La grandeza de este país, que atrajo a muchos inmigrantes, tanto de Europa como de América Latina, era la posibilidad de triunfar, en cualquier actividad que se desarrollara. La movilidad social permitía a todos aquellos, venezolanos y extranjeros, que trabajaran con tesón, esfuerzo, dedicación e ingenio, surgir y escalar posiciones económicas, pasar de una casa humilde a un apartamento y de allí a una quinta, equipar la vivienda, comprar carro, mejorar en los niveles educativos, todo lo que podía aportar el mérito, el brío, el impulso, el ánimo de ser mejores y Venezuela te daba esa oportunidad.
Sin embargo, con el pasar de los años, todo se distorsionó de tal manera que, con la crecida del Estado y su concepto paternalista de subsidiar toda actividad económica, crearon a un venezolano promedio, convirtiéndolo en un ser pedigüeño y limosnero, donde muchos olvidaron el esfuerzo, la constancia y la dedicación para alcanzar sueños y metas.
Ahora, el anhelo de todo connacional es ser subsidiado desde que nace, porque el derecho lo tiene, por el simple hecho de venir al mundo en estas tierras; donde la educación debe ser gratis, sin importar la calidad, porque el fin no es formar personas con capacidad para pensar, sino que acepten su realidad y se conformen con la caridad revolucionaria.
Que el servicio médico sea gratuito, pero evadiendo el pago del Seguro Social, porque es el Estado el que debe velar por la salud, para eso somos dueños del petróleo. A esto se le suman los desplazamientos a través de los diferentes medios de transporte, tanto en las ciudades como a nivel nacional, gratis en sentido figurado, porque las tarifas que se cobran son ridículas, pero para eso tenemos la gasolina más barata del mundo. Sin hablar de los viajes internacionales, para los cuales nos acostumbraron a dólares baratos y boletos económicos a los lugares más paradisíacos.
Además, que servicios tales como el agua, la electricidad y el gas tengan un precio casi irrisorio que no cubre sus gastos operativos, pero exigimos calidad y buen servicio.
Con respecto al empleo, la fantasía de muchos es trabajar para el Estado, por eso sin importar qué tanto crezca la administración pública, el gobierno de turno está en la obligación de emplearlo, porque es una manera de retribuirle su adhesión política.
Reclama, demanda y pide vivienda y que esté, además, bien equipada, porque los que están en el poder tienen la obligación de satisfacer esas demandas, pues es la manera de retribuirle su apoyo en los procesos electorales. A esto se suma que, por el simple hecho de compartir una ideología política, serán inmunes de ir presos si delinquen defendiendo al gobernante de turno.
Todo lo anterior le da derecho de jubilarse sin aportar un solo bolívar a la Seguridad Social, porque por ser venezolano, hijo de Simón y Hugo, protegido de la revolución, ese deber no es necesario, se lo ha ganado votando por una tendencia política, porque ahora ya no es un ciudadano, es un cliente de la revolución bolivariana.
Nos hemos olvidado de luchar por y para la democracia, dejando a un lado la reivindicación de la libertad, origen en la construcción de un país más justo, tolerante y humano. Se ha perdido el concepto de la ética y la moral de aquellos que ostentan el poder, porque lo que importa es repetir de forma reiterativa la manipulación y el engaño. Somos un pueblo sin derechos, porque dependemos de los antojos y manías de un gobernante, que con su manera intolerante de concebir sus políticas públicas, tiene a la nación pasando trabajo y necesidad.
Ahora, esa burbuja explotó, despertando a una realidad que nosotros mismos construimos, creando una zona de confort que impide ver más allá de lo inmediato. Hay resistencia al cambio, porque nos acostumbramos a no hacer nada, esperando que otros solucionen nuestros problemas, mientras la máxima preocupación era saber qué animalito salía en la lotería, si depositaron el bono y si había llegado la bolsa de comida.
Hay que rescatar la dignidad, pero para llegar a ello hay que cambiar ese concepto en el cual se resalta la pobreza y la miseria, destacando el conformismo y la comodidad como única manera de seguir manipulando a la sociedad.
Debemos pensar y actuar más allá, luchar para lograr nuestros objetivos y ser eficientes y prósperos, porque todos tenemos derechos de ser reconocidos por nuestros méritos y no ser aplastados por aquellos que por resentimientos no son capaces de lograr sus metas. Todos cabemos en una nación cuando se respetan los valores y principios, la honestidad, la decencia y, sobre todo, cuando se respeta la vida. Ese debe ser el nuevo venezolano, cuando logremos alcanzar esas metas, la realidad comenzará a cambiar, para el bien de todos.