COLUMNISTA

Una larga agonía

por Marianella Salazar Marianella Salazar

No entiendo  a  detractores en la oposición que están empeñados en demostrar las debilidades de la ruta trazada por el presidente Juan Guaidó para lograr el cese de la usurpación. Juegan a su fracaso, que es el de la mayoría de los venezolanos. En vez de apoyarlo, le facilitan el trabajo al régimen que viene jugando a su desgaste.

La pugnacidad y descalificación junto al componente hormonal y una sobredosis de ansiedad no dejan ver los resultados de esa gesta liberadora y el avance democrático iniciado el 5 de enero, con el invalorable apoyo de gran parte de la comunidad internacional. Si no se logró el objetivo de un pronunciamiento militar para sacar al usurpador el pasado 30 de abril, quedaron  expuestas las grandes fragilidades del gobierno de Maduro, quien no pudo reaccionar de inmediato ante el madrugonazo propinado por Guaidó-López sino después de doce horas, flanqueado por quienes negociaban su salida y terminarán por entregarlo. Se jactaron de tener el control de la Fuerza Armada pero fueron incapaces de ponerles el guante a Guaidó y a López, ni al puñado de militares que los respaldaban, que por cierto no llegaron a disparar ni un solo tiro durante los acontecimientos de ese día. Fue un duro golpe para la tiranía, el preso político más emblemático y líder de Voluntad Popular, Leopoldo López, fue liberado por el cuerpo de seguridad que lo tenía en custodia.

La temida policía política del Sebin y su director, el general Manuel Cristopher Figuera, estaba apoyando el cambio promovido por el presidente de la Asamblea Nacional y liberó nada menos que a Leopoldo López. Ese si fue el verdadero golpe del cual Maduro no se ha podido recuperar,

Cristopher Figuera fue el alto oficial que sustituyó en ese cuerpo de inteligencia a Gustavo Gónzález López, destituido por un grave e inexplicable incidente, registrado en octubre del año pasado, cuando Maduro pudo perder la vida al ser interceptada y tiroteada por funcionarios del Sebin la caravana presidencial.

Maduro  demuestra que está sin margen para maniobrar y le devuelve a  Diosdado Cabello el control del Sebin, al reenganchar al último hombre en quien alguien con verdadero sentido común pudiera confiar, Gustavo González López, sobre todo después de aquel oscuro suceso o ¿atentado? 

Hubo un quiebre el 30 de abril, no solo en el Sebin, los cambios en la FAES y la PNB lo demuestran. El DGCIM también está bajo sospecha. La debilidad de Maduro saltó a la vista al quedarse en su búnker del Fuerte Tiuna, mientras Cabello desde Miraflores capitalizaba el espacio abandonado por su inquilino. Maduro no confía ni en su sombra y se muestra errático, el develamiento  hecho por el asesor de Seguridad de Estados Unidos, John Bolton, al afirmar que se retractaron los hombres con los que estaban negociando la transición política –el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López; el director de Inteligencia Militar, Iván Hernández Dala; y el presidente del  Tribunal Supremo de Justicia, Maikel Moreno– no lo dejan dormir. Los ansiolíticos lo tienen loco. Visita guarniciones para tratar de conectar con la tropa, dan lástima esos soldados expuestos a convertirse en carne de cañón en caso de una acción militar extranjera, y por ser humillados y degradados al punto de arrodillarse ante el tirano, como lo hicieron el pasado 2 de mayo durante la vergonzosa parada militar en el Patio de las Academias en Fuerte Tiuna. Aquella lamentable escena recuerda los excesos del llamado “carnicero de Uganda”, el cruel dictador africano Idi Amín Dada.

Maduro es percibido en el mundo como un dictador cuyo régimen se derrumba. Si el 30 de abril hubo un error de cálculo en la estrategia trazada por Guaidó, el usurpador lo que ha recibido son unos días más en su larga agonía.