La toma de posesión de Iván Duque en la Presidencia de Colombia, prevista para la semana que entra ha puesto al rojo vivo las diatribas entre uribistas y santistas, a lo cual está contribuyendo además el malévolo episodio que está teniendo que vivir el ex presidente al enfrentar una amañada investigación por soborno y fraude procesal.
El grandilocuente discurso de cierre de mandato del presidente todavía en ejercicio ha servido para destapar críticas airadas de sus detractores en cuanto a desaciertos de su administración. Iván Duque ha tenido el buen criterio de mantenerse frío y reservado frente las aseveraciones, entre pitos y flautas, de su predecesor relacionadas con el país fenomenal que le estaría poniendo entre las manos. Uribe tiene otro estilo mucho más erosivo y es ya conocido que sus desencuentros con Santos son tomados como una afrenta de carácter personal. Su beligerancia no va a desmayar con el avance del tiempo –aún le tiene unas cuantas cuentas por saldar– pero sí deberá apagarse lentamente su gravitación en lo gubernamental en la medida en que Iván Duque sostenga bien las riendas del país que le toca gobernar y muestre éxitos propios en su avance.
Total que el ambiente, en los días de la toma de posesión, no es el más proclive para una transición que debe efectuarse en paz y con buenos augurios para quien arranca con el plato lleno de dificultades al frente de un gobierno.
Objetivamente, Colombia enfrenta unas cuantas turbulencias en su despegue. La paz no es sino uno de ellos, y en este terreno el nuevo presidente tendrá que hilar fino porque no son solo Santos y sus achichincles quienes le ponen fanfarria al resultado de las tratativas de La Habana. Es preciso recordar que medio país votó con un Sí los acuerdos de paz, lo que los hace, en parte o en todo, seguidores de las tesis santistas. Otro medio país votó en contra de Duque en las elecciones de este año, no siendo esta mitad necesariamente la misma apegada a las ejecutorias del presidente que se va. Así que una de las principales tareas del nuevo presidente es conseguir apegar a sus conciudadanos a nuevos objetivos y proyectos que lleven su propio cuño, mientras los temas de la pacificación, el desarme, la desnarcotización y la justicia sustitutiva del país van tomando forma –si es que esto llega a ocurrir–, y mientras Gustavo Petro muestra sus dientes y el verdadero norte que abrazará como eje de la oposición del gobierno electo.
Detrás del escenario quedan los enormes problemas económicos a ser resueltos, que son los que pueden mejorar la calidad de vida de los colombianos. El presupuesto que tendrá entre las manos será ampliamente insuficiente para acometer algunas de sus promesas electorales y para alcanzar, al propio tiempo, la imperativa meta de ubicar el déficit fiscal por debajo de 2% del PIB. A esta hora, y con solo cinco meses para enderezar las cargas antes de 2019, eso no luce posible. Pero la inflación relativamente baja que hereda, cercana a 4%, la propensión a la aceleración del consumo y las bajas tasas de interés, además de la febril actividad en construcción de obras civiles, pueden facilitarle la tarea de activar el dinamismo interno, hacerle el país atractivo a nuevos inversionistas y, sobre todo, podrían provocar que la tasa de crecimiento del PIB se ubique en niveles mejores que los del año 2017 cuando al fin se corrigieron cuatro años de decrecimiento. 2017 terminó con 1,8% de expansión.
La gran tarea de este hombre al frente del más alto cargo de la nación es la de disminuir la brecha social que corroe las entrañas de un país con un futuro prometedor. Tampoco en ese terreno puede avanzar en el año de la toma de posesión y deberá invertirlo en alianzas para contener el efecto que un lento progreso en el área social pueda tener en la sociedad de a pie de su país, la que estará convertida, al propio tiempo, en el foco de atención de los populistas que aspiran a convertir a Colombia en una nueva Venezuela.
Ese es otro campo donde será necesario que Duque produzca resultados más temprano que tarde. Venezuela no es solo una piedra en el zapato por ser el origen de una migración incontrolada que afecta gravemente la economía y la tranquilidad de las regiones fronterizas. Esa distorsión debe ser resuelta, pero no está en manos de Colombia revertir el curso de los acontecimientos políticos venezolanos manejados desde Cuba. Sin embargo, sí deberá Ivan Duque convertirse en una pieza angular para la reconstrucción de la democracia en el país vecino. Ello será la única manera de detener la huida de venezolanos y, más que ello, la mejor manera de impedir la perversa colaboración del gobierno madurista y de sus fuerzas militares con el negocio de la droga que se arma desde Colombia, que mina sus entrañas y le genera desencuentros en sus relaciones con terceros países, como Estados Unidos.
Educación de calidad y salud accesible a todos son otros dos grandes áreas donde conseguir resultados tempranos mientras sus promesas sobre las pensiones van tomando forma y van siendo negociadas en el variopinto Congreso que lo acompañará.
En síntesis, Duque no puede hacerse parte de la diatriba entre uribistas y santistas, Debe preocuparse por construir rápidamente y con ejecutorias propias, un entusiasta “duquismo” colombiano que lo sostenga en medio de la turbulencia.
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