Nunca antes Venezuela había sufrido tanto desbarajuste en su bienestar social como el causado por los cuatro lustros de inmundicia que ha representado el gobierno bolivariano, cuyo nombre solo ocasiona deshonor al Libertador e ignominia a las doctrinas socialistas, al autodesignarse como su versión del siglo actual.
Las degollinas de la guerra por nuestra independencia seguidas por las cruentas batallas de la federación acabaron por diezmar las primordiales fuentes de riqueza del país, comenzando por el enorme sacrificio humano que significó más de la mitad de la población productiva, así como la ruina de los campos fértiles y rebaños de ganado. Las guerras tienen siempre costos elevados y dolorosos, pero son justificados por los fines que proponen conseguir los contendores.
Es el caso que en Venezuela un gobierno electo por vía democrática, al hacerse del Poder Ejecutivo les declaró la guerra a su propios ciudadanos, creó dos bandos, uno rojo y otro etiquetado como escuálido, indigno de alimentos, medicinas o servicio público alguno.
Poco tardamos en comprender la magnitud de la tragedia que se avecinaba, el juego cómplice de algunos dirigentes que, habiendo tenido la autoridad y representación, además de la fuerza para denunciar y enfrentar al ingente Leviatán, callaron y hasta entregaron los instrumentos de los otros poderes, como el Judicial y el Legislativo. El contralor veía más paja en el ojo opositor que las enormes vigas de los robos a todo lo público en los ojitos de su banda de forajidos convertidos en gerifaltes.
Cuatro lustros han sido necesarios para convertir un país soberano, rico y próspero en el campo más yermo del continente.
La industria petrolera, que desde su nacionalización había conseguido ser modelo de administración, eficiencia y continuo crecimiento con total soberanía, ha sido la víctima más contundente de la estéril guerra del socialismo del siglo XXI contra nuestro pueblo. No conformes con entregar la producción del crudo y su mejoramiento a un abanico de compañías extranjeras, han logrado reducir la capacidad de producción a menos de la tercera parte de lo que les fue entregado por la añorada administración escuálida, pero honrada y muy capaz.
El desabastecimiento de alimentos y medicinas es otra de las victorias descollantes del gobierno bolivariano, que ha logrado llevar a 80% de la población a niveles tan bajos de ingesta y falta de medicinas para calificar de pobres bajo los criterios mundialmente aceptados; pero, aún más profunda, la total pérdida de soberanía al no poder ni siquiera comprar fuera lo que no producimos internamente.
Poca luz hace falta para ver tantos y continuados errores y fechorías como las cometidas por los gerifaltes rojos rojitos, pero para asegurar que no fuese por algún resplandor indeseado que descubriesen tales, pasaron a destruir la capacidad de generación eléctrica asegurando un eficaz desvío de fondos para que la carencia del mantenimiento requerido o las inversiones programadas por los profesionales del campo solo asegurasen la penumbra eléctrica y el retroceso de una industria que fue envidia de los países hermanos durante décadas.
Este varapalo solo ha consolidado la pérdida de soberanía al ignorar nuestros reclamos territoriales, y ha logrado transformar a un pueblo orgulloso de su historia y cultura en apéndice de una isla caribeña que en poco más que medio siglo no ha sido referencia de logro alguno, ni militar ni civil. Varapalo que ha convertido a un país soñado por inmigrantes que encontraron prosperidad en nuestras tierras en un éxodo masivo tan espantosamente grande que se constituye en la primera causa de preocupación del continente.
Tal vez sea casi imposible entender cómo se fraguó y consolidó el garrotazo a Venezuela, pero sería aún más incomprensible que el país dejase de existir y se convirtiera en una provincia cubana sin alzarse en desacuerdo con esta canallada, aun si se le permitió abusar durante cuatro tristes lustros.
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