COLUMNISTA

La unidad y María Corina

por Rubén Osorio Canales Rubén Osorio Canales

Quiero comenzar diciendo que cuando la MUD, el 12 de febrero del 2012, hace seis años que parecen siglos, sometió a consulta popular la elección del candidato presidencial, ausente de la contienda Leopoldo López, le di mi voto a María Corina Machado como un homenaje personal al comportamiento de la mujer venezolana.

Cuando el régimen decidió minimizar su ascenso en el afecto de la gente más sencilla y comenzó a llamarla María Machado, a solas, sin su segundo nombre propio, escribí en un artículo que titulé “Se llama María Corina” “que esa acción era perfectamente inútil porque su nombre completo era en sí mismo un símbolo de resistencia y libertad que toda Venezuela se había aprendido con alto afecto”.

Cuando Globovisión tuvo la estupenda idea de llevar en forma consecutiva en el horario de la mañana a todos los precandidatos inscritos en tan importante competencia, para responder las preguntas impecables, incisivas y profundas de Aymara Lorenzo, rostro y talento que muchos extrañamos en las pantallas de la TV, la vi y en esa oportunidad escribí, entre muchas otras cosas, que a momentos, llegó a conmoverme su espíritu guerrero, que, al margen de toda consideración subjetiva, estábamos frente a una mujer que entiende y conoce los vericuetos del Estado, que sabe de política, que tiene una formación envidiable válida para enfrentar los problemas del país, y que había quedado en evidencia su amor por Venezuela.

De ese momento a hoy ha pasado mucha agua debajo del puente, las circunstancias han cambiado, la lucha por el poder ha mostrado miserias inaceptables, los egos han crecido sin razón y contra natura, la victoria en las parlamentarias de 2015 se convirtió en el gran percutor de las ambiciones personales, los extremistas agriaron sus discursos, en la oposición para decapitar a otros opositores, en las filas del régimen para radicalizarse, la oposición terminó con fracturas tan graves que ameritan cirugías con la inclusión de clavos para unir los huesos rotos; los temas del debate son cada vez más aterradores, una hiperinflación que nos arruina, una diáspora que va secando las venas abiertas de la nación, una democracia vapuleada a mansalva por el castrocomunismo, una inercia que va anulando la voluntad de lucha en una población criminalmente castigada, un liderazgo perdido en diatribas menores cuando tienen delante de sus ojos, por lo visto ciegos, un bosque al que le han prendido fuego y unas rendijas cada vez más pequeñas por dónde buscar la libertad y la democracia perdidas.

Muchos podrían pensar que estoy en la primera fila de sus seguidores, pero no es así. Me separan de ella dos cosas. Una, que como demócrata soy un obseso del voto en las circunstancias que sean, porque es la única arma que tenemos, porque para ejercerlo hay que ir a un proceso y una campaña, lo cual implica: una movilización rotunda para exigir condiciones de igualdad en el proceso, y al mismo tiempo para activar al ciudadano para combatir la arbitrariedad y el mal comportamiento del mandatario de turno, sin dar tregua ni descanso, probar y ver nacer los nuevos liderazgos, todo lo cual es bien para la democracia, y por lo tanto nos lleva a concluir que prescindir del voto es quedarnos desnudos y a la merced de aventuras indeseadas. Por lo tanto, me distancia de ella su tesis abstencionista.

Dos, su poco hacer por la unidad de la oposición, cosa que le ha dado a la dictadura el respiro necesario para apretar el acelerador de los abusos de poder, en su pretensión de instaurar en Venezuela la Constitución comunista. Porque dejémonos de eufemismos, y reconozcamos que el abstencionismo ha resultado un boomerang y le ha dado respiro, contra todo pronóstico, al régimen.

Cuando hablo de su poco hacer por la unidad, incluyo su más reciente declaración en la que afirma estar dispuesta a recibir en su organización a las otras oposiciones, lo cual nos habla de una autosobrestimación de su liderazgo que, si bien es indiscutible, tiene como base 30% de aquellos venezolanos que no necesitan la convocatoria de nadie para abstenerse, o sea, de los abstencionistas de siempre, a aquellos que la antipolítica logró convencer que con ese CNE no hay vida y que este régimen no sale con los votos, a los indignados contra la MUD, el CNE, los colaboracionistas y contra aquellos líderes que los guerreros del teclado catalogan como vendidos.

Hasta qué punto su posición es irreconciliable, no lo sé, pero lo que sí sé es que un buen líder político tiene que saber rectificar y aun abandonar posiciones cuando las líneas tomadas no producen resultados. Y este es el caso, a mi manera de ver y la de muchos, de la oposición abstencionista. Rectificó Mandela y, para no ir muy lejos, rectificó Teodoro, rectificó Pompeyo, rectificaron todos los militantes de una izquierda pensante que alguna vez se levantó en armas contra la Constitución, rectificó Hugo Chávez y están rectificando muchos de aquellos que se rasgaron las vestiduras por la abstención y que finalmente han entendido que el voto es un valor intocable de la democracia.

Si rectificaron todas las izquierdas que con los votos derrocaron a Pinochet, con mucha más razón puede rectificar un demócrata su posición abstencionista. Lo que nunca debe hacer un líder es anclarse en estrategias y posiciones que no lo ayuden a avanzar. Mantenerse en un discurso que no da resultados puede llevar a una lenta desaparición del mejor liderazgo, y mucho me temo que esto pudiera estar sucediendo en este caso. Es deber ineludible para un líder no llamarse a engaños y leer con la mayor exactitud posible la realidad, y esa nos está diciendo que la única forma de hacerle frente a un régimen depredador es con la unidad de todas las fuerzas que lo adversan.

No sé lo que hará María Corina, lo que sí sé es que de su decisión depende la vigencia de su liderazgo y sería muy lastimoso para la nación que este se mermara o se perdiera, porque su fuerza y su vocación de servicio, su honestidad, su constancia, su fuerza moral y su visión de país hacen falta para articular esa unidad nacional que se necesita para vencer al régimen y reconstruir a Venezuela. Soy un convencido, y creo que son muchos más los que cada día se unen a ese convencimiento, de que, autosuicidada la MUD, hay que apuntar a ese frente amplio que con la consigna de la unidad superior va haciendo renacer la esperanza, así se mantengan en la escena los que pretenden entorpecerlo.