El título de este articulo trata de reflejar la disyuntiva que vive el país, por estos días. La larga permanencia del chavismo-madurismo en el poder ha hecho de la Venezuela de hoy un país dividido, gobernado por una pretensión hegemónica y corrupta que ignora a los millones de ciudadanos que la adversan y sufren los sistemáticos errores gubernamentales.
El régimen ha tratado, sin éxito, de imponer un modelo de sociedad radical en la cual una mayoría circunstancial y fuertemente cuestionada en su ética administrativa y legitimidad política, rechaza, prescinde y desconoce la nueva diversidad del país que ha surgido en los últimos veinte años. En todo ese tiempo, el régimen ha destrozado los lazos y vínculos entre los diversos componentes del todo social, ha diseminado la miseria y la desesperación, ha roto las normales relaciones entre la ciudadanía y el Estado. Ha hecho mucho daño sin poder lograr alcanzar, ni siquiera mantener la mayoría aplastante de la que se ufanaba disponer. Ahora amenaza a la disidencia que lo enfrenta con la posibilidad de abrir un proceso en contra de la Asamblea Nacional legítima y su presidente, en contra de los partidos políticos y su liderazgo; igualmente en contra de los líderes de la sociedad civil y de cualquier otra persona o institución que se enfrente a las arbitrariedades gubernamentales. Utiliza la violencia física e institucional para tratar de imponer, por otras vías, lo que no ha podido alcanzar, a pesar de las perversas artimañas que ha utilizado para tal fin. No obstante, a pesar de tales agresiones no termina de amalgamarse en el país un poderoso movimiento social opositor que sea el contundente músculo político para llevar adelante y alcanzar el cese de la usurpación madurista.
El debate, sin duda, está sobre la mesa, pues la radicalización del modelo gubernamental, entendido como proyecto dictatorial, no puede dar lugar a improvisaciones de nuestra parte, ya que son muchos los actores e intereses que están en juego. Por ello, este es un tema que no se puede ignorar y debe discutirse en todos los escenarios posibles y con la inclusión de la mayor parte de sectores sociales, donde se exponga la visión de cada uno para procurar un consenso real vinculante que refleje la complejidad de la sociedad que se enfrenta a la dictadura que nos oprime y, además, con contundentes acciones de calle fortalecer y difundir el peso de nuestras razones para oponernos a tan descabellada pretensión. Los miedos, las dudas, los recelos y la mansedumbre que dimana de la permanencia en zonas de “confort” deben ser excluidos de nuestro talante, hay que trabajar en la construcción de un nuevo consenso social de aceptación y reconocimiento que solo nuestra decidida actitud es la que podrá conducirnos al esperado momento de la salida de Maduro y sus secuaces del poder.
La convivencia nacional se ha visto deteriorada por discursos gubernamentales que ensalzan la violencia, la separación y un camino de destrucción de la realidad político-social; ha sido tan grande y dolorosa la conmoción social causada por este proceder gubernamental que hace dudoso que pueda hallarse cualquier salida racional mientras los causantes de tales circunstancias permanezcan en el poder. Lo que se impone en esta coyuntura es un proceso continuo de fortalecimiento de la unidad opositora para hacer frente a la violencia política que ha desatado el gobierno.
Aparecen nuevos líderes que llaman a la búsqueda de soluciones expeditas para tratar de solventar los problemas estructurales de fondo, sin que se produzca correlato ni acompañamiento alguno de parte del gobierno; entonces comienzan a pasar nuevamente a primer plano las heridas nunca cicatrizadas de los anteriores enfrentamientos. Asimismo, la falta de participación y cohesión plena del pueblo con los llamados de la dirigencia opositora ha determinado una aparente omnipotencia de la dictadura madurista que es ejercida sobre un país políticamente triturado y desintegrado económicamente; los detentores actuales del poder continúan haciendo lo posible por mantener a la nación en esa dolorosa situación. La burocracia del régimen trabaja febrilmente para despojar a los opositores de sus derechos y privilegios ciudadanos, convertirlos en parias y arrojarlos al olvido y al ostracismo; sin embargo, estos burócratas no deben olvidar que no están exentos de sufrir también los efectos de la trituradora mano de este régimen autoritario. Así ante la creciente concentración de poder en los grupos vinculados con el dictador y al conformismo cada vez mayor de los militantes y seguidores del partido de gobierno, las esperanzas y expectativas de estos sobre la manera de conducir al país se ven frustradas y postergadas sistemáticamente y si aparecen algunas voces de desacuerdo, estas son y han sido objeto de acoso y persecución política por parte de su propio gobierno.
El régimen, una amalgama sin cohesión de grupos fragmentarios y ávidos de la riqueza fácil y el cohecho delictivo, es dirigido por un líder mediocre e inepto que carece de ascendiente sobre su propia facción, que no logra consolidar, de una vez por todas, su autoridad y el respeto a su investidura al interior de sus seguidores y una y otra vez, para permanecer al frente del gobierno, debe repartir cuotas de poder y dispensar favores y complicidades; sin embargo, y muy a su pesar, mayor es el vacío que lo rodea y es más numerosa la masa de quienes le odian y le temen. Maduro percibe, no sin razón, a todos sus seguidores como una coalición potencial contra él y tiene que utilizar toda clase de artimañas, calumnias absurdas, indignidades y mucho más aún, para impedir que lo potencial se vuelva real.
De un gobierno así nada podemos esperar para enfrentar adecuadamente los problemas planteados y las nefastas consecuencias de su errático andar. No es posible pensar en el avance de un proceso de desarrollo sustentable cuando no se reconoce la diversidad política y el inalienable derecho de la sociedad a oponerse y disentir sobre las acciones del régimen.
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