COLUMNISTA

Venezuela, hecha y deshecha por la migración

por Ernesto Andrés Fuenmayor Ernesto Andrés Fuenmayor

Venezuela sufre actualmente un éxodo de dimensiones históricas. Una insondable inflación, la escasez de alimentos y la inseguridad son algunos de los factores que han inspirado la emigración en masa. Sin embargo, este es un país que históricamente ha sido receptor, no emisor de emigrantes. La bonanza petrolera venezolana, iniciada a principios del siglo pasado, hizo de la nación al norte del sur una joya económica, lo cual fue aprovechado por distintas olas migratorias que consiguieron allí recibimiento. Venezuela era sinónimo de fertilidad financiera y prosperidad a futuro. Lo dice la historia: en los siguientes párrafos nos daremos a la tarea de sintetizar los más relevantes movimientos migratorios hacia dicho país, así como sus causas y consecuencias.

Tendríamos, entonces, que empezar en la recién nacida República venezolana. Hacia 1831 el presidente José Antonio Páez busca facilitar el ingreso de extranjeros en el despoblado país, para aquel entonces dependiente del cultivo de café y por eso necesitado de mano de obra. Sin embargo, la inestabilidad política provocada por incesantes guerras civiles ahuyentó la posibilidad de cualquier crecimiento demográfico considerable. El caudillismo estaba en auge y la ineficacia e incompetencia administrativa preponderaban en las jóvenes instituciones venezolanas. Daremos, entonces, un salto hasta 1914, fecha en la que el primer pozo petrolero venezolano entra en producción y el dictador de entonces, Juan Vicente Gómez, estimula la entrada de capital extranjero para poder extraer el preciado líquido. Con el petróleo llegó la apertura de Venezuela y el interés internacional empezó a acrecentarse. La sociedad entraría en un paulatino proceso de cambio demográfico: la población pasaría de ser de predominantemente rural a urbana, la modernidad llegaba pintada de un espeso tinte negro que marcaría un antes y un después en todo el país.

Hacia 1937, en el gobierno de Eleazar López Contreras, se busca estimular la entrada de europeos para diversificar el componente étnico del venezolano. Sin embargo, no es sino hasta el final de la Segunda Guerra Mundial cuando el flujo migratorio empieza realmente a cambiar el tejido social. Para aquel entonces, el Ejecutivo estaba personificado en el dictador Marcos Pérez Jiménez, controversial mandatario y promotor de una política de puertas abiertas que entre 1948 y 1961 acogería a casi 1 millón de europeos (en su mayoría italianos, españoles y portugueses) que huían de las precarias condiciones posguerra. Venezuela vivía para aquel entonces una gran prosperidad económica: el bolívar había llegado a un alto histórico y la bonanza petrolera puso al país en un pedestal. La entrada de los emigrantes europeos, en su mayoría profesionales con disposición laboral, dio a su vez un gran empujón a la ya floreciente economía venezolana.

La década de los sesenta comenzó con el fin del perezjimenismo y la génesis histórica del bipartidismo que dominaría el panorama político durante décadas. La democracia venezolana logró estabilizarse al mismo tiempo que en Colombia empezaba el conflicto interno, provocado principalmente por las FARC, guerrilla apadrinada por los Castro. Olas de violencia provocaron movimientos migratorios que darían inicio a una nueva etapa en la historia de Venezuela como destino: ya no serían europeos, sino suramericanos quienes entrarían masivamente al país. El precio del café, principal producto agrícola colombiano, se desplomó, lo cual estimuló aún más la salida de miles de personas.

Los setenta se conocen históricamente como la década de las dictaduras militares latinoamericanas. Pinochet en Chile, Bordaberry en Uruguay, Lara en Ecuador y distintos autócratas en Argentina y Bolivia ponen en evidencia el fracaso de la democracia en América Latina y el rampante militarismo que se apoderaba de la región. Miles de individuos huirían de la persecución, de la falta de libertades y del subempleo. Venezuela acogería entonces a decenas de miles de suramericanos, con grandes beneficios para ambas partes. Los precios del petróleo vieron un aumento considerable y el gobierno de Carlos Andrés Pérez disfrutó de un gran bienestar económico. Se estima que para 1977, 10% de la población venezolana era inmigrante.

Los ochenta vieron el fin del auge financiero venezolano. Sin embargo, el flujo migratorio no se detuvo. El inicio del conflicto interno peruano, con Sendero Luminoso como claro protagonista, ahuyentó a miles de ciudadanos de aquel país. Al mismo tiempo hubo un recrudecimiento del conflicto colombiano con la llegada de los paramilitares apadrinados por las Fuerzas Armadas. Aunque la moneda venezolana sufrió una devaluación histórica en 1983, no fue sino hasta los últimos años de aquella década que el movimiento migratorio languidece considerablemente. Empezarían entonces las turbulencias económicas que desembocarían en el célebre «Caracazo», fuertes protestas producto de medidas económicas por parte del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, quien vio en ellas la solución al grave desequilibrio fiscal que vivía la nación. La democracia venezolana entraría en los años siguientes en una crisis, provocada principalmente por el sentir colectivo de que el bipartidismo debía acabar. Las consecuencias, como ya sabemos, fueron nefastas.

Al echar una mirada a la historia queda claro que Venezuela ha sido un terreno extremadamente fértil para la migración, tanto a nivel regional como intercontinental. A principios de este siglo había unos 700.000 colombianos, 190.000 ecuatorianos, 80.000 chilenos, 350.000 españoles y 550.000 portugueses en territorio venezolano. Sería, por lo tanto, justicia histórica, que la solidaridad con el emigrante venezolano se haciera presente a lo largo de la región hoy día. Este huye de circunstancias terroríficas, quizás como ningún país hispanoamericano haya vivido, lo cual hace tanto más importante que el recibimiento sea cálido y expedito.