción o necesidad se inscriben en el carnet de la patria y hasta llegan a ser cooperantes, y aquellos que mantienen su dignidad aun atrapados entre la rabia y el desencanto, mientras padecen todos los días los estragos de la inseguridad, los abusos de poder, la mentira oficial, la inclemencia de la escasez, la degradación cada vez mayor de su manera de vivir, gracias a los efectos de una criminal hiperinflación provocada por el régimen que los ha obligado a pasar las veinticuatro horas del día atendiendo los apremios de la supervivencia.
¿Qué hacer para cambiar semejante escenario que nos muestra, entre otras cosas, un pueblo abatido, que lleva sobre sus hombros esa mezcla letal que forman la rabia, la impotencia, la derrota, el desencanto que le produjo un liderazgo que no sintió a la altura de las circunstancias? ¿Qué hacer precisamente ahora, cuando el régimen vive un claro momento de extrema debilidad, y el apoyo internacional requiere y exige con urgencia la viva protesta de ese pueblo? ¿Cómo, cuándo, dónde y dirigido por quién aparecerá ese pueblo con la voz y el alma puesta al servicio de una protesta activa que lo dignifique?
Quiero creer que esta consigna nacida el día que se formó el llamado Frente Amplio, que dice que Venezuela no se rinde, es real y está vigente. Que todas las causas de los desencuentros que pusieron a la unidad democrática en entredicho y al borde del precipicio están en vías de desaparición. Que las confrontaciones, más que ideológicas, programáticas, que surgieron en su seno y provocaron su fraccionamiento, quedarán para cuando hayamos salido de la dictadura y tengamos un CNE verdadero, independiente y democrático, y el soberano pueda manifestar libremente sus preferencias. Que todas las injurias se irán apagando en la medida en que no tengamos dudas acerca de quién es el enemigo de todos y unamos esfuerzos para regresar a la sindéresis, a la ecuanimidad y al uso de la razón y, a tal efecto, quienes mantuvieron y todavía pretenden mantener el protagonismo en los desencuentros de la oposición tendrán que hacer un análisis a conciencia y abrir un diálogo, para dirimir sus diferencias, arbitrado, como en varias oportunidades hemos sugerido, por instituciones confiables como el episcopado y las universidades, por ser las instituciones con mayor credibilidad en nuestro país.
Aun cuando es obligatorio reconocer que la lucha de todos estos años no fue todo lo exitosa que hubiésemos querido, no todo está perdido. Que las derrotas nos han lastimado y mucho, pero todavía el espíritu democrático está vivo. Que a pesar de sus errores, la dirigencia está a tiempo de rectificar el rumbo y llevar la lucha a buen puerto. Que a pesar de una diáspora que hiere gravemente la salud protestataria de la nación, todavía somos una multitud disidente. Que, a pesar de ciertas señales de alarma que hablan de cansancio, desencanto y resignación, tenemos la fuerza moral que nos da tener la razón. Que, a pesar de las amenazas continuadas de un régimen que ha destruido todo, que ha pervertido las instituciones y arrinconado, con intenciones de exterminio bajo el yugo de la represión y el engaño, a toda la disidencia, y que para no perder el poder está dispuesto a todo, somos la expresión de una sociedad formada en democracia que todavía resiste con fuerzas suficientes para seguir luchando y vencer.
Llegó la hora de entender que el motor y las iniciativas que pueden cambiar la trágica situación venezolana tienen que partir de nosotros mismos. Que es con nuestra resistencia de todos los días, con la disposición de ánimo que otorga tener la razón, que podemos luchar y vencer. Que no valen vacilaciones ni dudas al identificar a los enemigos de un país que quiere paz, bienestar y desarrollo. Que es solo con esa actitud como podemos levantar el ánimo y las esperanzas de quienes ya se dan por vencidos. Que no son los vecinos, a quienes debemos agradecimiento por su comprensión y solidaridad con nuestra causa, quienes nos van a liberar de la dictadura opresora. Que somos nosotros con nuestra convicción democrática quienes estamos obligados a continuar en la lucha hasta triunfar y poder sanar las heridas que han dejado el resentimiento y los abusos de poder, y lograr con ello reconstruir un país maltratado por sus cuatro costados.
No hay que olvidar que la lucha por la democracia está abierta en todos los frentes y sin posibilidad de tregua. Que nadie sobra y todos hacemos falta y que, quiéranlo o no los extremistas, los radicales, los divisionistas que creen ser dueños únicos de la verdad y tener siempre la razón, el esfuerzo opositor de todas las fracciones tiene como único destino unirse para triunfar. Quiero y necesito pensar que esta lección ha sido suficientemente aprendida.
Es la hora de entender, de una vez por todas, que la comunidad internacional necesita de la coherencia y efectividad de nuestras acciones para darnos su apoyo. Que este no se mantendrá con fuerza si casi 90% que rechaza las políticas oficiales, no lo hace de manera firme, decidida y organizada, con una oposición fortalecida que garantice la gobernabilidad necesaria para reconstruir Venezuela. Es bueno que también entendamos nosotros como sociedad, como pueblo y como individuos, ahora y para siempre, que las materias pendientes para que la lucha sea completa y triunfe la democracia no dependen solamente de los partidos políticos, de la MUD o lo que queda de ella, ni del Frente Amplio ni de Vente Venezuela ni de las nuevas fracciones que forman ese gran conglomerado llamado oposición; depende también de los gremios, de las asociaciones, de los sindicatos y de la ciudadanía en todas las escalas. Todos, absolutamente todos, estamos convocados con la obligación de asistir.
Ya llegó a su fin aquello de culpar a los otros de cualquier adversidad, sin considerar siquiera si nuestras acciones u omisiones tuvieron que ver con la derrota. Creo que va llegando la hora de agarrar el toro por los cuernos, dejar la quejumbre y sacar el coraje que nos quede para ir a la calle con todas las fuerzas que nos da el hecho de tener la razón, para exigir respeto por nuestros derechos ciudadanos, incluido nuestro derecho de votar, gritando sin tregua ni cansancio, Venezuela no se rinde.