COLUMNISTA

De Venezuela y otras deserciones más

por Nelson Chitty La Roche Nelson Chitty La Roche

“Vale más un principio bueno que el mejor de los hombres en la curul del poder. Hombres ha habido y no principios, desde el alba de la República hasta nuestros brumosos tiempos: He aquí la causa de nuestros males. A cada esperanza ha sucedido un fracaso y un caudillo más en cada fracaso y un principio menos en la conciencia social”

Rómulo Gallegos

Hace un par de décadas escasamente, los dirigentes más importantes del país repetían que Venezuela era un corcho macroeconómico, siempre a flote y, además, una sociedad condenada al éxito. Nadie en aquel tiempo se habría atrevido a anticipar un fracaso como el que nos ha llevado a liderar las mediciones de mala gestión económica y miseria en el mundo. Ni siquiera los más osados detractores de la democracia de partidos o puntofijista, en sus más temerarios vaticinios lo habrían hecho. Sin ser ni remotamente un período pleno de bondad y aciertos, la república civil sentó las bases de un porvenir dignificante.

La antipolítica hacía zapa a la clase dirigente, pero no dudaba del futuro que solían imaginar mejor que el deleznable presente que criticaban y que hoy, al comparar, añoran todos; y en los estudios de opinión se reiteraba en el venezolano promedio que, si había preocupación por el desempleo o la inseguridad, paralelamente una mayoría se reconocía en bienestar personal y con expectativas promisorias. 

El balance del chavismo es capaz de comprometerlo todo, pero especialmente el proyecto nacional que pudiéramos definir como la certeza de un devenir compartido, anclados en un sentimiento de arraigo razonablemente consistente. Una clase media emergió vigorosa y pujante como resultado de una movilidad social significativa, de la masificación de la educación y la salud, de la accesibilidad a bienes de quienes siguieron el trazado de la evolución económica, la creación de un mercado y se capacitaron en las más diversas áreas de la producción, si bien y a pesar de padecer casi un siglo la enfermedad holandesa, del rentismo petrolero y demás.

El pernicioso chavismo ha tratado de convencer a los compatriotas de que en la república civil la gente se moría de hambre, comía perrarina, vagaba por las calles sin ocupación y no iba a la escuela. Mentirosos compulsivos e impenitentes, los embusteros agregaban un larguísimo memorial de agravios que solo los mayores de 40 años saben falaces y que, prevalidos del control de los medios de comunicación, martillan la memoria colectiva para hacerlos recordar, entre falsedades varias, sus deformaciones e inexactitudes. Una pesadilla no vivida se incorporaría al ideario común y como nos enseñó el poeta Machado, algunos relatan un viaje al pasado como el que está de regreso sin haber ido nunca.

Pero mi reflexión apunta a una dolorosa constatación. La deserción del proyecto nacional es masiva, galopante, una estampida literalmente y eso puede realmente afectarnos, malograrnos, mutilarnos como sociedad y como comunidad nacional. Los muchachos, incluso aquellos que no lo son tanto, examinan, evalúan, cotejan o simplemente se tiran a la aventura de irse donde sea y a hacer cualquier cosa muchos de ellos, con tal de partir, abandonar este entorno peligroso y seco, generar alguna ilusión y sentir que su esfuerzo, su sacrificio, podría compensarse de alguna manera, en lo material o acaso en la existencia más elemental, sencilla, modesta pero sobria y digna.

Las empresas se quedan sin sus mejores capitales humanos, las universidades se vacían de alumnos y de profesores, las familias se separan y segregan en la distancia, se van los profesionales de la salud, los ingenieros de las disciplinas más competidas y un grupo de nuestros mejores muchachos se monta en sus patines para echarse a andar en la primera oportunidad. Los hijos, los sobrinos, los primos nuestros y ajenos se pegan el pire y la deserción cunde como el pánico ante el ruido de otra maniobra chavista para perpetuarse en el poder y acabar de aniquilar a Venezuela. Otra Cuba, pues, castrada, anulada, desvencijada es lo que va quedando en la cuneta al cabo de la revolución de Chávez y sus espalderos, hoy promovidos a estelares del desastre.

Desertar tiene varios significados posibles que, sabemos, van desde separarse del contingente militar al que se pertenece, hasta dejar un lugar, una tarea, un deber en curso. También deserta la Fuerza Armada si en medio del combate se retira o, acaso, si no cumple su misión de salvaguardar la soberanía. Deserta el ciudadano que aduce que no le interesa la política o que se ocupará de sus asuntos personales, pero el que roba el país y lo perjudica por dinero, lo vende a otros intereses para hacerse de una posición bancaria, también es un desertor.

A los míos que se van, cuya decisión a veces solo me queda comprender, les digo: márchate por tus razones y que te vaya bien con ellas, pero retorna no obstante a conciliar tu alma que, en otro pedazo de ella, se queda. ¡Dios te bendiga!

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