COLUMNISTA

Venezuela y el peligroso modelo nicaragüense

por Carlos Alberto Montaner Carlos Alberto Montaner

Están a punto de meter en la cárcel a Juan Guaidó. Nicolás Maduro y los servicios cubanos lo están sopesando. La detención de Edgar Zambrano, primer vicepresidente de la Asamblea Nacional, es un ensayo general para la aprehensión del presidente Guaidó. Tientan el terreno. Maduro y Raúl Castro han llegado a la conclusión de que no es posible controlar el poder con otro foco de autoridad suelto en Venezuela. No menciono al “presidente” cubano, Miguel Díaz-Canel, porque es el chico de hacer los mandados. 

Se proponen destruir totalmente la Asamblea Nacional acusándola de “traición a la patria”. Al madurismo no le importa que nadie le crea. El juego consiste en elaborar coartadas paralelas para “explicar” el desastre. Hay hiperinflación por culpa de Venezuela Todayuna página web manejada por “los enemigos de la patria”. Hay escasez de alimentos y medicinas debido al embargo de los estadounidenses. Hay cortes de luz y falta el agua potable porque John Bolton lo decidió y personalmente dirigió los estropicios. Los venezolanos escapan del paraíso confundidos por el canto de sirena de los adversarios capitalistas. La verdad no importa. Solo el relato.  

El régimen cubano está desesperado, pero elabora su estrategia para mantenerse a flote. Raúl teme a motines callejeros producto de las carencias. Necesita el subsidio venezolano como Drácula necesitaba la dosis de sangre de sus víctimas. El “aparato” de inteligencia de La Habana cree, a estas alturas, que Donald Trump es un perro ladrador, pero no mordedor. Por eso lo tratan con guantes de seda y se reservan las baterías más gruesas contra Marco Rubio, Mike Pompeo, John Bolton y Elliot Abrams. El núcleo duro que respalda a Guaidó. Esos son los enemigos que deben maniatar. Son los “mordedores”, aunque carezcan de fuerza para utilizar el peso de las armas americanas. 

La conclusión a que ha llegado la inteligencia cubana con respecto a Trump tiene cierta lógica. Si quiere retirarse del Medio Oriente, ¿qué sentido tendría que metiera las tropas en Venezuela? Si es capaz de debilitar a la OTAN o a la Unión Europea, porque está persuadido de que su país paga la parte del león y no se beneficia en lo absoluto, ¿por qué en América Latina desempeñaría el rol de “cabeza del mundo libre” cuando los principales afectados son los propios latinoamericanos? Si el gordito de Corea del Norte unas veces es el rocket man y otras un muchacho confiable, ¿por qué temerle al inquilino de la Casa Blanca? Ya saben que están frente a un vendedor que dice cualquier cosa, y amenaza y patalea, pero no recurre al garrote.  

No obstante, Nicolás Maduro huele a pasado. Eso Cuba lo comprende. Llegó al poder de contrabando. A principios de 2013, cuando murió Hugo Chávez, el régimen cubano lo eligió no por sus virtudes, sino por sus debilidades. Le “tocaba” a Diosdado Cabello, pero era un bribón demasiado independiente que no seguía órdenes de nadie. Maduro, en cambio, era obediente y mantendría vigente lo único que a La Habana le interesaba: el suministro de petróleo y el dinero non sancto que se repartían las nomenclaturas de ambas dictaduras, como aquel “negocio” glorioso por medio del cual una “empresa” cubana le alquiló en 1 millón de dólares diarios a Pdvsa una plataforma para extraer petróleo del lago de Maracaibo. La factura real era medio millón todos los días de Dios, pero al triangular los costos desde La Habana se duplicaban mágicamente.

Maduro debe salir del juego para salvar los intereses cubanos. Maduro está de acuerdo. Ya todos saben que el nuevo hombre de Cuba es el general Vladimir Padrino López, jefe de las fuerzas armadas, y la persona que hizo abortar el golpe del 30 de abril y engañó a los servicios de inteligencia enemigos. Pero ¿cómo lograr dar el cambiazo? Una posibilidad es convencer al Grupo de Lima, a Estados Unidos y a la propia oposición de la necesidad de solucionar la crisis mediante el “modelo nicaragüense”.

¿Qué es eso? En 1990 la dictadura sandinista se sometió a unas elecciones pensando que las ganaría, como casi todas las encuestas indicaban, incluso las que ordenó Washington. Pero ocurrió lo impensable: ganó doña Violeta Chamorro por un margen enorme, como me había vaticinado D. Oscar Arias tras ver la encuesta de Borge y Asociados, una modesta empresa tica que acertó plenamente.

En ese punto, los sandinistas tenían en contra a la mayoría de la población y a Estados Unidos, pero conservaban el aparato militar, de manera que hicieron una proposición indecorosa que todo el mundo acabó aceptando para salir de aquel avispero. Los sandinistas admitirían la derrota en las urnas a cambio de quedarse al frente de la fuerzas armadas sin que el nuevo gobierno pudiera controlarlas. En el periodo previo a la toma de posesión eliminarían a los peores adversarios. Fue entonces cuando asesinaron a decenas de jefes de la “Contra”.

La Habana piensa que la salida de Maduro puede darse de igual forma con una variante: unas elecciones impecables en las que el chavismo seguramente sería derrotado, pero Padrino López quedaría al frente de las fuerzas armadas y se respetaría el acuerdo de petróleo por médicos, vital para Cuba, y el regreso al dulce clima entre los dos países de la época de Obama, so pena de desatar sobre Estados Unidos otro Camarioca, otro Mariel, otro “balserazo”, dado que a la isla le sobran los presuntos emigrantes ansiosos de llegar a Estados Unidos y la crisis económica se agrava con cada vuelta a la tuerca de la ley Helms-Burton.

Ojalá que eso no suceda y los demócratas venezolanos no lo admitan. Es pan para hoy y hambre para mañana. Treinta años después de las elecciones de 1990 Daniel Ortega y el sandinismo continúan gravitando sobre Nicaragua, mientras el socialismo del siglo XXI se mantiene en ese país, en Venezuela y en Bolivia orquestado por La Habana. Padrino no es solo el jefe de las fuerzas armadas, como era el general Humberto Ortega en Nicaragua. Es el protector de un narcoestado aliado de los terroristas del Medio Oriente. El problema no se soluciona con parches, sino con medidas drásticas. Es la hora de los cirujanos de hierro, no de las “curitas”.