“Y cuando esperaba el bien,
sobrevino el mal;
y cuando esperaba la luz,
vino la oscuridad”. Anónimo.
Esa es la triste realidad que viven todos los habitantes de nuestro país desde hace veinte años. Hace veinte años, un grotesco individuo de nuestra fauna criolla, un oscuro y felón teniente coronel, que por su gran incompetencia, cobardía e incapacidad profesional, había conducido al fracaso la asonada militar en la que se había comprometido y que posteriormente, por no tener una mejor cosa que hacer en su vida, se había dedicado a la aventura de politiquear dando tumbos del timbo al tambo; increíblemente, ese espécimen, ganó la Presidencia de la República. Desde ese entonces, hemos vivido en forma escalonada todas las vicisitudes que nos podamos imaginar; todos los problemas derivados de la híperinflación, inseguridad, desempleo, desabastecimiento, corrupción y pare usted de contar, que nos causa y ha causado este régimen; pero, a todo esta secuela de males y dificultades se suma también el enorme, el inmenso, el inconmensurable fastidio que causa las peroratas de Maduro y sus acólitos; esta caterva de sinvergüenzas nos bombardean diariamente con frases vacías, sandeces, obscenidades, mentiras, insultos, manipulaciones y exageraciones que se repiten inmisericordemente hasta la saciedad. Realmente, usan demasiadas palabras para decir tan poco. Nos atiborran y nos aburren sistemáticamente con términos como “imperialismo, golpe, guerra económica, desestabilización, conspiración mediática, proceso, magnicidio, Trump, capitalismo salvaje, socialismo, pueblo, revolución”; palabras huecas que no son otra cosa que los frutos altisonantes de la demagógica retórica gubernamental que se fundamenta en la incultura, la frivolidad, la estupidez y el vacío. Son lugares comunes que aparecen fastidiosamente en todo discurso, declaración o documento que provenga del régimen y que nunca ponen de relieve los problemas que nos agobian como sociedad, sino que exaltan la derrota y el hundimiento de la moral nacional para minimizar la fuerza del poder popular y convertirlo en una amorfa y sumisa voluntad de unas masas que obedecen, sin cortapisas, las incesantes e inclementes amenazas gubernamentales y la falaz propaganda del gobierno. Con ese “discurso” se pretende crear una visión de un supuesto fracaso de la democracia y sus valores fundamentales para facilitar la entronización de un sistema totalitario de gobierno. Por tanto, difícilmente el “discurso” puede inspirar la reconstrucción del país a largo plazo, teniendo en cuenta que existen profundas diferencias ideológicas y de interés en la lógica de conducción del Estado. El gobierno se empeña en considerarnos como un país vencido después de una contienda bélica al cual se le pueden imponer, por la fuerza, regulaciones y medidas punitivas que corresponden a la percepción particular y excluyente del vencedor
Por otra parte, el “libreto” de la actual administración establece que se debe acusar, sin fundamentos de ninguna especie, e insultar, sin moderación de ninguna naturaleza, a cuanto ser viviente se le ocurra criticar al gobierno. Se inventan supuestos enemigos, que comúnmente, después de experimentar flagrantes violaciones de sus derechos y desmesuradas diatribas, se convierten en enemigos reales de este malhadado gobierno. De lo que no se percata el “régimen” es que su principal y más aguerrido enemigo es él mismo. A menudo no capta, asusta e inhibe a nuevos seguidores y, por el contrario, crea enemigos en donde no los había.
Los regímenes totalitarios de larga duración como el venezolano, contienen una abundancia de zonas grises que no permiten la cómoda identificación de fronteras entre colaboradores fanáticos y resueltos resistentes, desfigurando así una realidad cuyos diversos matices y multitud de factores son indispensables para la cabal comprensión del momento histórico que vive el país y que demanda, dejar de lado la inacción y ejercitar nuestra más activa y decidida participación ciudadana para producir un cambio radical tanto de los conductores como, del modelo económico, político y social que nos han impuesto; ¿Es que acaso siente igual la persona que en 1992 creyó y apoyó a un líder que supuestamente representaba reivindicaciones largamente esperadas, a la persona que hoy protesta, manifiesta, se abstiene o vota en contra del régimen asqueada por el desvarío moral, la cleptomanía insaciable, la crisis que ha generado en el país y el desmantelamiento de los valores democráticos? Al respecto parece pertinente que recordemos una frase del militar prusiano Kart von Clausewitz, uno de los más influyentes teóricos de la ciencia militar, que en su obra De la guerra decía, entre otros aspectos: “Si queremos derrotar a nuestro adversario, debemos regular nuestro esfuerzo de acuerdo con su capacidad de resistencia y para ello se requieren dos cualidades: en primer lugar, una inteligencia que aun en medio de la oscuridad más intensa no deje de tener algunos visos de luz interior que conduzcan a la verdad y, en segundo lugar, la valentía para seguir a esa tenue luz”.