Las comparaciones son siempre una aproximación a la realidad. Cada escenario o situación específica es independiente y única, de manera que en su misma esencia no puede ser cotejable. Lo anterior, sin embargo, no es óbice para que el ejercicio de contraposición se lleve a cabo. Eso intentaremos en las líneas que siguen al confrontar dos dictaduras conocidas de nuestro acontecer histórico: la que deriva de la Revolución Restauradora (cuyo máximo jefe fue Cipriano Castro y cuyo gran beneficiario será después el segundo a bordo, Juan Vicente Gómez) y la que proviene de la revolución bonita, hoy encabezada por Nicolás Maduro.
Lo primero que ratifica lo señalado con anterioridad es un hecho capital: mientras que Castro y Gómez imponen sus respectivos gobiernos como consecuencia de acciones de facto (que tienen la misma naturaleza de la ruptura del orden constitucional), Hugo Chávez y Maduro (en su elección de 2013) alcanzan sus objetivos por la vía electoral, con total apoyo popular. Los cuatro líderes, sin embargo, tienen dos rasgos ínsitos o connaturales: un exacerbado autoritarismo que los lleva a violar la Constitución nacional y las leyes, cuando ello es necesario a sus propósitos políticos, y un arbitrario manejo de los fondos públicos, los cuales son administrados como si fueran propios.
El distanciamiento entre una y otra dictadura se hace particularmente pronunciado cuando constatamos situaciones específicas. Así, por ejemplo, para el momento en que Gómez empieza a gobernar, Venezuela era un país desintegrado, muy pobre, con pocos centros educativos y sanitarios, y con una población que apenas superaba los dos millones de habitantes. A pesar de tan precaria situación, hacia finales de 1912 Gómez informó al país que se habían cancelado las deudas externas debido a las reclamaciones extranjeras que fueron la causa de que barcos alemanes e ingleses bloquearan a varios puertos venezolanos en diciembre de 1902 (durante el gobierno de Castro). Por esto, en adelante, los recursos del país serían destinados a satisfacer sus múltiples necesidades.
En refuerzo de lo anterior, vino el petróleo. Para 1913, las exploraciones geológicas en busca del oro negro se llevaron a cabo a lo largo y ancho del país. Un año después se corroboraba el hecho de que el codiciado combustible era abundante en las entrañas de nuestra tierra. Con el paso del tiempo, su papel como factor fundamental de desarrollo y crecimiento fue inevitable. Así, el país desintegrado comenzó a integrarse, poco a poco. Y junto con esa nueva realidad se avanzó en los campos de la educación, salud, mejoramiento de la vida rural y las clases trabajadoras.
Es cierto que las dictaduras de Castro y Gómez pusieron fin a las guerras permanentes entre los caudillos de las diferentes regiones. También es verdad que durante la larga dictadura de Gómez se construyeron carreteras que facilitaron enormemente las comunicaciones. Pero no es menos cierto que esas labores de construcción las llevaron a cabo muchos presos políticos que pagaron con sus vidas los esfuerzos extremos que realizaron.
A lo anterior hay que añadir el desbocado nepotismo de la dictadura gomecista que incluyó hijos, hermanos, primos, cuñados y yernos. Y como donde caben dos, también caben tres y hasta más, las “ayudas” pecuniarias del jefe, con cargo a los fondos del Estado, tuvieron como receptores a muchos nombres ilustres de la época: Francisco González Guinán, José Gil Fortoul, Laureano Vallenilla Lanz, Diógenes Escalante, Eleazar López Contreras, Gumersindo Torres y Manuel Antonio Matos (de quien se decía que era el hombre más rico del país), entre muchos otros. Sin duda, para todos ellos, Gómez era el verdadero Padre de la Patria.
No obstante lo señalado, llama poderosamente la atención que un prominente racista norteamericano, abogado e historiador con doctorado en la Universidad de Harvard, Lothrop Stoddard (1883-1950), veía a la Venezuela que Gómez dejó a su muerte como un verdadero modelo de ortodoxia:
“Casi a solas en nuestro mundo conmovido, el país goza regularmente de presupuestos balanceados, impuestos absurdamente bajos y ninguna deuda externa, mientras que si quisiera, podría pagar mañana mismo sus pequeñas obligaciones domésticas por permitírselo un tesoro bien provisto. Su moneda, basada en un sólido patrón oro, es sin duda la más sana del mundo”.
A pesar de todas la críticas o cuestionamientos que podamos hacer a la dictadura de Gómez, lo de Chávez y Maduro no tiene parangón. Con la inflación más alta del mundo, la corrupción más generalizada, los índices de pobreza más escandalosos, los niveles de criminalidad más escalofriantes, las tasas de desempleo más inconcebibles, la emigración más drástica, los índices de mortalidad más exorbitantes, la contracción económica más fuerte, la moneda más devaluada del planeta y el rechazo internacional más contundente no hay manera de que la revolución bonita se acerque a los talones de la Revolución Restauradora y menos aún al gobierno de Juan Vicente Gómez.