Venezuela es reconocida hoy en día, por analistas y especialistas internacionales, como un Estado forajido. John Rawls, filósofo norteamericano, definió como Estado forajido “aquellos cuyos gobiernos estructuran decisiones internas y externas sin ninguna consideración por los derechos humanos, donde la juridicidad es una ficción unilateral, y en los que la articulación ética que brindan la moral y las leyes ha sido sustituida por un comportamiento propio de bandidos que son integrantes aventajados de una cínica puesta en escena, donde todo se finge y en la que a todo se responde con dosis de histrionismo inverosímil”. En la nomenclatura internacional, los definen como aquellos Estados nacionales cuyas autoridades tienen un comportamiento contrario o al margen de la comunidad internacional, que incumplen los convenios internacionales válidamente suscritos y vigentes, y descartan las decisiones tomadas por los organismos internacionales encargados de garantizar la paz y el orden mundial.
Si nos metemos tierra adentro en nuestro país, estas definiciones se quedan cortas. Venezuela es hoy un problema de calibre internacional. Aquellos que todavía no lo ven así, y creen o afirman –tanto desde el exterior como internamente– que son los venezolanos los que deben resolver su situación, o desconocen o se quieren hacer los locos ante la dimensión de lo que esta mafia criminal, instalada en el poder desde hace 20 años, es y ha sido capaz de hacer. No solo es la corrupción que practican, los carteles de la droga que han constituido, el lavado de dinero que tienen regado por el mundo, la entrega traicionera y vergonzosa de nuestras riquezas naturales, minas, y hasta pedazos de nuestro territorio a grupos irregulares extranjeros; sino también la estructura represiva y criminal para controlar a la población civil y a militares disidentes que pasará a la historia, así como pasaron el estalinismo y el nazismo, pero con el nombre de quien lo engendró: “el chavismo”.
Para nadie en la Venezuela adentro es secreto cómo iraníes, chinos, rusos y otros están haciendo fiestas en nuestras minas del estado Bolívar, junto con nuestros ladrones propios, destruyendo parques naturales ancestrales, sin ningún tipo de control, sin que nadie pueda imaginarse cuánto se están robando, qué están sacando de estas tierras y cómo lo están traficando. Solo imaginen que las bombas distribuidoras de gasolina, que existen desde Ciudad Bolívar hasta Tumeremo, son controladas por el Frente Bolivariano de Liberación, la guerrilla que Chávez creó para defender sus fechorías, que se encarga de distribuir el combustible, y así saben quiénes entran y quiénes salen por esos caminos.
Pueblos completos en Barinas, Apure, Táchira, Mérida y el sur del estado Zulia son paraderos de miembros de la FARC y del ELN. En nuestro territorio, incluso en estados como Guárico, Lara y Aragua, la guerrilla recluta a nuestros jóvenes, intimidan a nuestra población, y la Fuerza Armada Nacional lo sabe y lo permite. Los carteles de la droga tienen en nuestro territorio, aéreo, marítimo y terrestre, su gran aliviadero, y son esas rutas y la complicidad con algunas islas caribeñas las que dan grandes dividendos con el tránsito de la droga para Estados Unidos y Europa. No debemos olvidar el tema de los grupos terroristas internacionales y su relación con el régimen. ¿Pasaportes venezolanos en manos de terroristas buscados internacionalmente y no pasa nada?
La injerencia del régimen cubano, la infiltración en todo el aparato de inteligencia de nuestro país, en nuestro sistema de identificación, en nuestros registros y notarías, etc., incluso donde los rusos e iraníes están también metidos, no son juegos, ni debemos tomarlo a la ligera. Venezuela sigue siendo el país con las mayores reservas petroleras del mundo y, además, con grandes minas de oro, coltán, diamantes, hierro y otros minerales que atraen la atención de países que necesitan mantener su hegemonía mundial, y que la tiranía de Nicolás, así como lo hizo Chávez en su momento, les mantiene las puertas abiertas para seguir obteniendo su apoyo, y su salvación, ya que son quienes le suministran las armas y el flujo de caja.
Para ayudar a Venezuela, debemos llamar las cosas por su nombre. No existe en la historia de los últimos tiempos, un problema como el venezolano. Son las grandes mafias internacionales las que hoy mantienen a Nicolás Maduro y sus criminales en el poder. ¡Venezuela es territorio de nadie! Y, mientras tanto, cientos de venezolanos mueren semanalmente por hambre y sin medicinas. Las enfermedades erradicas, como el sarampión, la malaria, la poliomielitis, la tuberculosis, el mal de Chagas, han vuelto y hacen estragos. Las infecciones por insalubridad se llevan a nuestras parturientas, a nuestros recién nacidos, a nuestros enfermos. Miles y miles de personas huyen del país semanalmente creando el mayor éxodo que Latinoamérica ha vivido esta ultima década, lo que se ha convertido en un gran problema para los países que reciben a este gentío y tienen que adecuar su legislación, su sistema social, de salud y educación, para poder recibirlos.
Ante esto, es irresponsable decir que el problema de Venezuela deben arreglarlo los venezolanos. Una población cuyo 80% vive en la pobreza, y por lo menos 60% en pobreza extrema, disminuida, hambrienta, intimidada y perseguida, que cuando ha salido a reclamar sus derechos ha sido asesinada, encarcelada y torturada, que camina por las calles buscando entre la basura qué comer para sobrevivir, y que muestra imágenes que traen a la mente aquellos campos de concentración nazi, donde miles de personas deambulaban por las calles sin destino cierto, no puede hoy salir sola de esta pesadilla, sin la ayuda franca, decidida y solidaria de la comunidad internacional democrática. Aunque lo agradecemos, ya no bastan las resoluciones y sus “abajo firmantes”. Está llegando la hora de la acción. Venezuela puede ser la nueva Cuba del siglo XXI, pero con grandes riquezas y mayores codicias de las mafias internacionales del poder.