La solución de nuestra tragedia se ubica en varios escenarios que se resumen en una frase: todas las opciones están en el tapete, es decir, o recurrimos a la negociación y al acuerdo o lamentablemente se usarán otras vías para reponer el orden. El primero y es al que me refiero esta vez, un arreglo con la tiranía para superar la tragedia, lo que parece difícil si no imposible.
Debemos tener presente ante todo que la Asamblea Nacional adoptó el pasado 5 de febrero el Estatuto que rige la transición a la democracia para restablecer la vigencia de la Constitución de la República, un marco normativo fundado en el articulo 333 de la misma Constitución, un texto que como era de esperarse fue declarado nulo por el ilegitimo Tribunal Supremo, lo que es irrelevante a los efectos de su ejecución y de la normativa que se derive del mismo, dada su naturaleza de ley marco.
El camino a seguir según el Estatuto es claro. En primer lugar, el cese de la usurpación lo que expresa es lo conocido y aceptado por todos: Maduro ejerce ilegítimamente la Presidencia desde el 10 de enero de 2019. En segundo lugar, la constitución de un gobierno de transición y elecciones libres y justas conforme a los estándares internacionales que garanticen la real expresión de la voluntad popular, a celebrarse a más tardar doce meses después de la instalación del gobierno de transición. Mientras tanto, el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, ejerce interinamente la Presidencia de la República lo que ha venido haciendo en medio de las dificultades y las agresiones de la dictadura, que se extienden a la decisión adoptada de suprimir la Asamblea Nacional con la encarcelación y persecución de los diputados.
En estos días se ha hablado de nuevo de negociaciones y de mediación, de acuerdos para salir de esta enorme crisis, hoy catástrofe, a la que nos ha sometido el régimen criminal de Nicolas Maduro, lo que ha llevado al país a un escenario geopolítico nunca antes imaginado, que pone en peligro nuestra paz y seguridad y la estabilidad de la región y más allá.
Desde luego, las palabras diálogo, negociación y acuerdos generan desconfianza. Suena a una treta más del bandidaje. La experiencia lo dice todo, no hay que ir más allá. El régimen ha buscado siempre y lo ha logrado: oxigenación. Una simple táctica dilatoria. Sin embargo, una “negociación” apoyada en una gestión mediadora de una entidad absolutamente independiente podría ser útil siempre y cuando se den una serie de condiciones.
En primer lugar, que quienes participen en ese ejercicio estén legitimados para ello. No se trata de que los venezolanos demos carta blanca a uno o varios dirigentes políticos para que nos representen y negocien nuestro destino. De allí que quienes representen a la oposición, a la sociedad civil, a los venezolanos, no deberían estar vinculados a ningún partido político. Hay personalidades independientes, representativas de todos los venezolanos, que podrían participar en un ejercicio de esta naturaleza, sin intereses políticos individuales.
Los “negociadores” deben además llevar a la mesa lo que los venezolanos esperamos que se defina. Es decir, el tema de un diálogo no puede ser distinto al que está planteado, lo que nos lleva a concluir en que lo primero que hay que decidir es el cese de la usurpación y su forma e instrumentación.
El diálogo debe ante todo ser transparente, absolutamente transparente, para que la gente pueda confiar en él. Si bien es cierto que estos son procesos que deben manejarse con prudencia y discreción, lo que no significa secretismo, también es cierto que quienes otorgan el poder de negociar, es decir, el pueblo venezolano, debe saber que se hace y hacia dónde va el proceso. Demás está decir que cualquier proceso debe tener límites en el tiempo. No se trata de un ejercicio eterno que permita alargar la agonía de los venezolanos. No hay más tiempo para ello.
El cese de la usurpación supone la constitución inmediata de un gobierno de transición que deberá ser pluralista, amplio, integrado por personalidades que generen confianza, con un programa que responda no a intereses partidistas o personales de algunos, sino a los intereses nacionales.
Por ultimo, como ya se ha dicho, en una negociación se debe definir el cronograma electoral y las condiciones que se requieren para que el proceso sea realmente transparente. La reconstitución de un ente electoral confiable, integrado por personalidades independientes e imparciales, es indispensable, como lo es también que se actualice y purifique el Registro Electoral y se introduzcan las modificaciones necesarias para que los venezolanos puedan votar libremente en el exterior. Y, por supuesto, que ese proceso esté supervisado por personalidades y entidades internacionales que garanticen que los resultados reflejan ciertamente la voluntad popular.
Después de ello vendrá un período de transición complejo en el que habrá que adoptar decisiones muy importantes. Los venezolanos y acá nos acercamos al concepto de justicia transicional, es decir, a los diversos mecanismos y procedimientos judiciales y extrajudiciales que deberán activarse en su momento, exigimos justicia y no como un sentimiento de venganza o de retaliación. Todos pedimos que además de que se investigue y se esclarezcan los hechos y se procese y se determine la responsabilidad de todos aquellos que han participado en las violaciones de derechos humanos y en la realización de crímenes internacionales, se repare a las víctimas directas e indirectas, a sus familiares, a la sociedad entera. Solo ello evitará que esos abominables hechos, esta penosa situación a la que nos llevaron Chávez y sus seguidores se repita.
Tenemos que ir a un proceso irreversible. No podemos regresar al pasado que quizás se remonte más allá de 1999. La confianza es esencial y ella solo se logra si se hacen bien las cosas.
Todos deseamos una solución negociada y lo antes posible, dado el avance indetenible del proceso de destrucción del país y de nuestras gentes, pero la dictadura se opone a una solución satisfactoria para todos. Por eso, si bien esta opción es la más deseada, somos todos conscientes de que, lamentablemente, por la terquedad y la naturaleza misma del dictador y sus secuaces, quizás tengamos que recurrir a opciones alternas que no dejarán de tener consecuencias graves en una sociedad herida.
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