Antes de pergeñar las habituales divagaciones del domingo, me ocupo, y he dejado constancia de ello en entregas anteriores, de revisar el calendario de efemérides: toda fecha es ocasión para recordar un hecho digno de festejar o lamentar, celebrar uno de los numerosos “días internacionales” dedicados por la Organización de las Naciones Unidas a crear conciencia sobre temas específicos, algunos enigmáticos, por no decir inexplicables –el plenilunio de mayo (Vesack budista), los vuelos espaciales tripulados, el Novruz (año nuevo persa), las remesas o la felicidad, ¡ja-ja-ja-ja!–. A objeto de fomentar el desarrollo de sus destrezas y motivar a factores influyentes de la sociedad a invertir en ello, el máximo foro planetario decidió designar el 15 de julio Día Mundial de las Habilidades de la Juventud. Pasará por debajo de la mesa: el grueso de la gente estará pendiente de la contienda a disputarse en Moscú entre 22 habilidosos muchachos muy bien pagados y alimentados. También nuestra empobrecida nación, entera y brejetera, rendirá culto a los “héroes” de esa pédica refriega en la cual no tiene arte ni parte.
Quizá la tropa a cargo de Didier Deschamps planeaba desagraviar a Napoleón Bonaparte, el Empereur des Français encarcelado por los británicos y desterrado a la isla de Santa Elena un 15 de julio, pero de 1815. Se quedó con los crespos hechos el seleccionador galo: Inglaterra, ¡ay, la pérfida Albión!, cayó ante Croacia y perdió la oportunidad de escenificar en el Estadio Olímpico Luzhnikí una metafórica batalla de Waterloo; sin embargo, como ayer fue el día nacional de Francia, los últimos campeones del siglo XX buscarán imponerse a la sorprendente “Uruguay balcánica” y, triunfantes, salir del coso moscovita cantando Allons enfants d’la Patrie/ Le jour de gloire est arrivé/ Contre nous de la tyrannie/ L’étendard sanglant est levé.
De perder, dirán: no es hoy nuestro día de gloria. Lo será para el rival. Sobre nosotros, simples espectadores del intercambio de patadas y cabezazos, ávidos de pan y hartos de circo, continuará levantando la tiranía su sangriento estandarte, tricolor enrojecido y mantenido en alto por Don Dinero, poderoso caballero, mezquino con el común y generoso con la fuerza armada nacional bolivariana. Gracias a la política de viáticos y emolumentos desproporcionados de la troika Maduro-Cabello-Padrino, el estamento militar devino en casta privilegiada. Más allá del bien y el mal, nada se le niega y todo se le concede. ¿A cuenta de qué? De absoluta fidelidad a una cúpula corrupta y corruptora, carente de propuestas y de autoridad moral para gobernar, empeñada en seguir destruyendo sin construir. Ahí están, sustento de nuestro aserto, los escandalosos sueldos de guerreros de los mercados libres que centuplican los devengados por profesionales universitarios de sólida formación académica y dilatada experiencia. El trato preferencial dispensado a los hombres (y mujeres) de armas, ¡¿de armas tomar?!, no es iniciativa de Maduro: llegó con la revolución bonita de Hugo Chávez Frías.
A finales de 1999, una pregunta formulada en apenas cuatro palabras en la primera página del El Mundo desató la ira del tonante Júpiter de Sabaneta, a quien la oficialidad superior trataba, acaso a regañadientes, de mi comandante. Planteaba la interrogante Teodoro Petkoff. Apartado de la política militante para ejercer el periodismo desde la dirección del vespertino de La Trilla, el autor de Checoslovaquia, el socialismo como problema y ex ministro de Cordiplan, logró insuflarle un segundo aliento al rotativo que, nacido en democracia –dirigido por Ramón J. Velásquez y con el lema “Más quiero una libertad peligrosa que una esclavitud tranquila”, copiado del periódico de Antonio Leocadio Guzmán, El Venezolano, fue pregonado por primera vez la tarde del lunes 3 de febrero de 1958–, moriría con una dictadura dispuesta a sacar de circulación los medios impresos, acaparando la importación y distribución de papel; silenciar a los emisoras y televisoras, cancelando sus concesiones para adueñarse del espectro radioeléctrico, y desalojar de la red de redes los portales informativas críticos, mediante la consumación de delitos cibernéticos; en fin, una ofensiva total contra la libertad de expresión, apoyada en el persuasivo poder de fuego de una legión de cipayos al servicio de La Habana. Al preguntar “¿Qué vaina es esta?”, impugnaba Teodoro los desmesurados aumentos de sueldos concedidos a oficiales, suboficiales y tropas por el solo hecho de pertenecer a la institución armada. El soborno implícito en la muy especial deferencia del mico mandante –el calambur no es invención mía, sino de algún general abochornado por la arrogancia del gorilón rojo– fue fustigado con alegatos que el lenguaraz animador de Aló, presidente no supo ni pudo refutar. Valido de su poder, presionó a la familia Capriles López, propietaria del desaparecido diario, y exigió la cabeza de Petkoff, forzando un cambio radical en su línea editorial.
Con acciones análogas a la descrita y de público dominio, se instauró en Venezuela un modo de opinión unívoca y el debate fue sustituido, desde la tribuna presidencial, por la cháchara insultante sin derecho a réplica. La prensa libre no puede existir mientras gobierne una dictadura castrense, pues en los cuarteles se aprende a obedecer, no a discutir. La del jefe es santa palabra, verdad absoluta que no precisa demostración. Mantener tan disciplinada cadena de obediencia supone cuantiosas erogaciones: ningún dogma es susceptible de aceptación universal. En cualquier momento, y cuando menos se espera, aparece un heresiarca. La verdad y la mentira tienen un costo y se debe pagar por ellas. También felones y renegados. Su conversión es costosa, pero factible. Los gastos de defensa, siempre confidenciales y dispendiosos, dan para mucho. La lucrativa adquisición de armamentos comporta desembolsos extrapresupuestarios y préstamos agiotistas chinos y rusos; la compra de conciencias y lealtades –operación similar a las transacciones que llevan a un futbolista de un club a otro–, seguramente está prevista en partidas secretas a disposición del triunvirato.
Francia aspira, por tercera vez en los últimos 20 años, a la titularidad del máximo certamen mundial de balompié. La alcanzó en 1998 y busca repetirla hoy. Si no lo hace, igual inscribe su nombre en el libro de récords y en la historia de ese deporte. En estas dos décadas, Venezuela no ha protagonizado ninguna hazaña deportiva semejante. Ha escrito, sí, la increíble, paradójica y triste historia de su trasformación, de manos del populismo nicochavista, en el más pobre de los países ricos, y está a punto de imponer una marca mundial en materia de hiperinflación. De ello, no conversó Maduro con Erdogan. De haberlo hecho, el autócrata otomano habría preguntado ¿cómo es la vaina? Sucede cuando alguien habla de goles y el interlocutor de jonrones.
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