La historia no se repite, es una falacia pensar que hoy vivimos algo parecido a nuestro pasado. Venezuela luchó por más de medio siglo contra tiranías y dictaduras y aunque hoy las circunstancias sean diferentes, nos permite entender dónde estamos y cómo salir de complejos laberintos.
De Aristóteles, desde aquella sabia República, aprendimos que las desigualdades entre ciudadanos producen inestabilidad y por ello se hace evidente que el sistema social y político más deseable para una nación es una democracia donde todos sean iguales ante la ley. La gran diferencia entre oligarquía y democracia se basa en que una acepta que parte de la población tenga un tratamiento especial y oportunidades para su desarrollo, mientras que la otra, ni siquiera quienes dirigen los gobiernos gozan de privilegios.
En los Estados Unidos de América, Jefferson, Hamilton y los Padres Fundadores de esa nación, diseñaron un sistema de tres poderes para que el ejercicio autónomo de sus funciones sirviera de revisión y balance logrando evitar usurpación por pocos y en consecuencia, la tiranía.
La acumulación de poderes en una persona o grupo es la forma más común de anular el principio de igualdad para transformarse en la aberración que empodera a unos pocos como ciudadanos privilegiados.
La situación venezolana conforma para cualquier estudioso de ciencias políticas una verdadera tiranía. El ejecutivo ha usurpado las funciones de la Asamblea Nacional, hace uso de privilegios y ha llegado al extremo de ignorar el contrato social fundamental: nuestra Constitución. Los privilegios han sido tan abiertamente extendidos que no sorprende ver al Presidente bailando, mientras sus esbirros acribillan a jóvenes manifestantes, cuya amenaza eran solo carteles y banderas de inconformidad.
Venezuela ha perdido muchos de sus derechos: no hay libertad de expresión ni respeto a la propiedad, ni derecho a revocar con el voto a los malos gobernantes, se viola el derecho a elegir oportunamente a alcaldes y gobernadores. Se nos burla con una vergonzosa justicia y pretenden cambiar nuestra Carta Magna por una carta blanca para delinquir legalmente desde el gobierno.
Es posible que la inspiración para el comportamiento del tirano se haya encontrado en las conclusiones del “Manifiesto Comunista” escrito por Karl Marx y Friedrich Engels hace más de 150 años, donde declaran abiertamente que sus objetivos sólo se lograrán por medio del derrocamiento forzoso de todas las condiciones sociales existentes, puesto que el proletariado nada tiene que perder.
¿Será que la libertad no es un bien suficientemente precioso como para considerarla una gran pérdida?
Momentos como los que estamos viviendo, resaltan la nauseabunda abundancia de privilegiados y sus evidentes privilegios. Utilizan el engaño en un lenguaje tramposo donde “el pueblo no pasa hambre, se divierte haciendo colas para comprar alimentos, medicinas y sufre una guerra económica desatada por el Imperio” mientras los que gozan de concesiones disfrutan de divisas baratas y bienes que con esa francachela compran.
La historia no se repite pero nos ilustra sobre lo que puede ser el porvenir.