Hablé con Carmen anoche. Cuando me dijo que quería contarme las torturas de su niña, inmediatamente la llamé. Todavía no podía hablar de su hija sin que el llanto la interrumpiera por largo rato, pero poco a poco pudo contarme lo que vivió la niña antes de morir de cáncer.
Carmen (nombre ficticio de protección) me preguntó: “Doctora, ¿puede denunciar el caso de mi hija como torturas sistemáticas producidas por un gobierno que prácticamente le negó el derecho a la vida, a la salud y cuyo sufrimiento por falta de tratamientos médicos para aliviarla, para neutralizarle el dolor, fue la peor tortura que puede sufrir un pequeño enfermo?”.
¿Se imagina usted, estimado lector, lo que significa para un padre o madre, hermano, abuelo, hijo o amigo, ver cómo una persona querida, además de sufrir la calamidad de una enfermedad, clama porque le calmen el dolor, y no haya nada más que un abrazo y unas lágrimas para hacerlo? Y además, ¿lo que significa saber que esa persona va a morir porque no tienen medios económicos para sacarlo del país y que pueda tener alguna esperanza de vida?
¿Ha sentido usted alguna vez esa sensación de vacío y malestar estomacal que significa no haber comido por unas horas, o algún dia? Caritas cifró el año pasado en 11,4% los niños venezolanos menores de 5 años que padecen malnutrición moderada o severa. Entre 5 y 6 niños a la semana murieron por desnutrición en 2017 y estimaron que 280.000 niños podrían morir en 2018 por hambre. ¿Cuantos no habrán muerto al día de hoy, septiembre de 2018, cuando la crisis y hambruna ensombrecen todo el territorio nacional? El hambre duele.
Quienes no se dializan, quienes no reciben sus tratamientos de quimioterapia, quienes pierden su órgano trasplantado, quienes no tienen su pastilla para la tensión o para la alergia, para el asma, para la gastritis, o aquella medicina necesaria para simplemente llevar la vida lo mejor posible, sufren, y junto a ellos, sus seres queridos, sus amigos, sus vecinos, los médicos y enfermeras que ven morir a sus pacientes…
La gran mayoría de los venezolanos sobrevive el día a día como puede. Sin agua para asearse o sin luz ni gas para cocinar, sin vehículo o transporte público para ir a trabajar, estirando lo poco que gana –tomando en cuenta la inflación– para llevar algo a casa y evitar que su gente muera de hambre. Evitar contagiarse con tuberculosis, sarampión, sarna, gripe o cualquier infección ya es un reto. Por eso, las calles vacías. Por eso, las fronteras entre Colombia y Brasil llenas de compatriotas que parecen zombies, dispuestos a caminar miles de kilómetros con una bolsa de ropa, jalando a sus pequeños hijos, en busca de algún lugar donde albergarse para sobrevivir.
Venezuela es hoy un gran campo de concentración y torturas, con cientos de miles de personas sufriendo dolor físico y millones afectados psicológicamente por esta gran crisis; es un país devastado por un régimen tiránico y criminal. No me queda más que escribir: “SOS VENEZUELA”. El mundo ha respondido y busca soluciones para quienes han salido y siguen saliendo… busquemos también soluciones urgentes para quienes no pueden salir.
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