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Unidad, por Dios, unidad

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El régimen nos impone, a los ciudadanos, unas condiciones rayanas en lo vejatorio. En efecto, cuando las intenciones perversas de los actuales gobernantes, su desprestigio moral y el impulso agresivo e ineficiente de su forma de gobernar derriban toda huella de civilidad, la gente humilde, los trabajadores y la que cree en la democracia y la libertad se encuentran con crecientes dificultades a las que no pueden hacer frente; cuando asistimos a los implacables malos tratos aplicados a los opositores; cuando presenciamos la degeneración de todas las protecciones normales que tienen las sociedades civilizadas; cuando grupos enteros de ciudadanos son despojados, de la noche a la mañana, de sus inalienables derechos y convertidos en parias; cuando meditamos que ello ocurre en un país de los más dotados por la naturaleza, concluimos que el orgullo venezolano está seriamente dañado y solo necesita y anhela la voz que le presente verazmente al pueblo la necesidad de acompañar la gran causa de la libertad y que nos una contra esta tiranía opresora que ha decidido gobernar al país por el terror y la fuerza.

El régimen ve a la disidencia como su peor y más peligroso enemigo, la califica como una coalición potencial contra él y utiliza cada gramo de su astucia para impedir que lo potencial se convierta en real. Por ello, no escatima, en ningún momento, recursos y artimañas propagandísticas para destruirla y dominarla. Es una obsesión a la que supedita todos los intereses políticos, tácticos y de cualquier género. Todos los inmensos recursos que le da el poder han sido empleados arteramente contra todos los que tenemos sobradas razones para repudiarle. Ha utilizado métodos de represión cada vez más drásticos y ha levantado contra los opositores las más absurdas calumnias. No obstante, mientras más estentóreamente acusa a la oposición como la principal responsable de los males que sufre el país, más vigorosamente se canalizan los sentimientos antigobierno que colman a la sufriente Venezuela.

En estos fatídicos momentos para nuestra historia, la indisoluble unión e indoblegable resolución de defender la causa común de la justicia y la libertad contra la sumisión a un sistema que pretende reducirnos a vivir como esclavos y autómatas es la respuesta que debemos dar como sociedad. Una vez más hay que insistir en que la unidad y solo la unidad es capaz de concentrar la energía opositora contra la satrapía. La oportunidad está aquí y ahora, clara y brillante: las circunstancias políticas internas y externas han excedido por completo y hacen insostenibles las posibilidades que tiene el régimen para manejarlas; por tanto, desperdiciar esta oportunidad, rechazarla, ignorarla o malgastarla traerá la reprobación de las mayorías de los venezolanos y de las generaciones más jóvenes. Entonces, es necesario que la voluntad constante y la persistencia en el propósito dirijan y gobiernen la conducta de este pueblo. Las dificultades y peligros de vivir en la Venezuela de hoy no desaparecerán solo por cerrar los ojos ante ellos. No se desvanecerán con esperar a ver qué ocurre; tampoco si practicamos una política de apaciguamiento. Es necesario tomar una decisión, y cuanto más tiempo se retrase esta, mayor será la dificultad y mayores los peligros que vendrán. Si no somos capaces, por efectos de la confusión, la desorientación, la fragmentación y la parálisis política, de doblegar a un régimen que se desvanece por sus propios errores y permitimos que gane tiempo para reponerse y le haga aparecer como un gobierno omnipotente, habremos una vez más fracasado; mientras mayor sea la debilidad y falta de voluntad de las fuerzas sociales y de sus dirigentes, más fuerte y voluntarioso se hará el régimen y mayor será la impotencia a la que nos veremos sometidos; si no somos capaces de solucionar los conflictos de intereses y dejar para más adelante las luchas internas en el seno opositor, merecemos vivir lo que está ocurriendo.

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