Luego de 19 años de confrontación con el régimen chavista, hay suficiente evidencia empírica del fracaso de los partidos en la conducción de la oposición venezolana. Este fracaso no se deriva del hecho de ser partidos, sino más bien por ser rehenes de una lógica que el régimen logró imponerles bien temprano: el cambio político solo es posible dentro del severamente controlado marco de las reglas de juego del Estado chavista.
A lo largo de 19 años, la Coordinadora Democrática, primero, y la Mesa de la Unidad Democrática, después, participaron en diversos eventos electorales con la esperanza de desplazar al chavismo del poder por la vía del voto. Al participar en estas elecciones, la oposición electoral se veía obligada a salir en defensa de un sistema electoral fraudulento, diseñado para favorecer a los candidatos del gobierno.
El triunfo de la oposición en las parlamentarias de 2015 tomó por sorpresa a un régimen cuyo fraude y ventajismo no fue suficiente para cambiar el resultado. Como es natural, este resultado tenía que alentar la tesis de la oposición electoral. Después de todo parecía que sí era posible ganarle al régimen usando sus propias reglas. La alegría no duraría un año, pues el país sería testigo de cómo el régimen le fue arrebatando una a una las atribuciones a la Asamblea Nacional, burlándose de la voluntad de millones expresada por la vía del voto.
El año 2016 y lo que va de 2017 se han ido en el ensayo de fórmulas institucionales para desplazar al régimen en un país donde no hay Estado de Derecho. Con las elecciones de gobernadores convocadas para octubre, y seguramente las presidenciales para el otro año, la MUD se lanza nuevamente a participar en procesos convocados en los términos que favorecen al gobierno y sin negociar ningún tipo de garantía.
Nuevamente se usa la falacia argumental de que la única forma de derrocar a la dictadura es participando dentro de las condiciones viciadas que ella misma establece. Es la tesis del régimen que ha sido mansamente aceptada por la MUD. Sostiene que solo es posible salir de la dictadura jugando dentro de sus propias reglas. Esta estrategia es perversa, porque usa a los mismos dirigentes de la oposición como vehículos de las teorías del gobierno.
Al régimen le sirve una oposición como esta: que lo enfrente, pero en sus propios términos; que deje intactos sus pilares fundamentales de poder. Este tipo de oposición permitiría la cohabitación con la constituyente y con su producto final, una nueva constitución; consolidando el modelo de Estado chavista. Y, seguramente, esta oposición también abrazaría la transición de un gobierno a otro, garantizando algún tipo de impunidad a perpetradores de delitos de lesa humanidad. Una oposición controlada y a su medida es el sueño de cualquier dictadura.
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