Un trabajo publicado apenas hace unas dos semanas sobre el impacto que tendría en Colombia el colapso de Venezuela ilustra sobre dos temas de relevancia que pudiera tener que enfrentar el país vecino ante tal circunstancia.
La investigación lleva la firma de un destacado experto en seguridad del Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales de Estados Unidos. El catedrático de larga trayectoria en los temas económicos, sociales y de seguridad latinoamericanos que lo rubrica se llama Evan Ellis. El propósito de su estudio para este centro de pensamiento es el de proponer vías de acción a Estados Unidos en el caso de que Colombia se viera desbordada por los acontecimientos venezolanos, y así lo hace al final de su investigación. Resulta llamativo que solo sean dos temas los que aborda este estudioso de la realidad continental en su análisis del impacto sobre la nación vecina: el humanitario y el de seguridad.
Ha sido minucioso Ellis en entresacar de la complejísima interacción entre los dos países estos dos temas que no son ni los más urgentes ni los más difíciles de abordar y sí son los que, ciertamente, menos impactarían a Estados Unidos, el destinatario final de sus conclusiones. Ellis es de la opinión de que la actual migración desordenada de venezolanos hacia el otro lado de la frontera en búsqueda de mejores condiciones de vida pudiera desatar una crisis humanitaria sin precedente en los estados limítrofes y en el país en su conjunto. A ella se le uniría –dice Ellis– el retorno a la patria de un sinnúmero de colombianos que vinieron a suelo venezolano en los últimos 40 años en busca de un mejor ambiente económico y de seguridad para vivir.
No cabe duda de que un contingente de medio millón de personas que, supuestamente, intentara establecerse en suelo vecino le aportaría una complejidad social y económica de alguna talla a Colombia. Pero es preciso no sobredimensionar el tema, cuando el país recipiente es uno con una amplísima experiencia en el tratamiento de migraciones forzadas y desplazamientos internos, los que le ha tocado manejar como consecuencia de su propia actividad guerrillera y de narcotráfico intestinos.
Hay otros elementos a considerar, por igual. A Colombia le tocaría recibir en su suelo a un importante número de colombianos emigrados a Venezuela en los años pasados quienes retornan con formación y capacidades de trabajo y de reinserción que no contaban al desterrarse de su país. En segundo lugar, buena parte de los venezolanos emigrados a Colombia en este episodio de crisis madurista son nativos de las áreas limítrofes que se insertan solos y sin familias en busca de un “resuelve” de trabajo temporal, sin sobrecargar, sino limitadamente, los servicios de los lugares de destino.
Por último, las grandes capitales de departamento y la capital colombiana que están recibiendo a los refugiados venezolanos se han encontrado con el influjo beneficioso de profesionales y técnicos de clase media y de edades jóvenes –muchos de ellos de las áreas petroleras e industriales– que si ciertamente sobrecargan la demanda laboral, al final resultan gananciosos por su capacidad de aporte al desarrollo económico neogranadino.
El otro tema que aborda Ellis es el de la posibilidad de una conflagración militar en la zona de frontera orquestada por el gobierno venezolano como una maniobra distractiva ante el deterioro económico y social del país. No tengo espacio para hacer comentarios sobre tal supuesto, ni disposición anímica a analizar una pelea de David contra Goliat en el terreno militar.
Lo que sí deploro es que Ellis, en todo su conocimiento de la bilateralidad, no alerte a Estados Unidos sobre el colosal peligro que representa para el continente entero, y para Norteamérica en particular, el desarrollo de un refugio activo guerrillero, terrorista y narcotraficante del lado venezolano de la frontera, lo que es la consecuencia de la política interna de pacificación del presidente Juan Manuel Santos y de la política de puertas abiertas del gobierno de Maduro a la barbarie. Este es un tema que no parece llamar la atención de las autoridades colombianas, en su desesperación por producir un esquema de paz que, a todas luces, cojea de más de una pata.
Por fortuna para Venezuela, no han faltado en los medios del Congreso de Estados Unidos quienes hayan blandido el estandarte de la protección de su país frente a una amenaza que no se circunscribe a los cuatro puntos cardinales de Venezuela. Thank God!
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