No es por casualidad que el cuento La casa ocupada de Julio Cortázar parezca una metáfora literaria de la Venezuela secuestrada, usurpada y ocupada por los agentes colombo venezolanos del castrocomunismo cubano. Fue escrito en 1945, fecha límite del fulgor originario del peronismo, que movilizaba a los “cabecitas negras” –nombre del lumpen proletariado rural movilizado por el neofascismo argentino para asaltar el poder hasta entonces en manos de la oligarquía argentina– acorralar a la iglesia y a los grandes propietarios financieros, mercantiles y terratenientes, y fundar el primer Estado propiamente populista de América Latina. Antecedente directo, por cierto, del castrismo, del que jamás se deslastraría. Detrás de Fidel Castro estaba Juan Domingo Perón, como detrás de Juan Domingo Perón estaba Benito Mussolini. Todos ellos, antecedentes del teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. Una pareja de hermanos habita un caserón colonial, herencia de familia en la ciudad de Chivilcoy, 180 kilómetros al norte de la Provincia de Buenos Aires, que comienza a ser ocupada metro a metro y cuarto a cuarto por extraños e invisibles invasores clandestinos que terminarán por desalojarlos de su propiedad. Obligados a dejarla, el fin de la historia narra el momento en que derrotados y compungidos echan por una alcantarilla cercana la llave de la casa ocupada. Símbolo de su propiedad formal. Esa propiedad no existió ni existirá jamás. Los ocupantes de facto se convertirán en propietarios de iure. El 4 de febrero de 1992, aunque con mucho mayor estruendo que el causado por los clandestinos y misteriosos ocupantes de la casa de Chivilcoy, el golpismo militarista vernáculo de sesgo castrocomunista comenzó a ocupar la casa de nuestros ancestros. Y solo falta, para que se cumpla a plenitud la semejanza literaria, que en uno de los tantos diálogos entre ocupantes y ocupados, como el recientemente celebrado en Noruega sin que los dueños de la casa no tuviéramos derecho de decir ni pío, porque la decisión la tomaron unos supuestos “representantes legítimos”, los legítimos propietarios de Venezuela tiremos las llaves del país por una de las alcantarillas del Guaire. Sería el fin de esta guerra solapada, de esta ocupación por etapas, de este asalto semi clandestino, golpe a golpe, elección tras elección, fraude a fraude. Que ya desarmados del todo –fin supremo de toda guerra, según Clausewitz– secuestrados nuestros ejércitos y pasados al bando enemigo, con camas y petacas, faltando tan solo la declaración formal de derrota de sus antiguos poseedores y estampada la firma de un armisticio, se termine declarando la naturaleza socialista, soviética, marxista leninista, castrista de la ex república bolivariana de Venezuela. Y como lo hiciera la asamblea de utilería del Estado castrocomunista cubano, se declare la naturaleza socialista y eterna del régimen. Con los correspondientes trámites de la mudanza: desalojo del Capitolio, encarcelamiento de toda autoridad democrática, apertura oficial de un gran campo de concentración, fin de toda realidad que aluda a la existencia de la que fuera la democrática sociedad venezolana: cierre de iglesias, clausura de universidades, medios impresos, radiales y televisivos que fueran de propiedad privada, expropiación de toda propiedad privada –bancos, empresas, comercios, industrias– e incluso derogación del hasta ahora casi sacrosanto derecho de propiedad individual de apartamentos, inmuebles, viviendas, fincas, automóviles, aviones, casas y apartamentos de recreo, etc., etc., etc. Y los subsiguientes trámites de esclavización de la ciudadanía: requisa de documentos de identidad, pasaportes, títulos y certificaciones notariales, prohibición de enajenar bienes, de viajar libremente por este y otros territorios nacionales y extranjeros, etc., etc., etc. Nadie, mucho menos Leopoldo López, refugiado en la Embajada de España; Freddy Guevara, asilado en la Embajada de Chile; Richard Blanco, asilado en la Embajada de Argentina y todos nuestros presos políticos, asilados en embajadas amigas y desterrados de nuestra patria, como Antonio Ledezma, Julio Borges, Carlos Vecchio, Asdrúbal Aguiar, Miguel Henrique Otero, Fernando Gerbasi, Diego Arria, solo por nombrar a algunos de los más notables, puede negar que esa y no otra es la situación real y verdadera en que se encuentra Venezuela: secuestrada por el castrocomunismo, con todos los derechos suspendidos y entregados a la discrecionalidad del gobierno real, que se encuentra en manos del agente colombo venezolano del G2 cubano, Nicolás Maduro y sus tropas mercenarias comandada por el otro agente cubano, Vladimir Padrino. En el colmo de la felonía y el hipócrita ejercicio de la manipulación, ese gobierno real de Nicolás Maduro permite la existencia del gobierno virtual del diputado Guaidó. Reconocido como tal por el mundo entero, pero sin otro poder efectivo y real que ese reconocimiento a distancia. Una metáfora de la felonía. ¿Hasta cuándo? Dios lo sepa. Los venezolanos no lo sabemos. Que Dios nos ampare. |
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