La antipolítica se puede caracterizar, entre otras determinaciones, por el hecho de desplazar los conflictos decisivos a zonas donde estos no tienen el lugar debido y son sustituidos por dilemas insustanciales e impertinentes. Esta Venezuela que arde se juega en las protestas que llenan las calles de su capital, sus ciudades y suburbios, sus pueblos hasta los más diminutos. Igualmente en el tablero político donde intenta llegar a una negociación, valientemente tematizada por Freddy Guevara, que ponga fin a los duros y dolorosos enfrentamientos presentes y diseñe la salida del actual gobierno; lo cual implica necesariamente, y ello se mueve con celeridad, muy complicadas transacciones con instituciones internacionales y países de casi todo el orbe. Por último, en la lucha por ampliar cada vez más el frente opositor, incorporando a este los sectores proclives todavía pasivos y los que hasta ayer no más nos fueron adversos, es decir, chavistas y afines. Lo demás no debe dar para mucho y solo debe ser debatido en relación con sus efectos sobre estas líneas políticas. Hay urgencia.
Me refiero a asuntos como la discusión moral –¡oh Platón, oh Kant!– sobre los acosos a chavistas y sus familiares o las puputov. Dada la inmediatez de lo que vivimos y sus altas temperaturas yo solo pediría al respecto muy pragmáticamente no olvidar ese sabio principio de un filósofo anónimo: “Los rusos también juegan”, y advertir que, en nuestro caso, lo hacen con la fuerza de las armas y con todo su sadismo criminal. Véase la relación de las muy originales bombas y las atroces torturas con la misma materia prima en unos quince detenidos, como informa el muy respetable Foro Penal y que generó un primer titular de este diario. En el caso de los “acosos” personalizados pudiese suceder cosas parecidas, ya Maduro está pidiendo cárcel para intelectuales de monta como César Miguel Rondón y Tulio Hernández por unos mensajes en Twitter que son absolutamente ajenos a su lectura perversa. Incluso Rondón ha escrito un estupendo texto donde se declara contrario a esas prácticas. Y, lo dicho anteriormente, preguntarse en qué sentido ayudan a un itinerario político que se pretende sin concesiones al statu quo pero pacífico y destinado a reunificar la nación. Y no está de más recordar a Nietzsche: “Quien con monstruos lucha, cuídese de convertirse él mismo en monstruo…”.
Trataré aparte, por su importancia, el punto de la violencia, también negador de la política, cierta irresponsable sublimación y utilización de esta. Pero conviene asentar que la violencia la genera la represión del gobierno y que la respuesta a esta produce naturalmente ingredientes violentos. El compañero muerto genera violencia, el muro que me excluye de mi ciudad, la brutalidad sin medida militar y policial, y siempre el hambre y el despojo de un país… engendran violencia. Pero es tarea de la dirigencia limitarla, controlarla y en lo posible aunarla a esa enorme y maravillosa presencia y constancia de centenares de miles de venezolanos en las calles, esa gesta asombrosa.
Tener una firme conciencia de lo que dice con admirable claridad un artículo imprescindible de Benigno Alarcón, investigador de la UCAB, un razonamiento que debería ser el norte de esta cuestión: la protesta debe buscar siempre la integración creciente de los ciudadanos, es su finalidad ser masiva para hacer crecer su significado, y la violencia tiende a disminuir el número de sus participantes, por razones obvias. Su victoria militar, digamos, no está planteada, no cabe dentro de los posibles actuales. En síntesis, que hay una contradicción entre el episodio de violencia, de una minoría, y el necesario crecimiento de esa voz común que debe plenar las calles. Tenemos una notable dirigencia, su valor y decisión han hecho posible este poner de pie al país y la inminencia de una salida. Sabemos que lo dicho está en su cabeza y lo han manifestado por muchas vías. Solo que habría que buscar algunos mecanismos estratégicos idóneos para su mayor eficacia.
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