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Un cuento y ulterior veto periodístico

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La directora de la editorial Alfadil me llamó al audifonovocal. Pronto saldría de la imprenta mi libro de narraciones breves Perversos (Caracas, 2002). Decidí adelantarme y publiqué, con intenciones promocionales, una de ellas en el diario merideño Frontera: del cual fui columnista-fundador durante casi 30 años. Envié (vía fax): «El Dignatario». En la trama del cuento, un militar toma laxantes todos los días para permanecer con diarrea. La servidumbre de palacete reparte, desde el balcón del pueblo, platos de excrementos a los idólatras del presidente de la república porque «amor con amor se paga».

El relato apareció un sábado. Me sorprendió que en página principal, con una magnífica (amplificada) caricatura del fallecido «Comandante Fetiche» de Venezuela. Yo no había anexado a mi texto esa ilustración, pero era impactante y me gustó su enorme carga satírica.

Estoy residenciado fuera de la ciudad y, por ello, los fines de semana no tengo contacto personal con amigos de la Universidad de los Andes.  El lunes siguiente, cuando fui a nuestra oficina de prensa institucional, me informé sobre la polémica que mi cuento suscitó. El director de Frontera, Adelfo Solarte, con quien mantuve estrecha amistad hasta ese día, escribió una editorial al respecto que apareció en la portada del diario. Pedía disculpas a los adoradores del titano y …»me reprochaba haber presuntamente abusado de la confianza que el periódico depositó en mí, desde su fundación…».

Según él, «no leían lo que yo enviaba porque nunca atreví ofender a nadie de ese modo».

Presa del estupor, dialogué sobre el asunto con varios comunicadores sociales y reporteros gráficos de la Universidad de Los Andes.

-Responde al director, Albert –me aconsejaban-. Te expone al escarnio público.

Me mantuve indiferente. No discutiría con Solarte ni le reclamaría. Al poco tiempo, me llegó un paquete con 20 ejemplares de Perversos. Obsequié varios el mismo día. Le envié uno a Solarte, destituido del cargo por causa de «El Dignatario». Eduardo Lázzaro, uno de los reporteros gráficos de la empresa periodística, me dijo que yo estaba vetado. Todavía, luego de más de dos décadas. Poco tiempo después, el principal entre los aporreadores oficiales de un régimen que enrumbado hacia cinco lustros (Mario Silva]) exhibía –intimidante- la portada de mi compilación de relatos en su programa de televisión La Hojilla.

En el curso de muchos años, a los sin sesos les molestó mi presencia en la Universidad de los Andes. Nunca atrevieron sostener que soy un escritor perezoso o incapaz de ejercer, con probidad y talento, el periodismo institucional.  Su iracundia tenía motivaciones políticas: fui, soy y seré un indiscutible anti (comunista) terrorista. Empero, fundamentalmente, fabulador y filosofacto sin aspiraciones burocráticas. Envejecí sin bienes de fortuna e impoluto, cierto y no me arrepiento de mi conducta escrupulosa. Entre mis detractores, varios enriquecieron adhiriéndose al totalitarismo. El goce y disfrute del poder es instantaneidad destructora de pueblos, el servicio público sin ambiciones de lucro virtuosismo.

@jurescritor

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