El movimiento democrático y su dirección política, la MUD, están en la obligación de hacer una reflexión unitaria, seria, rigurosa, sincera y constructiva sobre el estado general de la confrontación contra la dictadura chavista y el resultado de le rebelión nacional comenzada en abril. Estas reflexiones que comunico buscan contribuir a tan necesario debate.
El régimen chaviano y su versión actual el madurato vive su ocaso. El antaño hegemónico chavismo, que para muchos fue una esperanza, ha devenido en una colosal distopía. El proyecto está agotado y su última carta, la dictadura de corte totalitario, es inviable y de corto recorrido por su incapacidad congénita para resolver los viejos y nuevos problemas de la sociedad venezolana, porque el país no los quiere, porque perjudica demasiados intereses a escala internacional, porque carece de los medios materiales suficientes para mitigar o resolver la tragedia económica y social y porque su apoyo fundamental está en el control de la FAN. Su gobernanza no se asienta en la legitimidad del respaldo ciudadano, ni en su observancia de la legalidad, tampoco en su eficiencia, sino en la arbitrariedad y la represión
No obstante lo anterior, su salida del poder no es nada fácil por el entramado de poder fáctico construido para asegurar el continuismo.
Las fuerzas democráticas –ante el cierre de las vías institucionales y pacíficas para resolver el problema de representatividad del régimen, su radicalización así como el incumplimiento por parte del mismo de los acuerdos negociados en noviembre de 2016 (recuérdese la misiva del secretario de Estado del Vaticano al respecto) y de las sentencias 155 y 156 del írrito TSJ en abril del presente año– no le quedaba otra opción que convocar al pueblo a la protesta.
Llamado respaldado y acompañado transversalmente por millones de venezolanos en jornadas épicas sin precedente en nuestra historia.
Contemplar tranquilamente el asesinato de la democracia y la instauración de la dictadura no era el camino ni ética ni políticamente correcto. Otra cosa es que se hayan cometido errores inexcusables, en mi criterio, no decisivos para el resultado final de las protestas.
Contrariamente a lo que algunos piensan, la convocatoria de la constituyente oficialista y su materialización no son un triunfo del gobierno, más bien ha resultado un autogol. Fue un proceso viciado y fraudulento desde el inicio, carente de legalidad, legitimidad, respaldo y acompañamiento popular. Solo ha podido concretarse por vía de la fuerza. Además, ha provocado un aislamiento colosal y creciente del régimen a escala internacional; incluso los actores políticos más renuentes a reconocer la condición dictatorial del madurato ya aceptan que en Venezuela no hay democracia y exigen respeto a la Constitución. La constituyente roja ha estimulado mayores disensiones en las filas del chavismo y la escuálida asistencia a las urnas el 30 de julio demuestra, entre otras cosas, que los mecanismos de control social y político del régimen han perdido eficacia.
Entonces, por qué ante semejante panorama no se ha producido el cambio ni el gobierno da señales de negociar en serio. Creo que la respuesta hay que buscarla en el respaldo que todavía le presta al régimen la Fuerza Armada y en las carencias de la oposición democrática.
En todo caso, creo que se ha avanzado mucho en el camino hacia el cambio político y la resistencia debe continuar.
Es correcto haber inscrito candidatos ante un eventual proceso electoral regional. Y disponerse a participar si hay las condiciones para que dicho proceso sea libre y justo.
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